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martes, 14 de mayo de 2013

Vaz Ferreira y la metafísica

Colocan muchos a Vaz Ferreira, debido a su constante priorización de las fundamentaciones empíricas por sobre las racionales, dentro de la categoría de los pensadores filopositivistas. Yo no lo creo así, porque el denominador común de todo positivismo es el desprecio de la metafísica en el sentido popperiano del término, es decir, de lo que no puede ser probado ni desprobado de manera más o menos contundente, y Vaz Ferreira tenía un profundo respeto por este tipo de interrogantes carentes de respuesta obvia. La metafísica, decía, es "la manifestación más elevada y más noble de la actividad del pensamiento y del sentimiento humanos" (Moral para intelectuales, p. 201). Ahora bien; esta entronización de la metafísica no le obstaba para criticarla cuando se presentaba, incólume y solemne, a través de un sistema cerrado de ideas, y especialmente cuando se arrogaba el derecho de acaparar la teorización de la ética de manera exclusiva, sin acudir en auxilio de los dictámenes positivos. La ética metafísica, librada a sus propias fuerzas, no tiene sustento, y algo parecido sucede cuando la ética se teoriza pura y exclusivamente a través de la experiencia. Pero ya no hablo más; te dejo otra vez en manos del mayor --pues otro no conozco-- pensador filosófico uruguayo:

La moral metafísica tiene un carácter riguroso, claro, preciso; pero, en cambio, sus bases son débiles y conjeturales; los sistemas positivos son mucho mejor cimentados, se basan sobre hechos; en cambio, nunca han alcanzado ni podrán probablemente alcanzar el rigor absoluto y el carácter definido de los metafísicos; ¿qué vale el rigor de los sistemas metafísicos, (hablo de sistemas), si la solidez de los cimientos de esos magníficos edificios es una ilusión?. . . Y es que la metafísica [...] ha cometido el error de tomarse por lo que no es; de tomarse por una descripción o por una explicación precisa.
En el conocimiento humano hay planos cada vez más profundos: nuestra vista puede penetrar más o menos hondo en esos planos; pero, naturalmente, mientras más hondo penetra, más confuso ve. Si representáramos esos planos por una masa de agua, diríamos que es fácil describir y reproducir claramente lo que ocurre en la superficie del agua, y que, entre tanto, allá en lo hondo, ya no se ve: se entrevé, se percibe de una manera confusa, vaga; son sombras que pasan. Si nosotros procuráramos describir lo que pasa allá en el fondo, con la misma claridad y con la misma precisión que lo que pasa en la superficie, daríamos por fuerza una descripción falsa.
Entre tanto, la metafísica debe contribuir ampliamente para la moral ideológica y para la moral afectiva; pero no tanto con teorías y con definiciones, sino con sugestiones y con la inmensa visión de las posibilidades (ibíd., pp. 200-1).

Si esto es correcto, mi teoría ética queda muy bien parada, puesto que el lugar que yo le asigno a la metafísica está recostado en lo práctico, en las decisiones que hemos de tomar en determinado momento, y no tanto en el descubrimiento de las normas, preceptos y valores que aparecen en escena en el momento del comportamiento éticamente deseable, asunto que dejo más bien en manos de la experiencia.

Y con esta nueva, delicada y sugerente hipótesis vazferreiriana me despido de él y de este libro suyo que vengo citando y analizando desde hace unos cuantos días.

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