A veinte años del comienzo de mi vegetarianismo, comparto
algunos datos que apoyan la hipótesis de que el hombre no es carnívoro por
naturaleza:
Los dientes de un animal carnívoro son
largos, afilados y agudos... Nosotros tenemos molares para triturar.
La mandíbula de un carnívoro se mueve
solamente de arriba a abajo, para desgarrar y morder. La nuestra tiene un
movimiento lateral para triturar.
La saliva de los carnívoros es ácida,
en función de la digestión de proteínas animales, y carece de ptialina una
sustancia química que digiere los almidones; la nuestra es alcalina y contiene
ptialina para digerir los almidones.
El estómago de un carnívoro es un
simple saco redondo que segrega diez veces más ácido clorhídrico que el de un
no carnívoro. Nuestro estómago es de forma oblonga, (más largo que ancho) de
estructura complicada y se continúa en un duodeno.
Los intestinos de un carnívoro tienen
tres veces la longitud del tronco, y están preparados para una rápida expulsión
de los alimentos que se pudren rápidamente. Los nuestros miden doce veces la
longitud del tronco, y están preparados para conservar dentro los alimentos
hasta que de ellos hayan sido extraídos todos los principios nutritivos.
El hígado de un carnívoro es capaz de
eliminar entre diez y quince veces más ácido úrico que el de un animal que no
lo sea. El hígado del hombre tiene la capacidad de eliminar solo una reducida
cantidad de ácido úrico. Este es una sustancia tóxica sumamente peligrosa,
capaz de causar grandes perturbaciones en el cuerpo, y que se libera en grandes
cantidades como consecuencia del consumo de carne.
A diferencia de los carnívoros, y de la
mayor parte de los omnívoros, los seres humanos no tenemos uricasa, la enzima
capaz de descomponer el ácido úrico.
Un carnívoro no suda por la piel, y no
tiene poros; nosotros sí.
La orina de los carnívoros es ácida, la
nuestra alcalina. Ellos tienen la lengua áspera, nosotros no.
Nuestras manos están perfectamente
adaptadas para coger fruta de los árboles, no para desgarrar las entrañas de un
animal como las garras de un carnívoro.
No hay ni una sola
característica anatómica del ser humano que indique que estemos equipados para
desgarrar y arrancar la carne para alimentarnos. Y finalmente, en cuanto seres
humanos no estamos ni siquiera psicológicamente preparados para comer carne.
Los niños son la verdadera
prueba. Poned un niño pequeño en un parque de juegos, con una manzana y un
conejito. Si el niño se come el conejo y se pone a jugar con la manzana,
pedidme lo que queráis (Harvey Diamond, La anti-dieta).
No hay comentarios:
Publicar un comentario