Los preceptos absolutos, en la ética, son falsos, porque siempre
presentan excepciones de acuerdo a una u otra circunstancia en la que se
aplican; de ahí que convenga en esta materia tratar no con preceptos sino con
valores. Hay, sin embargo, un precepto que tiene una vigencia casi universal y
que se verifica en casi cualquier circunstancia, y es el que sigue: Todo lo que provoca un placer sensitivo
exacerbado es malo, malo para el individuo que lo experimenta y también para la
sociedad en la que vive. No digo que todo placer sensitivo sea malo, sino
solo los placeres sensitivos intensos, que lo sacan a uno de sí. El ejemplo
típico son las drogas, especialmente las drogas duras, la heroína, los
inhalantes como el Poxiran y el popper, etcétera. A la mariguana no la metería
en este grupo porque el placer que provoca no es tan intenso. Las bebidas
alcohólicas no sé si incluirlas, porque no provocan un placer tan intenso como
algunas drogas duras. De las comidas, las que sin dudas entran en el precepto
son las carnes, en especial la carne de vaca. El placer que provoca degustar un
bife de chorizo bien jugoso cuando uno está realmente hambriento es tan intenso
como el que provoca el coito. En cuanto al sentido del tacto, las caricias en
las zonas erógenas están incluidas, siempre y cuando produzcan un placer
desmesurado. Los orgasmos, desde luego, si esto es correcto son siempre
inéticos; no así la eyaculación a la que se le quita el placer mediante alguna
técnica. El sentido de la audición no genera placeres demasiado intensos, lo
mismo que el sentido del olfato y el de la vista. Admirar un paisaje, oler una
flor, escuchar una bella melodía, son placeres moderados que no presentan
contraindicaciones.
¿Deseo, con esta declaración, generar millares de remordimientos
en las personas que día a día experimentan estos placeres intensos que
considero inéticos? De ningún modo. Sí deseo concienciar a
la gente para que modere sus placeres sensitivos, y no porque me disguste el
hecho de que gocen, sino porque si gozan demasiado, por lo general terminan
sufriendo dolores más agudos —físicos o espirituales— que los placeres
experimentados. Téngase siempre presente que hablo de moderar los placeres
intensos sensitivos, no los placeres
intensos de orden espiritual. Los placeres sensitivos están bien en su justa
medida y sazón; si nos excedemos, pagamos las consecuencias. Y así como algunos
hindúes entrenan su voluntad para no sentir placer mientras eyaculan, también
podríamos nosotros entrenarnos para sentir lo que hoy sentimos mientras
eyaculamos, pero con intensidad menor, en cualquier otra circunstancia de
nuestra vida cotidiana que se nos antoja trivial o hedónicamente inocua.
Parafraseando a José Gil, deberíamos entrenarnos, y entrenar a las nuevas
generaciones, para saber poner en la taza de té que se saborea diariamente la
voluptuosidad que el hombre normal solo puede encontrar en los gestos finales y
carnales del amor.
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