El hombre es una
máscara no sólo para los demás, sino para sí mismo. No hay manera de averiguar
claramente en dónde empieza su realidad y en dónde acaban sus ficciones.
Pío Baroja, Memorias
Para ser anarquista del
tipo violento es necesario predicar la violencia y además, cuando la violencia
se presenta, aplaudirla y no acobardarse. Camba, en su época de anarquista
(1901 a 1907), encomió la violencia y la destrucción de una manera franca y
directa. En un artículo fechado en agosto de 1903, escribió:
Compañeros míos, amigos míos: todos los
que en la ergástula del taller y en la gleba del campo, [...] sufrís el peso de
la esclavitud y de la miseria que os impide ser libres, que os imposibilita
para vivir íntegramente: rebelaos. [...] Y si una autoridad os lo prohíbe; si
un Estado no os lo consiente, destruid esa autoridad y echad por tierra ese
Estado ("¡Oh,
justo, sutil y poderoso veneno!",
p. 153).
Y cuando le preguntaban qué es lo que hay
que hacer para posibilitar la llegada de Nuestra Señora la Anarquía, contestaba:
Destruir; destruir; destruir. Dejar la
frase por la idea; dejar la idea por la acción; ir derechos hacia la raíz del
mal y arrancarla de cuajo [...]. Afuera la piedad, amigos míos; afuera la
clemencia, que tampoco hay clemencia ni piedad para nosotros. Seamos duros, con
dureza de odio y de venganza (ibíd., p. 224).
Él, un intelectual que nunca hizo nada, que nunca
trabajó de nada excepto de escritor, pedía dejar de
lado la teoría y recurrir a la práctica:
Yo dirijo una invocación a los hechos. Uno
de ellos, uno solo, vale por cien artículos y doscientos discursos. ¿Cuáles
hechos son esos? ¡Ah! Yo no puedo especificarlos. Hablo, en conjunto, de los
hechos que responden a las ideas; hablo de poner en práctica lo que se medita y
lo que se dice (ibíd., p. 225).
Se refiere a poner bombas, ¿a qué otra cosa podría
referirse? Lo que pasa es que no puede decirlo literalmente porque cerrarían el
periódico en el cual escribe y lo meterían a la cárcel, por eso utiliza ese
rodeo. "Nosotros --concluye-- debemos obrar como pensamos, y para ello
tenemos mucho que demoler aún". Demoler, por ejemplo y fundamentalmente, a
la monarquía española. Pero el término "monarquía española" es un
poco vago; digamos, sencillamente, demoler a los reyes de España. Pues eso justamente
fue lo que intentó un amigo suyo, el señor Mateo Morral, el 31 de mayo de 1906,
justo después de que Alfonso XIII, rey de España, se casara con Victoria
Eugenia de Battenberg. Cuando Alfonso
XIII y la reina regresaban al Palacio
Real después de la boda, le
tiró a la carroza, desde el balcón
de la pensión en la que se hospedaba, cuarto piso del número 88 de la calle
Mayor, un ramo de flores conteniendo adentro una bomba, con tan mala
suerte que las flores y la bomba rebotaron en los cables del tranvía, se
desviaron y cayeron lejos del carruaje, por lo que los reyes salieron ilesos.
Murieron, sin embargo, tres oficiales y cinco
soldados del séquito real, además de tres curiosos que presenciaban el
espectáculo, burgueses seguramente, porque ¿qué anarquista podría disfrutar con
ese tipo de demostraciones suntuosas? Pese a que no se logró el principal
objetivo, murieron varias personas adictas a la realeza; sería de esperarse un
claro signo de aprobación por parte de este anarquista de la teoría que hacía
invocaciones a los hechos. Pero no. Mateo morral no actuó bien al encender
aquella "bomba espantosa" (ibíd., p. 519). Aquí debe de haber sucedido
una de dos cosas: o Camba realmente se alegró de aquellas muertes pero no lo
manifestó públicamente para que no lo encarcelaran (lo llamaron a declarar,
pero no como imputado), o la bomba le produjo un gran terror y desazón, y le
dobló, con la onda expansiva, todo aquel ideal anarquista que venía masticando
desde hacía tantos años. Es como aquellos que van por la vida odiando a los
judíos y aplaudiendo el Holocausto, pero que si presenciaran realmente el
linchamiento de un judío, que quedara bien molido a palos y con las tripas
saliéndoseles por la boca, vomitarían de horror o se desmayarían. Y esto fue lo
que yo creo que ocurrió. Camba, pese a su consejo respecto de que hay que
endurecerse --consejo que tomó de Nietzsche--, era demasiado blando para ser
anarquista[1].
[1] Hay
quien dice que el punto de inflexión que lo aleja del anarquismo no fue el
atentado en sí, sino la visión de su amigo muerto: "Al poco de ser
apresado, Morral se suicida de un tiro en el pecho. Camba, que había conocido
al joven en la redacción de El Rebelde,
va a ver el cadáver al Hospital del Buen Suceso. El cárdeno agujero en el pecho
de Morral creo que simboliza para Camba el final de la utopía revolucionaria.
[...] Camba cierra su crónica de la visita al cadáver de Morral con un
primerísimo plano: «la sonrisa de un muerto», escribe. Tiene que liberarse de
algún modo de esa sonrisa siniestra, calvario de su pasado. Creo que su
escepticismo y su humor nacen de la lucidez de ese desencanto. El humor es el
cauterio capaz de exorcizar el fantasma turbulento de Morral" (José
Antonio Llera, "Julio Camba, crítico literario del modernismo",
Revista de Literatura --http: //revistadeliteratura.revistas.csic.es--, 2006,
julio-diciembre, vol. 68, nº 136).