Otra cuestión
metafísica, sin duda muy controvertida, es la de la relación cuerpo-mente. Este
no es, según Carnap, "solamente uno de los problemas tradicionales de la
filosofía [...], sino que ha llegado a ser el problema principal de la
metafísica actual" (La construcción
lógica del mundo, cap. 22). Sin desmerecer la cuestión, yo creo que los
principales problemas metafísicos actuales son los de siempre: la existencia de
Dios, la existencia del libre albedrío y la inmortalidad de las conciencias
individuales. El "problema psicofísico", como lo llama Carnap, es de
gran relevancia metafísica, pero queda muy relegado en importancia en
comparación con los otros tres.
Dicho esto,
establezcamos las proposiciones en disputa en este terreno, que según Carnap
son tres:
1) El interaccionismo.
2) El paralelismo.
3) La filosofía de la
identidad.
El interaccionismo afirma que existe una
relación de causa-efecto en ambas direcciones: los procesos cerebrales pueden
causar procesos psíquicos y viceversa. El paralelismo niega esta relación de
causa-efecto y admite solo una correspondencia funcional (en paralelo, sin
interferencias) entre lo físico y lo psíquico. Finalmente, la filosofía de la
identidad "no acepta absolutamente que haya una dualidad en el género de
objetos, sino que concibe lo físico y lo psíquico como los dos «lados» de un
mismo algo que es «su fondo»". A mí me parece que la tercera proposición
sale sobrando y que la disputa se centra en conocer si la esencia de la
relación cuerpo-mente tiene visos interaccionistas o paralelistas. Y es esta
"esencia" del problema lo que fastidia a Carnap, porque no existe,
según él, ningún indicio empírico que nos ayude a resolver la cuestión hacia un
lado o hacia otro. "No se puede imaginar --concluye-- una situación más
desalentadora". Desalentadora, concluyo yo, para quien forma sus juicios
más íntimos en base a verificaciones detectivescas, pero no para quien admite
la existencia de las intuiciones intelectuales puras. Y que no me venga a decir
Carnap que las intuiciones intelectuales puras, es decir, los juicios que nos
sugieren un estado de cosas y que no se apoyan ni en la lógica ni en la
experiencia, no existen, porque ¿cómo sabe que no existen? Carnap solo afirma
lo que puede ser, potencialmente, verificado o refutado por la experiencia, y
este juicio que niega la existencia de los problemas metafísicos no tiene nada
de experimental y por ende no es carnapiano. Carnap puede muy bien manejarse
por la vida sin echar mano de estos juicios, pero no puede afirmar que no
existen (ni que existen), sin que todo su edificio lógico-empírico se desmorone[1].
Por lo demás, yo creo
que es perfectamente lógico, lógico en un sentido metafísico, plantearse la
existencia del "problema psicofísico" y decantarse por una de las
posibles opciones. Y mi opinión a este respecto no ha variado: afirmo la
existencia del paralelismo psicofísico, no creo que las vivencias tengan
relación con los procesos neurales y viceversa (véase la entrada del 16/5/3).
¿Y en qué me baso, me preguntará Carnap, para decidirme por esta solución y no
por la otra? Pues me baso en mi sistema metafísico, que consta de muchas ruedas
y engranajes, uno de los cuales, fundamental como pocos, es el hilozoísmo, y el
hilozoísmo pide, para ser lógico (¡sí, metafísicamente lógico, la metafísica
también necesita de la lógica!), la compañía y el auxilio de la hipótesis del
paralelismo psicofísico. Y que no se me indague ahora sobre los orígenes y los
fundamentos de mi adhesión al hilozoísmo, porque no podría precisarlos. Cuando
uno decide creer en la metafísica y adoptar una metafísica en particular, las
proposiciones metafísicas le van surgiendo una tras otra, van cayendo como
fichas de dominó en nuestra mesa espiritual, y nos ponemos en la tarea de armar
el dominó de tal manera que las fichas todas queden encadenadas y que el
círculo se cierre. La ciencia, en el sentido verificacionista, falsacionista o
predictivo del término, no tiene nada que hacer en este juego, y eso es lo que
les molesta a quienes tienen a la ciencia en un pedestal, cual si fuera la piedra
de toque para la solución de todos los problemas. La metafísica de cada quien
se arma con proposiciones que deben presentar una relación lógica entre sí. Una
relación lógica, no una relación empírica. Justamente por eso, por no tener una
relación directa con la empiria y sí con la lógica, tienen los sistemas
metafísicos mucho mayor interés que los paradigmas de la ciencia. Demostrar, lo
que se dice demostrar, no pueden demostrarse los sistemas metafísicos; lo que
sí se puede hacer es investigar su consistencia, y la consistencia de mi
sistema metafísico me pide aceptar como cierta la hipótesis del paralelismo
psicofísico. Pruebas no tengo, pero tengo razones para hacerlo, y las razones
siempre me han parecido mucho más interesantes que las demostraciones.
[1] Ya Julián Marías había realizado una crítica
similar de la impostura intelectual del Círculo de Viena: “La tesis de que no
tiene sentido más que lo empíricamente controlable, ¿es empíricamente
controlable? Porque al filósofo que suscribe esa tesis se me ocurre
preguntarle: ¿cómo lo sabe usted? Ah, lo sabe por fuentes que en rigor para él
no son válidas. Hay un paso o salto a otro género. El filósofo que niega
sentido a todo enunciado no empíricamente controlable, está haciendo un
enunciado no empíricamente controlable. Si un filósofo se limitara a enunciar
sólo tesis empíricamente controlables, estaríamos encantados con él y no habría
nada que objetar. Pero si se atreve a dar un paso más y decir que sólo tienen
sentido esas tesis, me pregunto cómo lo sabe. Y entonces resultaría que podemos
tener respeto por la práctica del que elimina de su filosofía toda referencia
al problema de Dios, pero no me sentiría igualmente respetuoso frente al que en
nombre de la controlabilidad empírica me lo prohíbe. Si es en nombre de otras
cosas, y con buenas razones, está bien; pero si es en nombre de ese criterio,
no lo acepto, porque su principio no es empíricamente controlable” (Julián
Marías, Sobre el cristianismo, ensayo
titulado “La filosofía actual y el ateísmo”).
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