Vistas de página en total

Mostrando entradas con la etiqueta Pessoa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Pessoa. Mostrar todas las entradas

miércoles, 19 de febrero de 2020

La frescura de una obra genial


Continúo con el geronte Schopenhauer:

Puesto que las obras de los genios son reconocidas frecuentemente de una forma tardía, rara vez son gozadas por sus contemporáneos con la frescura del colorido que le presta la actualidad y el presente, sino que, al igual que los higos y los dátiles, lo son más bien en condiciones secas que frescas (El arte de envejecer, § 127).

Una obra genial está por salir a la calle: mi Pessoa y yo. Tendrán los argentinos la oportunidad de gozarla fresca, no sé si la aprovecharán.

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Diferentes estados de ánimo ante la corrección y revisión de un libro


Pessoa, nos comenta una especialista en la obra del portugués,

concibe la labor de corrección y reescritura como un padecimiento, y así lo expresa reiteradamente: “vou fazendo e refazendo. A tortura disto, misturada com a de estar doente e outros ingredientes de mal-estar psíquico forma um composto espiritual muito pouco favorecedor e apressador de trabalho” (Liliana Swiderski, “La creación del lector en Fernando Pessoa”, artículo disponible en internet).

A mí, por el contrario, las correcciones y reescrituras me divierten y me apasionan. Soy como un repostero que, una vez hecha la torta, se toma su tiempo —tal vez un tiempo mayor que el que le demandó hacerla— para decorarla y colorearla, y la decora y colorea con alegría.

jueves, 21 de marzo de 2019

Pienso, existo, escribo


Escribir es, para mí, de una manera muy cruel para cualquier persona que esté a mi alrededor [...], lo más importante que hay sobre la Tierra [...]. Y por eso, temblando de miedo ante cualquier perturbación, me mantengo abrazado al escribir, y no solo al escribir sino también a la soledad correspondiente.
Franz Kafka, carta a Robert Klopstock, marzo de 1923

“Perdóname, Ophélia, pero yo debía escribir, debía solo escribir, no podía hacer otra cosa”, le dijo Pessoa —según Antonio Tabucchi— al amor de su vida como única explicación de su final distanciamiento. Pessoa representa fielmente al escritor fisiológico, a quien siente la necesidad de escribir de un modo parecido a como siente la necesidad de orinar. No meamos por placer sino para evitar que la vejiga nos moleste; y Pessoa no escribía por placer, sino porque si no escribía sus desasosiegos se incrementaban. Este tipo de escritores no son comunes, al menos entre los que cobraron fama. El único que podría equipararse a Pessoa en este sentido es Franz Kafka, quien, dirigiéndose, igual que Pessoa, a su amada, confiesa lo que para cualquier no escritor es un signo evidente de misantropía y sicosis:

Una vez me dijiste que te gustaría estar sentada a mi lado mientras escribo; pero date cuenta de que en tal caso no sería capaz de escribir […] nunca puede estar uno lo bastante solo cuando escribe, […] nunca puede uno rodearse de bastante silencio […] la noche resulta poco nocturna, incluso. Con frecuencia he pensado que la mejor forma de vida para mí consistiría en encerrarme en lo más hondo de una vasta cueva con una lámpara y todo lo necesario para escribir. Me traerían la comida y me la dejarían siempre lejos de donde yo estuviera instalado, detrás de la puerta más exterior de la cueva. Ir a buscarla, en camisón, a través de todas las bóvedas, sería mi único paseo. Acto seguido regresaría a mi mesa, comería lenta y concienzudamente, y enseguida me pondría de nuevo a escribir. ¡Lo que sería capaz de escribir entonces! ¡De qué profundidades lo sacaría! ¡Sin esfuerzo! Pues la concentración extrema no sabe lo que es el esfuerzo. Lo único que quizás no perseverase, y al primer fracaso, tal vez inevitable incluso en tales condiciones, no podría menos que hundirme en la más grande de las locuras: ¿qué dices a esto, mi amor? ¡No retrocedas ante el habitante de la cueva! (carta a Felice Bauer del 14/1/1913, citada por Ricardo Piglia en El último lector, p. 25).

