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martes, 9 de octubre de 2012

Un espejito llamado Che



… Tal es la doctrina cristiana. Igualmente alejada del quietismo religioso y de las pretensiones altivas de los revolucionarios, que sueñan transformar al mundo sin saber en qué consiste la verdadera felicidad.
León Tolstoi, Placeres crueles

Hoy se cumplen cuarenta y cinco años de la muerte del Che Guevara. Este siglo que se va no ha dado muchos ejemplos de cómo el instinto de supervivencia colectivo de los humanos puede opacar y hasta ridiculizar a la supervivencia instintiva del egoísta, por eso es que no quiero dejar pasar la oportunidad de declarar mi admiración por alguien que con tanto estilo se la jugó por los demás, por alguien que rozó muy de cerca el significado que le doy a la palabra valentía.
Y sin embargo, ¡cuán lejos estoy de aprobar lo que hizo y pretendió hacer el guerrillero por antonomasia en supuesto beneficio de la causa humana!
Guevara fue el caso típico de aquel que superpone el fin a lograr a los medios a utilizar para ello. Las causas justas lo cegaban, pero no se puede llegar a la justicia si no se ve por dónde se camina y se choca y pisa a todo aquel que tiene la desgracia de interferir el paso del ciego. Tuvo una muy particular hidalguía; su "ascetismo" en medio de la ferocidad que suele caracterizar a las guerras civiles es algo que debe ser conocido y es el punto en el que me baso para seudoapologiarlo; mas no creo que haya nunca podido digerir el conflicto evidente que siempre habrá entre la ética personal y las matanzas, por más que se mate "por una causa justa" y sin odiar al enemigo, condiciones, según él, indispensables de ser meditadas y sentidas por el buen revolucionario antes de iniciar cualquier acción armada.

