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martes, 8 de enero de 2019

Henry David Thoreau, el incomprendido


Otro escritor, anterior a Pessoa, que se consideró en algún momento incomprendido y desdeñado por los lectores, fue Henry David Thoreau. Antes de escribir Walden, su obra cumbre, escribió otro libro que no tuvo tanto éxito: Una Semana en los Ríos Concord y Merrimac. Con los costes a cuenta y cargo del escritor, un editor conocido de Emerson se lo publicó en 1849 con una tirada de mil ejemplares, de los cuales vendió poco y nada. Así se queja Thoreau de este episodio en la entrada de su diario fechada el 28 de octubre de 1853:

Desde hace un año o dos, mi editor, así mal llamado, me escribe de vez en cuando para preguntarme qué debiera hacerse con las copias que todavía quedan de A week on the Concord and Merrimack rivers, informándome finalmente de que necesitaría el espacio que estas ocupan en su sótano. Así que tuve que decirle que me las mandara aquí, y han llegado hoy, por correo exprés, en un vagón de correos que llenaban completamente. 706 copias de una edición de 1000 ejemplares que yo mismo compré [...] hace cuatro años y que, desde entonces, y hasta hoy todavía, vengo pagando. Ahora me han enviado la mercancía, lo que me da, finalmente, la oportunidad de inspeccionar mi compra. Esto es algo bastante más sustancial que la fama, como bien sabe ahora mi espalda, después de haber tenido que transportarlos por las escaleras, dos pisos arriba, para dejarlos en un lugar parecido a aquel del que provienen. De los doscientos noventa y pico restantes, setenta y cinco fueron regalados y el resto se vendieron. Me veo ahora con una biblioteca de casi novecientos volúmenes, de los que, más de setecientos, han sido escritos por mí mismo. ¿No es bueno que el autor contemple los frutos de su trabajo? Mis obras están apiladas contra una de las paredes de mi cuarto, en un montón que tiene mi altura [...]. Esto es la autoría, este es el trabajo de mi cerebro. [...] Ahora veo para qué escribo, y cuál es el resultado de mis esfuerzos.
Sin embargo, a pesar de este resultado, sentado junto a la masa inerte de mis obras, tomo el lápiz esta noche y anoto el pensamiento o la experiencia que haya podido tener, con tanta satisfacción como siempre. Y, de hecho, creo que este resultado es mejor para mí, me inspira más que si un millar hubiera comprado mi mercancía. Afecta menos mi privacidad, y me deja más libre (El Diario (1837-1861), pp. 314-5).

Se nota que a Thoreau le molestaba no ser leído, como le molesta a todos los escritores que publican. Después tuvo su revancha con Walden, que fue muy leído en vida de Thoreau y más leído aún después de que muriera, pero hasta que eso sucedió tuvo que apurar este trago amargo que le dejó esta tirada que acogió en su propia casa, y lo apuró bastante bien, con fina ironía y humor envidiable.
¿Qué sucedería conmigo si en el 2043 mi libro primero —seguramente costeado por mí mismo— no se vendiese y tuviese que llevarme los ejemplares a mi propio domicilio? Ojalá me lo tome con soda como se lo tomó el gran escritor norteamericano[1].


[1] A otro enorme talento del siglo XIX le pasó algo parecido: “Rimbaud, en 1873, hizo que Una temporada en el infierno se editase a su caigo, pero casi la totalidad de los quinientos ejemplares quedaron en la imprenta, porque no los pudo pagar” (Robert Bréchon, Extraño extranjero, p. 590). Ese libro de poemas es considerado hoy en día una obra maestra.

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