“Difícil —comenta Piglia — encontrar algo más extremo. La torre de marfil suena frívola ante este sótano, y la isla de Robinson se puebla demasiado rápido. Esa forma de vida es la garantía de un uso del lenguaje absolutamente único”. Para escribir sin esfuerzo lo único necesario es la concentración extrema, y la concentración extrema solo es posible en el total aislamiento; coincido completamente.
Me viene a la mente un tercer ejemplo de escritor fisiológico: el Marqués de Sade, al menos como lo interpreta Geoffrey Rush en la película Letras prohibidas (Quills, 2000). Sentía tal necesidad de escribir este marqués pasado de rosca que cuando lo internaron en el manicomio y le negaron tinta y papel, escribió, al principio, en las sábanas de su cama con su propia sangre, y cuando ni esto pudo hacer ¡escribió en las paredes con su dedo como pluma y su mierda como tinta!... Escribía liviandades, pero no puedo menos que identificarme con este personaje a la hora de graficar mis ímpetus literarios.
Yo también escribo por necesidad, pero la escritura, en mí, y a diferencia de Pessoa, Kafka y Sade, no se constituye como un fin en sí misma, sino como un simple medio. La escritura es el medio imprescindible que necesito emplear para la consecución de mi más ansiado fin, que es pensar. Es verdad que hay ocasiones en que escribo por escribir y no para poder pensar, pero cuando escribo en serio, realmente en serio, utilizo la escritura como una simple y necesaria herramienta del pensamiento. Yo no sé pensar sin escribir. Es como si mis ideas, que moran en mi subconsciente (como las ideas de todo el mundo), necesitasen de la intermediación del papel y la lapicera para pasar de allí hacia mi conciencia. En mi Cita a ciegas escribí:

Si me encerrasen por diez años en una estrecha y solitaria celda, dándome previamente cantidad suficiente de papel y tinta, tal vez fuese yo un hombre relativamente feliz; pero si me encierran sin lápiz ni papel ninguno de donde atenazar mis pensamientos, ¡loco me volvería en unos pocos meses!

Soy como Kafka en su cueva, pero la locura me sobrevendría no por no poder escribir, sino por no poder pensar. A  Kwai Chang Caine lo encerraron cierta vez en un estrechísimo galpón, durante largos días, y solo se le acercaron para darle un pan (que no tocaba, por el calor que hacía ahí dentro) y un poco de agua. ¿Se volvió loco? Al contrario, salió más lúcido de lo que entró; tal es el poder de la contemplación mística. Pero yo de místico no tengo nada, soy pura racionalidad con una que otra intuición que se me cruza de vez en cuando, por eso necesito pensar constantemente, pedirme que ponga mi mente en blanco es como pedirle peras al olmo. Y como para pensar necesito escribir, la necesidad fisiológica, a simple vista, parece ser la escritura, pero no. Si me alcanzasen otra herramienta más útil para mejor pensar, dejaría sin dudarlo de escribir y me aferraría a ese otro artefacto o procedimiento.
Pessoa, Kafka y el Marqués dirían: escribo, luego existo; yo existo, como sugiere Descartes, solamente cuando pienso.

miércoles, 13 de febrero de 2019

Genio oculto, pueblo inculto


Pocos días después del fallecimiento de Pessoa, el 5 de diciembre de 1935, la Emisora Nacional (de radiodifusión) de Lisboa emitió un boletín que decía esto entre otras cosas:

Fernando Pessoa reunía en su extraordinaria personalidad —sin duda la más compleja de la literatura portuguesa— todos los elementos de la atracción intelectual. Cuando el gran público desconoce a un gran poeta, la culpa nunca es del poeta. Solo hay genios ocultos en pueblos incultos (citado por José Paulo Cavalcanti Filho en Fernando Pessoa: casi una autobiografía, p. 737).

