Si el filósofo llama a esa esencia
de la vida que está en mí y en todo lo que existe «idea», «sustancia»,
«espíritu» o «voluntad», no dice más que una sola cosa, esto es, que esta
esencia existe y que yo soy esa misma esencia, pero por qué existe él no lo
sabe, y, si es un pensador riguroso, no lo responde. Y pregunto yo: «¿Por qué
existe esa esencia y qué resultará del hecho de que ella es y será?». Y la
filosofía no solo no da una respuesta, sino que todo lo que puede hacer es esa
pregunta.
León Tolstoi, Confesión
La solución del problema de la vida está en la
desaparición de este problema. (¿No es esta la razón de que los hombres que han
llegado a ver claro el sentido de la vida después de mucho dudar, no sepan
decir en qué consiste este sentido?)
Ludwig Wittgenstein, Tractatus Lógico-Philosophicus, § 6.521
Siempre
digo que las tres cuestiones metafísicas fundamentales preguntan sobre la
existencia de Dios, del libre albedrío y de la inmortalidad de las conciencias
individuales, y olvido esta otra pregunta, casi tan fundamental como las tres
primeras: ¿Cuál es el sentido de la vida?
Pero quien se pregunta esto así, a secas, está presuponiendo que la vida tiene
sentido, lo cual no está demostrado. La pregunta prioritaria es entonces: ¿Tiene sentido la vida? Cada cual, de
acuerdo a lo que sus intuiciones le dictan —porque aquí la razón y la empiria
no tienen jurisdicción— responderá con sí
o con no. Si responde con no, se acabó el problema —el problema
del gnoseológico; empezarán otros problemas mucho más graves—; si responde con sí, recién ahí toca preguntarse qué
sentido tiene, pero lo que no corresponde de ninguna manera es esperar una
respuesta lingüística de tal interrogante. El interrogante tiene respuesta,
pero no es una respuesta que pueda escribirse o dictarse. Cuando Wittgenstein
dijo que de la ética conviene no hablar, se refería específicamente a este tipo
de preguntas iniciáticas, cuyas respuestas estarán siempre viciadas de
falsedad. “La ética, en la medida en
que surge del deseo de decir algo sobre el sentido último de la vida, sobre lo
absolutamente bueno, lo absolutamente valioso, no puede ser una ciencia” (Conferencia sobre ética, p. 43). El objetivo final de la ética,
para Wittgenstein, es trascendental, lo que significa, entre otras cosas, que
no puede analizarse. Así lo gráfica de manera muy didáctica Enrique Calderón
Rodríguez:
Se
puede ahorrar a un estudiante de medicina que descubra por sí mismo la cura
contra la tuberculosis gracias a que puede aprender la naturaleza de tal
enfermedad a través del conocimiento científico médico que sobre tal existe hoy
en día. Tal conocimiento sobre la tuberculosis se ha podido descubrir sobre la
base de que es un hecho que acaece en el mundo y, por extensión, susceptible de
definición científica, de transmisión y de aprendizaje conceptual lingüístico.
Pero en lo referente al sentido de la vida, no le podemos ahorrar a tal estudiante
que lo descubra por sí mismo pues, aplicando la filosofía de Wittgenstein, al
ser de naturaleza inefable no puede cristalizar en forma de definición análoga
a la de la tuberculosis. Por consiguiente, ese estudiante solo podrá
aprehenderlo a través de su propia experiencia y de la reflexión filosófica que
sobre esta vaya desarrollando (La filosofía como terapia en Ludwig Wittgenstein, p. 37).
Algunos lectores del Tractatus
Logico-Philosophicus de Wittgenstein tomaron este
silencio que recomendaba como una muestra de desprecio hacia las cuestiones éticas,
pero significaba todo lo contrario. Son tan, pero tan importantes estas
cuestiones, que no se pueden expresar ni explicar a través de un medio
comunicativo tan insuficiente como la palabra. Se explican de otra manera, de
manera mística o intuitiva. De manera, podríamos decir también, religiosa. Es
por eso que los sistemas éticos que no incluyen dentro de su aparato
explicativo la religión, la intuición o la mística, permanecerán por siempre
incompletos.