Desde la Biblioteca del Congreso de la Nación, del Congreso de tu nación, esa que querías, más que ninguna, ver liberada de sus miserias, desde aquí me permito criticarte, amigo Che, si es que estás en algún lado y podés escucharme.
Yo sé que vos eras demasiado inteligente como para suponer que el fin justifica los medios. Por eso actuaste como actuaste en medio de la lucha, como un hombre y no como una bestia, y así se lo recomendaste a tus soldados. Pero sin embargo no alcanzó. Los medios seguían siendo malos por mucho que los vistieras de seda. ¿Te acordás cuando mataste a ese perrito que no se te despegaba y te ladraba continuamente, temiendo que pudiese delatar tu posición ante el enemigo?[1] ¿Qué sentiste? ¿Nocierto que no te sentiste bien, qué te pareció que te traicionabas o traicionabas a algo, a una ley no escrita que te decía que no mientras la situación te lo imponía? Mataste al perro "por una buena causa" y sin odiarlo, es cierto; pero aun así el perro ya no movió más la cola.
Deberías haber sabido que el fin nace de los medios que utilizamos para llegar a él. Tal vez lo sabías. Pero entonces ¿cómo no sabías que lo bueno sólo nace de lo bueno, nunca de lo malo, y que si vos estabas luchando por la vida nunca hubieses podido triunfar por medio de la muerte?
Si tu conciencia se quedó en el ‘67 me dirás: "¡Pero si en cierta forma he triunfado! ¿Acaso Cuba no es libre?" Pues te diré que no, compañero; Cuba no es libre. Eso fue una ilusión que duró unos años, hasta que la polvareda de alegría que levantaste con tu revolución se fue asentando y permitiendo ver la realidad que se ocultaba. Que es la misma de siempre, te lo garanto. O casi la misma: dale un poco más de tiempo para que se normalice. Vos la disfrutaste. Disfrutaste tu efímera victoria. Pero ¿de qué le sirve tu revolución de museo al cubano de hoy, al ser humano de hoy, o mejor, al de mañana?
"Fue lindo mientras duró", dirán algunos. Pero ¿se puede decir que duró? Unos años son bastante tiempo para una persona; pero para la Historia, amigo Che, ¡tu revolución casi no existe!
Hoy le miro la cara a los franceses... y no los adivino más felices que Robespierre y su camada. ¿Qué clase de revolución fue ésa que no hizo más dichosos a sus herederos? Razonemos, compañero: Así como lo bueno no puede nacer de lo malo, lo malo tampoco puede nacer de lo bueno. Pero ¿habría existido un Napoleón si no hubiese habido una revolución francesa? Luego Napoleón, históricamente hablando, debe su existencia a la revolución francesa, nació de ella, es el lógico efecto de tamaña causa. Entonces hay dos posibilidades: que la revolución francesa haya sido buena y su consecuencia, Napoleón, también lo sea, o que ambos, madre e hijo, hayan sido una lastimosa experiencia. ¿Con cuál de las hipótesis se queda usted, Comandante?
Y de los rusos, ¿qué me contás? Ayer alabando al marxismo y hoy tomando Coca-Cola... Lenin nunca pensó que su megarrevolución iba a resultar tan extensa en espacio como efímera en tiempo. Lo mismo Mao con sus chinos; los orientales son cabezas duras, pero igual están volviendo.
Y hablando de orientales, ese viejito que te pasó por al lado montado en su nube, ¿sabés quién es? Es mi amigo Gandhi, un santo que se metió en política. Y así le fue. ¿Se ve desde allá arriba la muralla china? ¿Cómo que no?, ¡si me dijeron que se ve desde la luna! Mirá bien, y una vez que la localices mirá un poco más abajo. Vas a ver una especie de triángulo al que llaman la India. Allí fue donde aquel pequeño personaje, así como lo ves, bajito, pelado, narigón, orejudo y desdentado, organizó la revolución política más trascendente de la historia. Y sin embargo fracasó. ¡Sí, fracasó! ¿No te contaron lo que pasó después entre los hindúes y los musulmanes? ¿Y lo que pasa ahora, no lo ves? ¿No ves a la gente muriendo miserablemente en las calles de Calcuta, víctima de terribles enfermedades? ¿No ves a los chicos desnutridos hasta los huesos, peleándose como perros por un puñado de arroz que no todos los días consiguen? ¡Otra revolución que fracasó! Si te lo cruzás en otra ocasión preguntale por qué hoy la India no es libre como él quería. Tal vez te diga lo mismo que pienso yo al respecto: que se equivocó de profesión, que un solo hombre, por Gandhi que sea, no puede transformar a cien millones. Con mostrarle su verdad a uno, o a un puñado, se cumple más que suficientemente con la Voluntad divina. A eso se dedican los sabios.
¡Triste panorama revolucionario el de fin de milenio, ¿no?! Quizá las únicas que están en alza son las revoluciones conservadoras de los japoneses y norteamericanos. Aunque si hacemos lo que con los franceses y les miramos la cara, ¿podremos descubrir en el brillo de sus ojos ese resplandor de paz interior que solamente se distingue en la mirada de un verdadero revolucionario?
Bueno, te dejo tranquilo. ¡Cuarenta y cinco años descansando en paz y te viene a despertar este salame! Un par de cosas más: Quiero que sepas que si vos no hubieras sido vos, tal vez yo no me habría animado a empezar mi viaje. Y quiero que te quede muy claro que te admiro. No por todo lo que eras, pero sí por lo que de vos rescato (no sé de otra forma de admirar un hombre que no sea esa, salvo si me hablan del Barbeta).

Tengo un espejo muy grande y nítido en el cual mirarme, pero está puesto muy arriba y a veces ni cogoteando lo alcanzo. Por eso creí conveniente instalar en mi cuarto algunos otros espejitos más borrosos, reales o imaginarios, en los cuales no me sea tan difícil reflejarme. Al primero lo llamé Don Quijote, al segundo Sócrates, al tercero Martín Fierro, al cuarto Gandhi y al quinto Che Guevara.



[1] Cf. "El cachorro asesinado", ensayo incluido en su libro Pasajes de la guerra revolucionaria.

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