Pero muchos, tal vez la mayoría, de los genios literarios permanecieron ocultos para sus contemporáneos, lo que simplemente significa que casi todos los pueblos de la tierra, presentes y pasados, han sido demasiado, vergonzosamente incultos. Y si yo estoy aquí ahora escribiendo en lugar de estar soldando lonas es porque ansío, desde lo más profundo de mi corazón, que la incultura popular mengüe o desaparezca.

martes, 7 de agosto de 2018

Pessoa y la no felicidad


Vivir no es necesario; lo que es necesario es crear.
Fernando Pessoa, Escritos autobiográficos, automáticos y de reflexión personal

En 1912, mucho antes de conocer a Ofelia, ya tenía en claro Pessoa que su destino no se enderezaría hacia la felicidad: “No cuento con gozar mi vida; ni en gozarla pienso. Solo quiero volverla grande, aunque para eso tenga que ser mi cuerpo [...] la leña de ese fuego” (EEAA, p. 49). ¿Será entonces que algunos grandes creadores, como Pessoa, como Poe, como Faulkner, necesitan destruir su cuerpo, quemar su cuerpo, para encender su alma? Parece que sí. “Para crear, me destruí”, dice Bernardo Soares (LDD, § 34). La dicha, para ellos, representaba el fin del incendio, la muerte de la criatura creante. Destino trágico si los hay, en el que el artista debe decidir entre su bienestar personal y el bienestar de sus obras. Por fortuna no todos los hombres de genio funcionan con ese combustible; y yo, que no sé si soy de genio y que a veces también dudo de si soy un hombre, me alegro de no necesitar del martirio en la hoguera para que las musas me visiten.

lunes, 6 de agosto de 2018

Genio literario y matrimonio en Pessoa


Para el primer biógrafo de Pessoa, “el amor por Ofelia fue una momentánea transigencia con la sinceridad convencional del hombre al que la soledad, la avidez de ternura, la necesidad de una familia apremiaban por todos lados” (JGS, p. 362). El destino, según Simões, salva la futura obra de Pessoa y lo rescata de la “cobarde transigencia” que estaba a punto de cometer comprometiéndose con Ofelia, enviándole de regreso a Lisboa a su querida madre que había enviudado por segunda vez. La convivencia con su madre y hermanas le devolvió el espíritu familiar que buscaba en Ofelia. A medida que se aferraba a su madre (“su verdadero y único amor”, dice Simões) se desaferraba de Ofelia, hasta que finalmente la dejó. La libido de Pessoa “estaba dominada por la representación inconsciente de la madre” (ibíd., p. 373). La teoría de Simões es la de que si no fuera por el regreso de su madre, Pessoa habría sucumbido a los burgueses encantos del matrimonio y se habría casado con Ofelia, y el genio literario, a partir de ahí, habría desaparecido. Esta hipótesis, por jugar con hechos que no son hechos porque nunca sucedieron, no puede ser corroborada, mas no por eso hay que desdeñarla. Tal vez Pessoa corrió peligro de muerte allá por los años 20, no el hombre sino el artista, y su madre lo rescató. Si este es el caso, habrá que decir que la muerte de su padrastro no pudo ser más oportuna.

sábado, 4 de agosto de 2018

Pessoa y el cansancio de pensar


“Ayer —nos cuenta Pessoa— sufrí la influencia refrescante de algunas páginas de estadística. Si se reflexiona con cuidado, el misterio del Universo se encuentra también ahí. Aunque no lo parezca” (PDN, § 39). Cualquier ciencia, por blanda que sea, tiene que mostrarnos un costado estadístico para que podamos considerarla como tal. Interesarse por las estadísticas, saber interpretarlas y no dejarse engañar por ellas es tarea ineludible para el pensador filosófico.

1:22 a.m.
Nos cansamos de todo, menos de comprender”, decía Virgilio. Bernardo Soares no está de acuerdo: “Dijo mal el escoliasta de Virgilio. De lo que más nos cansamos es, sobre todo, de comprender. Vivir es no pensar” (LDD, § 374). Yo le voy a Virgilio: el día que me canse de comprender, la vida se me tornará tediosa. ¿Y no era por eso, por haberse cansado de comprender, que Soares-Pessoa vivía desasosegado?

1:46 A.M.
No es imprescindible estudiar letras o filosofía para ser un buen escritor o un buen pensador. Pessoa se inscribió en un curso de letras en Lisboa, pero asistió poco y de forma irregular[1]. Su formación literaria no necesitó de las universidades. Yo me inscribí en la carrera de filosofía en el 2011, pero apenas cursé un cuatrimestre. Mi formación filosófica tampoco necesitó de las universidades.

