Un nuevo ejemplo del antirracionalismo ético (por llamarlo de alguna
manera) de Vaz Ferreira: el peligro de intentar probar, a través de nuestro
razonamiento, una proposición que a todas luces nos parece absurda:
...noten la
actitud diferente de las dos religiones [la católica y la protestante] hacia
el absurdo. La católica, podría decirse que recomienda tragarse el absurdo
de una vez y sin sentir su gusto, como los niños los remedios [...]. Pero, una
vez que está en el absurdo, como no examina, como no reflexiona, como
justamente impone por regla el no examinar ese absurdo, no procurar conciliarlo
con la razón, no procurar que el absurdo deje de parecer absurdo, por eso
mismo, el resto de la inteligencia puede quedar intacto. ¿Comprenden?
Entretanto, en las religiones de libre examen, es necesario probar que el
absurdo no es absurdo; no creer el absurdo porque lo es, o aunque lo sea, sino probar,
y probarse, que no lo es, y aquí viene la gimnástica intelectual y moral
más peligrosa de todas (Moral para intelectuales, p. 199).
Lo
absurdo molesta al pensador filosófico, pero lo molesta mucho más si pretende,
valiéndose de las luces de la razón, desabsurdizarlo. "Creo, porque es
absurdo", tiende a decir (la mayor parte de las veces, solo para sus
adentros) el pensador filosófico de orientación católica; el pensador
filosófico de orientación protestante, en cambio, niega que el absurdo sea tan
absurdo como parece, y entonces ya no razona, sino que racionaliza, y en estas
racionalizaciones queda atrapada su razón toda, perdiendo así su independencia,
su carácter de libre-pensador. Lleva, pues, las de perder aquel pensador
filosófico que sitúa a la razón por encima de cualquier otro mecanismo capaz de
hacernos descubrir o entrever determinado cuerpo de verdades, o que
directamente niega la existencia de estos otros mecanismos que acompañan a (o
disputan con) la razón en estos trances. Todo tiene su por qué, y el principio
de razón suficiente se me impone como verdadero en todos sus sentidos y en todo
contexto; pero que todo tenga su por qué no implica que estemos capacitados
para descubrir este por qué, ni que sea meritorio descubrirlo cuando el punto
de partida es un enunciado de miras elevadas, vale decir, metafísicas. Como
dice Vaz Ferreira,
el ideal del
hombre debe ser sentir, no ya solo por el razonamiento, sino por algo más
delicado aún, por una especie de instinto, lo bueno y lo verdadero; hacer,
diremos, que nuestra alma sea como un aparato sensible, que sienta y revele lo
bueno y lo verdadero como un delicado receptor. Pues bien: con aquella clase de
ejercicios, el espíritu tiende a embotarse; pierde su sensibilidad para lo
verdadero y lo bueno (ibíd., p. 200).
Así como el exceso de ejercicio físico termina perjudicando al físico
ejercitado, también el exceso de racionalismo, o el racionalismo exclusivista,
termina perjudicando a la razón. Y así la gnoseología vive --y vivirá por mucho
tiempo, me temo-- supeditada a la epistemología, y por lo tanto embotada.
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