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domingo, 14 de agosto de 2016

El problema cuerpo-mente según Carnap

Otra cuestión metafísica, sin duda muy controvertida, es la de la relación cuerpo-mente. Este no es, según Carnap, "solamente uno de los problemas tradicionales de la filosofía [...], sino que ha llegado a ser el problema principal de la metafísica actual" (La construcción lógica del mundo, cap. 22). Sin desmerecer la cuestión, yo creo que los principales problemas metafísicos actuales son los de siempre: la existencia de Dios, la existencia del libre albedrío y la inmortalidad de las conciencias individuales. El "problema psicofísico", como lo llama Carnap, es de gran relevancia metafísica, pero queda muy relegado en importancia en comparación con los otros tres.
Dicho esto, establezcamos las proposiciones en disputa en este terreno, que según Carnap son tres:

1) El interaccionismo.
2) El paralelismo.
3) La filosofía de la identidad.

El interaccionismo afirma que existe una relación de causa-efecto en ambas direcciones: los procesos cerebrales pueden causar procesos psíquicos y viceversa. El paralelismo niega esta relación de causa-efecto y admite solo una correspondencia funcional (en paralelo, sin interferencias) entre lo físico y lo psíquico. Finalmente, la filosofía de la identidad "no acepta absolutamente que haya una dualidad en el género de objetos, sino que concibe lo físico y lo psíquico como los dos «lados» de un mismo algo que es «su fondo»". A mí me parece que la tercera proposición sale sobrando y que la disputa se centra en conocer si la esencia de la relación cuerpo-mente tiene visos interaccionistas o paralelistas. Y es esta "esencia" del problema lo que fastidia a Carnap, porque no existe, según él, ningún indicio empírico que nos ayude a resolver la cuestión hacia un lado o hacia otro. "No se puede imaginar --concluye-- una situación más desalentadora". Desalentadora, concluyo yo, para quien forma sus juicios más íntimos en base a verificaciones detectivescas, pero no para quien admite la existencia de las intuiciones intelectuales puras. Y que no me venga a decir Carnap que las intuiciones intelectuales puras, es decir, los juicios que nos sugieren un estado de cosas y que no se apoyan ni en la lógica ni en la experiencia, no existen, porque ¿cómo sabe que no existen? Carnap solo afirma lo que puede ser, potencialmente, verificado o refutado por la experiencia, y este juicio que niega la existencia de los problemas metafísicos no tiene nada de experimental y por ende no es carnapiano. Carnap puede muy bien manejarse por la vida sin echar mano de estos juicios, pero no puede afirmar que no existen (ni que existen), sin que todo su edificio lógico-empírico se desmorone[1].
Por lo demás, yo creo que es perfectamente lógico, lógico en un sentido metafísico, plantearse la existencia del "problema psicofísico" y decantarse por una de las posibles opciones. Y mi opinión a este respecto no ha variado: afirmo la existencia del paralelismo psicofísico, no creo que las vivencias tengan relación con los procesos neurales y viceversa (véase la entrada del 16/5/3). ¿Y en qué me baso, me preguntará Carnap, para decidirme por esta solución y no por la otra? Pues me baso en mi sistema metafísico, que consta de muchas ruedas y engranajes, uno de los cuales, fundamental como pocos, es el hilozoísmo, y el hilozoísmo pide, para ser lógico (¡sí, metafísicamente lógico, la metafísica también necesita de la lógica!), la compañía y el auxilio de la hipótesis del paralelismo psicofísico. Y que no se me indague ahora sobre los orígenes y los fundamentos de mi adhesión al hilozoísmo, porque no podría precisarlos. Cuando uno decide creer en la metafísica y adoptar una metafísica en particular, las proposiciones metafísicas le van surgiendo una tras otra, van cayendo como fichas de dominó en nuestra mesa espiritual, y nos ponemos en la tarea de armar el dominó de tal manera que las fichas todas queden encadenadas y que el círculo se cierre. La ciencia, en el sentido verificacionista, falsacionista o predictivo del término, no tiene nada que hacer en este juego, y eso es lo que les molesta a quienes tienen a la ciencia en un pedestal, cual si fuera la piedra de toque para la solución de todos los problemas. La metafísica de cada quien se arma con proposiciones que deben presentar una relación lógica entre sí. Una relación lógica, no una relación empírica. Justamente por eso, por no tener una relación directa con la empiria y sí con la lógica, tienen los sistemas metafísicos mucho mayor interés que los paradigmas de la ciencia. Demostrar, lo que se dice demostrar, no pueden demostrarse los sistemas metafísicos; lo que sí se puede hacer es investigar su consistencia, y la consistencia de mi sistema metafísico me pide aceptar como cierta la hipótesis del paralelismo psicofísico. Pruebas no tengo, pero tengo razones para hacerlo, y las razones siempre me han parecido mucho más interesantes que las demostraciones.



[1] Ya Julián Marías había realizado una crítica similar de la impostura intelectual del Círculo de Viena: “La tesis de que no tiene sentido más que lo empíricamente controlable, ¿es empíricamente controlable? Porque al filósofo que suscribe esa tesis se me ocurre preguntarle: ¿cómo lo sabe usted? Ah, lo sabe por fuentes que en rigor para él no son válidas. Hay un paso o salto a otro género. El filósofo que niega sentido a todo enunciado no empíricamente controlable, está haciendo un enunciado no empíricamente controlable. Si un filósofo se limitara a enunciar sólo tesis empíricamente controlables, estaríamos encantados con él y no habría nada que objetar. Pero si se atreve a dar un paso más y decir que sólo tienen sentido esas tesis, me pregunto cómo lo sabe. Y entonces resultaría que podemos tener respeto por la práctica del que elimina de su filosofía toda referencia al problema de Dios, pero no me sentiría igualmente respetuoso frente al que en nombre de la controlabilidad empírica me lo prohíbe. Si es en nombre de otras cosas, y con buenas razones, está bien; pero si es en nombre de ese criterio, no lo acepto, porque su principio no es empíricamente controlable” (Julián Marías, Sobre el cristianismo, ensayo titulado “La filosofía actual y el ateísmo”).

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