1:58 A.M.
A Pessoa nunca le sobró el dinero, y en algunas ocasiones le faltó[2]. Pese a ello, continuó siempre trabajando en lo mismo: era, según su propia definición, un “corresponsal extranjero en casas comerciales” (EEAA, p. 112). Y eso que no le faltaron oportunidades de progreso. Como el ofrecimiento del doctor Coelho de Carvalho, entonces rector de la Universidad de Coimbra, para que ocupase la cátedra de lengua y literatura inglesa en la Facultad de Letras; o el del general Silvano, que le ofreció una ocupación que le proporcionaría ochenta mil reales mensuales. También desestimó una oferta de empleo de la filial portuguesa de la Vacuum Oil Company (cf. CF, p. 485). Pessoa rechazó todos estos empleos bien pagados porque requerían más dedicación y mayores responsabilidades. No quiso ganar más al precio de resignar horas dedicadas a la vida literaria.
 Yo también, en algún momento, sufrí alguna estrechez económica (véanse mis anotaciones del 20/10/7), aunque nunca me faltó el sustento. Y yo también rechazaré en unos meses un trabajo bien remunerado —el de lonero— para dedicarme con mayor esmero a la filosofía y la literatura.

3:50 p.m.

Parece que en el camino que transita desde la certeza de la filosofía socrática, desde una piel platónica o kantiana, Pessoa, deshaciéndose de su credulidad científica llegara a la otra orilla que busca la verdad mediante la mentira, ya asumida, mediante la asunción de que todo es ilusión, de que lo esencial es la apariencia (POT, pos. 1789).

Yo también tendría que leer un poco más de poesía, aunque no tanta como para mutar en poeta. Siempre fui y me consideré un pensador filosófico con facultades poéticas y no un poeta animado por la filosofía. Pero un poco de poesía me vendría bien, porque últimamente (desde hace unos treinta años) estoy demasiado racionalista.

4:57 P.M.
La mentira artística, a la que era propenso Pessoa, pugnaba con igual fuerza en su espíritu joven con el amor filosófico a la verdad. Después la mentira artística le sacó varios cuerpos a la verdad; consecuencia: se convirtió, acicateado por Alberto Caeiro, en un poeta demasiado irracional, y sus inclinaciones filosóficas se hicieron demasiado posmodernas, con todo lo que ello implica en detrimento de la coherencia intelectiva.
Dice Pérez López:

Sentía vivos en él al filósofo y al poeta, en una pugna que a nuestros jóvenes ojos encarna la pugna de toda la historia dialéctica de nuestra animalidad quizá en una reproducción ontogénica de esa gran pugna que nos constituye como especie e individuo. Una pugna de dos mitades que no logran hermanarse (POT, pos. 1793).

Todos los amantes de la literatura tenemos un poco de filósofos y un poco de poetas, y todos nos inclinamos un poco más hacia alguno de estos dos bandos. Según Miguel de Unamuno, “la filosofía se acuesta más a la poesía que no a la ciencia”. Pessoa opinaba lo mismo. Yo creo que la buena filosofía se acuesta con las dos por igual, porque una filosofía con poca ciencia tiende al verbalismo huero y una filosofía con poca poesía tiende al almidonamiento. Puede, sí, el pensador filosófico recostarse un día más hacia la poesía y otro día más hacia la ciencia, pero no conviene que deje de lado ninguna de estas disciplinas por un período prolongado. Pessoa se acostó mucho, demasiado a la poesía como para pretender el rótulo de pensador filosófico; yo me acuesto muy poco como para pretender el rótulo de poeta.

6:29 p.m
Pensador temerario era Pessoa; el prurito de la demostración científica no le quitaba el sueño. Leamos por ejemplo este pasaje:

Si la fecundación se da en períodos en los que los dos padres (o uno solo de ellos) viven en tensión nerviosa constante, el producto de ese acto, el hijo, tenderá a recibir un elemento de anormalidad, aunque los padres sean normales (EGL, p. 41).

Yo afirmé hace un tiempo (y lo sigo sosteniendo) que si la fecundación se realiza con amor, el hijo nacerá con una impronta más armónica y equilibrada que si se realiza por mero deseo sexual, y que una relación sexual sin amor, pero con excitación intensa, recombina mejor la genética del futuro hijo que el sexo sin amor y sin deseo. A temeridad epistemológica no me gana nadie.

