Otro que comenzó razonando rectamente
para luego desbarrancar fue el obispo Berkeley. La argumentación de Berkeley
contra el materialismo filosófico que ya, en aquellas épocas, comenzaba a ganar
adeptos, era, a los ojos de Bertrand Russell, “capaz y válida”, pero ¿adónde
conduce un idealismo filosófico absoluto como el que él sostenía? Conduce, si
hemos de ser consecuentes, al solipsismo, y esta hipótesis es tan impropia para
el sentido común de los lectores, y más impropia todavía para la Iglesia a la
que Berkeley pertenecía, que no tuvo más remedio que anexarle una hipótesis
auxiliar bastante curiosa:
Le
parece ridículo suponer que árboles y casas, montañas y ríos, el sol y la luna
y las estrellas, solo existen cuando los miramos, que es lo que sugiere su
primera afirmación. Piensa que debe de existir alguna permanencia en los
objetos físicos, y alguna independencia con respecto a los seres humanos. Esto
lo demuestra suponiendo que el árbol es realmente una idea que existe en la
mente de Dios, y que, por lo tanto, continúa existiendo cuando ningún ser
humano lo mira. Las consecuencias de su propia paradoja, si las aceptara
francamente, le habrían parecido espantosas; pero por medio de un repentino
giro, rescata la ortodoxia y algunos trozos de buen sentido (Bertrand Russell, Ensayos impopulares, p. 68, “Los motivos
ulteriores de la filosofía”).
Eso pasa cuando se razona dentro del marco de una
filosofía ya prefabricada como lo es la de la Iglesia. Se puede dentro de ella
estirar algunos dogmas para ensanchar el espacio, pero no se pueden traspasar.
Y lo mismo cuando se filosofa teniendo la precaución de no herir el sentido
común de los no filosofantes. He ahí la importancia de ser un librepensador
para no caer en estas trampas argumentativas.
Yo soy un solipsista que no encuentra
ilógica ni disparatada ni herética esta postura, y como no tengo que rendirle
cuentas a ninguna institución por las consecuencias derivadas de mis argumentos,
no necesito de hipótesis auxiliares que las mitiguen.
Cabe aclarar que mi solipsismo se
circunscribe al universo de los fenómenos, quedando el nóumeno a salvo de toda
subjetividad, como ya lo expliqué desde un apéndice al libro cuarto de mi
diario, titulado “La revancha de Berkeley”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario