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lunes, 13 de mayo de 2013

El antirracionalismo ético de Vaz Ferreira

Un nuevo ejemplo del antirracionalismo ético (por llamarlo de alguna manera) de Vaz Ferreira: el peligro de intentar probar, a través de nuestro razonamiento, una proposición que a todas luces nos parece absurda:

...noten la actitud diferente de las dos religiones [la católica y la protestante] hacia el absurdo. La católica, podría decirse que recomienda tragarse el absurdo de una vez y sin sentir su gusto, como los niños los remedios [...]. Pero, una vez que está en el absurdo, como no examina, como no reflexiona, como justamente impone por regla el no examinar ese absurdo, no procurar conciliarlo con la razón, no procurar que el absurdo deje de parecer absurdo, por eso mismo, el resto de la inteligencia puede quedar intacto. ¿Comprenden? Entretanto, en las religiones de libre examen, es necesario probar que el absurdo no es absurdo; no creer el absurdo porque lo es, o aunque lo sea, sino probar, y probarse, que no lo es, y aquí viene la gimnástica intelectual y moral más peligrosa de todas (Moral para intelectuales, p. 199).

Lo absurdo molesta al pensador filosófico, pero lo molesta mucho más si pretende, valiéndose de las luces de la razón, desabsurdizarlo. "Creo, porque es absurdo", tiende a decir (la mayor parte de las veces, solo para sus adentros) el pensador filosófico de orientación católica; el pensador filosófico de orientación protestante, en cambio, niega que el absurdo sea tan absurdo como parece, y entonces ya no razona, sino que racionaliza, y en estas racionalizaciones queda atrapada su razón toda, perdiendo así su independencia, su carácter de libre-pensador. Lleva, pues, las de perder aquel pensador filosófico que sitúa a la razón por encima de cualquier otro mecanismo capaz de hacernos descubrir o entrever determinado cuerpo de verdades, o que directamente niega la existencia de estos otros mecanismos que acompañan a (o disputan con) la razón en estos trances. Todo tiene su por qué, y el principio de razón suficiente se me impone como verdadero en todos sus sentidos y en todo contexto; pero que todo tenga su por qué no implica que estemos capacitados para descubrir este por qué, ni que sea meritorio descubrirlo cuando el punto de partida es un enunciado de miras elevadas, vale decir, metafísicas. Como dice Vaz Ferreira,

el ideal del hombre debe ser sentir, no ya solo por el razonamiento, sino por algo más delicado aún, por una especie de instinto, lo bueno y lo verdadero; hacer, diremos, que nuestra alma sea como un aparato sensible, que sienta y revele lo bueno y lo verdadero como un delicado receptor. Pues bien: con aquella clase de ejercicios, el espíritu tiende a embotarse; pierde su sensibilidad para lo verdadero y lo bueno (ibíd., p. 200).


Así como el exceso de ejercicio físico termina perjudicando al físico ejercitado, también el exceso de racionalismo, o el racionalismo exclusivista, termina perjudicando a la razón. Y así la gnoseología vive --y vivirá por mucho tiempo, me temo-- supeditada a la epistemología, y por lo tanto embotada.

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