8:29 p.m.
Disfrutó mucho Pessoa, en su juventud, leyendo los libros de Haeckel. En su biblioteca personal se encuentran Los enigmas del universo, Las maravillas de la vida, El origen del hombre y la Historia de la creación de los seres organizados según las leyes naturales. Son los mismos libros que yo he leído, en mi juventud (filosófica), en la Biblioteca Nacional y en la del Congreso, con la única diferencia de que Pessoa los leyó traducidos al francés y yo al español.
 Haeckel es un trampolín de singular potencia para lanzarse de lleno a la filosofía, pero es un trampolín solamente, hay que rebotar en él y alejarse. Quedarse en Haeckel es como subir al trampolín y no saltar por miedo a la caída. La filosofía implica mucho más riesgos que los que Haeckel y sus discípulos están dispuestos a correr.

9:54 p.m.
Fernando Pessoa, además de ganarse la vida traduciendo cartas comerciales, participó de algunas campañas publicitarias y sus frases fueron recompensadas con un extra de dinero que siempre fue bienvenido. El aporte que más trascendió en este sentido fueron sus ideas en favor de la bebida gaseosa que ya en aquel momento comenzaba a ser furor en el mundo:

El escritor fue contratado en 1928 como redactor y creador de una campaña publicitaria [...] para el lanzamiento de la Coca-Cola en Portugal. [...] La aguda mordacidad del poeta se tradujo en el siguiente eslogan: Primero se extraña, después se entraña. La frase produjo algún impacto inicial, seguido luego de un escándalo que traería enormes perjuicios financieros. Ocurre que el entonces Director de Salud de Lisboa [...] entendió que el mensaje publicitario era un explícito reconocimiento de la toxicidad y condición adictiva del producto. Sobre esa base decretó la prohibición del consumo y, más aún, ordenó que todas las botellas de Coca-Cola existentes en Portugal fueran arrojadas al mar (Luis Gruss, Lo inalcanzable, p. 36).

En lugar de los portugueses, los que se hicieron adictos a la Coca-Cola fueron los peces de ese mar, que desde aquel entonces se llama Mar Muerto: esa infesta bebida los mató a todos.


[1] Se matriculó “en el Curso superior de Letras de la Universidad de Lisboa (con un especial interés en la Cátedra de Filosofía), cursos que frecuenta desde finales de 1905 a mediados de 1907” (POT, pos. 1770).
[2] En su diario, entrada del 14/11/1915, escribe: "En casa sin cena, porque no tenía dinero" (EEAA, p. 86). También en algunas ocasiones tuvo que pedir dinero prestado a uno u otro amigo.

domingo, 22 de julio de 2018

El vínculo entre la genialidad y la desdicha según Fernando Pessoa


Todo cuanto pienso,
todo cuanto soy,
es un desierto inmenso
donde ni yo estoy.
Fernando Pessoa, poema sin título, 18/3/1935

Teniendo la casi seguridad de ser un escritor genial, y la seguridad plena de ser un hombre desdichado, lanza Pessoa el siguiente comentario: “Cuanto más noble el genio, menos noble el destino. Un genio pequeño consigue la fama, un gran genio consigue mala reputación, un genio mayor consigue la desesperación” (EBI, § 25). ¿Es esto siempre así? No me parece. Genios de las letras y las artes hubo que han sido profundamente infelices, pero otros tantos la pasaron bastante bien, y no por eso ha mermado su genialidad. No existe una relación directa entre la genialidad artística o intelectual y la desdicha. Si somos desdichados (¡Oh, mi espanto de ser, nada podrá vencerte! / ¡La vida y la muerte son un solo y mismo mal!, AP 2577), si somos desdichados busquemos la razón en otro lado y no en nuestra supuesta genialidad. El verdadero santo vive bien, no vive todo el tiempo mortificado, y creo que al verdadero genio le tiene que suceder, en la generalidad de los casos, algo parecido[1].


