...Esa interpretación de mis actos, esa manipulación de mi doctrina,
esa tergiversación de mi mensaje, esa brutal deformación de mi identidad y
personalidad, me espanta, hijo mío, me espanta... Ya me veo --¡maldición!-- en
pasquines, carteles, camisetas y banderolas tremolantes blandidas por los
cachorros, hijos de papá, becarios y gamberretes reaccionarios de las jaurías
del movimiento contra la globalización en las augustas narices de los señores
del capital, del Banco Mundial, de las Naciones Unidas al servicio de la Casa Blanca y del
Pentágono, de la Unión
Europea y de otros puertos o rascacielos de arrebatacapas.
Lobos, Wojtila, todos ellos, aunque con distintos collares, colmillos,
espumarajos, armas y grilletes [...]. E inclúyase, Papa de Roma, en la lista a
los llamados «teólogos de la liberación», que no ofician, como ellos creen, en
los altares de la caridad y la esperanza, sino en los de la ciega fe puesta al
servicio de los asuntos del César. Tanto da que este lo sea --para la galería y
el juego de las urnas-- de derechas, de centro o de izquierdas. Al alma no le
importan tales naderías, que son solo ilusión, engaño, maya, aire en el
aire, viento en el viento, nubecillas que llegan, pasan y se van (Jesús de Nazaret, citado por
Fernando Sánchez Dragó en Carta de Jesús
al Papa, p. 138).
Esta carta del mismísimo Jesús de Nazaret ha sido
dirigida no al papa Francisco sino a Juan Pablo II, pero bien puede aplicarse
al primero. No porque Francisco suponga que Jesús fue guerrillero sino porque
me parece que supone que a Jesús lo guiaban móviles políticos. Si no lo supone
así, entonces que tampoco él sea guiado por estos móviles, porque embarcándose
en este juego está traicionando el espíritu evangélico. Y si lo quiere
traicionar, que lo traicione con estilo, haciendo patente de una vez por todas
lo que todos los que algo de cristiano tenemos esperábamos que hiciera:
distribuir la riqueza material de la Iglesia en manos de quienes más la
necesitan, tal como Jesús recomienda en Mateo 19:21. Hace ya más de tres años
que asumió como papa y todavía sigo esperando este gesto, todavía sigo
esperando que el cardenal Bergoglio se transforme, saliendo al balcón que da a
la Plaza de San Pedro, en el Papa Kiril Lakota. Pero mis esperanzas
languidecen. Ya sé que él no es el amo del universo, que ni siquiera es el amo
del Vaticano y que por tanto, por mucha voluntad que tenga de repartir los
dineros de la Iglesia, tal vez no pueda lograrlo si no lo acompañan los de su
entorno. ¡Pero al menos que lo intente, que lo diga, que remueva el avispero!
(o el obispero, para ser más exactos). Si tanto desea influir políticamente, he
ahí la receta magistral. Pero como no la emplea, mejor que se dedique a los
asuntos de Dios como se dedicaba el verdadero Francisco.