[1] Tal vez Pessoa, habiendo sido un genio de las letras, haya caído en esta generalidad y no haya sido todo lo infeliz que suponemos que fue. Así lo pinta su primo, Eduardo Freitas da Costa: “El poeta deseó toda la vida (y felizmente consiguió) trabajar sin horarios, comer y cenar donde y cuando le apeteciese, conversar todo el día en la mesa del café y escribir intensamente durante la noche entera” (citado en CT, p. 88). Según Freitas da Costa, Pessoa tenía sueños muy modestos y todos los cumplió: su modestia en el deseo habría sido la clave de su felicidad.

jueves, 12 de julio de 2018

Por qué Pessoa no fue (ni podría haber sido) conferencista


Los escritores podrían dividirse en dos grupos, antagónicos entre sí: los que pronuncian conferencias y los que jamás las pronunciarían, aunque tuviesen la oportunidad. Pessoa estaba entre estos últimos:

No descender nunca a dar conferencias para que no se crea que [...] descendemos hasta el público para hablar con él. Si quiere, que nos lea.
Y es que además el conferenciante parece un actor —una criatura que el buen artista desprecia, un mozo de cuerda del Arte (LDD, § 400).

No digo que los buenos escritores no puedan dar conferencias —Borges las pronunciaba todo el tiempo—, digo que hay dos tipos de buenos escritores, los instalados en la opinión de sus contemporáneos y los que no se instalarán jamás en ese nicho, porque si se instalasen desaparecerían como tales. Fernando Pessoa, frente a un auditorio ansioso de escucharlo, ya no sería el Fernando Pessoa que admiramos. Es muy difícil, como dice Carlos Taibo, “imaginarlo impartiendo conferencias, firmando ejemplares o acudiendo a los estudios de televisión para promocionar la última entrega del Livro do desassossego” (CT, p. 217). No sabemos si tuvo en verdad la oportunidad de dar una conferencia o de firmar un autógrafo; sí sabemos que no lo hizo, sea por voluntad propia o impuesta. Y también sabemos que si hubiese impartido una conferencia (o una lección en una cátedra, da lo mismo), habría traicionado su leyenda de poète maudit, y nosotros, sus discípulos tardíos, le habríamos perdido un poco el respeto. Eso no sucedió, no cometió esa traición. “Murió —concluye Taibo con sabiduría— como muchos le agradecemos que muriera: siendo, inequívocamente, él mismo”.

sábado, 7 de julio de 2018

El temperamento femenino de Pessoa


“No encuentro dificultad en definirme” —dice Fernando Pessoa—:

Soy un temperamento femenino con una inteligencia masculina. Mi sensibilidad y los movimientos que de ella proceden, y es en eso que consisten el temperamento y su expresión, son de mujer. Mis facultades de relación —la inteligencia, y la voluntad, que es la inteligencia del impulso— son de hombre.

Cataloga esta condición como “una inversión sexual frustrada”. Frustrada porque se detiene en el espíritu. Pero

en los momentos de meditación sobre mí, me inquietó [...] que esa disposición del temperamento no pudiera un día descenderme al cuerpo (EEAA, pp. 98-9).

Este temperamento invertido lo tenían también, según Pessoa, Shakespeare y Rousseau, con la diferencia de que estos dos grandes literatos no supieron o no quisieron impedir el descenso del temperamento al cuerpo, y así Shakespeare incursionó en la homosexualidad y Rousseau cayó en un “vago masoquismo”[1].
Yo también, al igual que Pessoa, tengo sensibilidad femenina e inteligencia masculina, y al igual que Shakespeare y Rousseau, permití que mi temperamento descendiera y se instalara en mi cuerpo. ¿Será esto humillante, como lo sospechaba Pessoa, o será un simple sinceramiento que nos libera de una impedimenta que no es deseable para el escritor tener que llevar sobre su espalda? Lo humillante no es la homosexualidad sino la concupiscencia desmadrada, sin importar hacia qué objeto se dirige. “Bastaba el deseo [de tener sexo con un hombre] para humillarme”, confiesa Pessoa. A mí me humilla cualquier tipo de deseo libidinoso, yo no discrimino. Y como el deseo y el acto me humillan lo mismo, voy directo al acto, que tiene la ventaja de ser, respecto al deseo, bastante más placentero.


[1] Pessoa abonaba la teoría según la cual Shakespeare el poeta no era en realidad la misma persona que Shakespeare el actor, sino que detrás de este se escondía sir Francis Bacon —y era a Bacon a quien consideraba homosexual— (cf. F. Pessoa, Escritos sobre genio y locura, p. 264).