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lunes, 8 de agosto de 2016

La cruzada antimetafísica de Carnap

Las grandes ruedas metafísicas y las más pequeñas epistemológicas tal vez giren mucho más lentamente que las pequeñas ruedas científicas, pero todas ellas son partes orgánicas de nuestro enorme sistema de conocimiento.
Imre Lakatos, Matemáticas, ciencia y epistemología [pp. 169-70]

Según Carnap, cualquier proposición tiene sentido si y solo si tiene contenido fáctico. Y si hablamos de proposiciones científicas, además de contenido fáctico tienen que ser comprobables. La proposición "hay un color rojo que despierta horror al verlo" no es comprobable, ya que, en palabras de Carnap, "no sabemos de qué manera se podría tener una vivencia en que se fundamente dicha proposición" (Pseudoproblemas en la filosofía, p. 27), pero tiene contenido fáctico, pues "podemos imaginar una vivencia semejante y describir sus características". La proposición "en el cuarto contiguo hay una mesa de tres patas", además de tener contenido fáctico, es comprobable, "dado que se puede indicar en qué condiciones [...] ocurrirá una vivencia perceptiva de cierta clase en que se fundamente dicha proposición". Es entonces una proposición de índole científica, más allá de si resulta, luego de la constatación, verdadera o falsa. Por último están las proposiciones del tipo "esta piedra está triste", que ni son comprobables ni tienen contenido fáctico, y por lo tanto carecen de sentido. Pues bien: Carnap afirma que la totalidad de las proposiciones metafísicas pertenecen a este último grupo. Toma como ejemplos las tesis del realismo y del idealismo: A) los objetos que percibo existen en sí mismos (realismo), y B) los objetos que percibo solo existen en mi conciencia (idealismo). Según Carnap, no interesa saber cuál de estas proposiciones es verdadera y cuál falsa; no son ni lo uno ni lo otro, porque "no podemos reconocer que tengan sentido para la ciencia" (ibíd., p. 34). Concuerdo con Carnap en que dichas proposiciones no tienen contenido fáctico y que por lo tanto no tienen sentido para la ciencia, pero eso no significa que no tengan sentido y que no puedan ser o verdaderas o falsas. No puedo demostrar estas tesis ni describir, al modo científico, sus características, pero esos impedimentos no son suficientes, en un sentido lógico, para negar la posibilidad de que una de estas dos proposiciones se verifique en la realidad. Carencia de sentido e indemostrabilidad fáctica no tienen por qué ir de la mano. Incluso el mismo ejemplo que da Carnap, "esta piedra está triste", para mí es claro que constituye un aserto con pleno sentido y que será o bien verdadero, o bien falso, dependiendo de la posibilidad de que las piedras puedan o no entristecerse e independientemente de los medios empíricos con que contemos para determinar la existencia o inexistencia de estos pétreos sentimientos. Porque si no podemos afirmar o negar que tal o cual piedra esté triste, tampoco podemos hacerlo respecto de tal o cual señor que tenemos enfrente y que llora a moco suelto, pues esas lágrimas y esos mocos que percibo no son más que signos de la tristeza que yo, positivamente, no percibo, ni percibe nadie que no sea el señor en cuestión, y entonces su tristeza es incomprobable por medios empíricos. Es incomprobable, dirá Carnap, pero es una proposición con contenido fáctico esta que le atribuye tristeza a este hombre. Ciertamente, y en esto admito que se distingue de la proposición referente a la piedra, porque el hombre manifiesta signos que nos hacen suponer que se emociona, mientras que la piedra no nos los ofrece. Pero estos signos, o la inexistencia de los mismos, no nos inhabilitan para calificar de verdadera o de falsa la proposición, es decir, para afirmar que tiene sentido. La proposición "aquel hombre está triste" puede ser verdadera o falsa. Puede simular que llora y estar de lo más contento. Y la piedra podrá no manifestar signo ninguno de su tristeza y sin embargo estar triste, en cuyo caso la proposición es verdadera, o estar impedida, de acuerdo al concurso de las leyes naturales, de manifestar emoción alguna, por lo que la proposición resultaría falsa. Se puede decir que estas proposiciones no son científicas, que no tienen injerencia en el ámbito de la ciencia, pero no se puede decir que no tengan sentido alguno ni que no merezcan relevancia dentro del vivenciar humano.
"Los objetos que percibo existen en sí mismos" es una proposición metafísica que puede ser verdadera o falsa. Las proposiciones metafísicas son sintéticas y a priori. Sintéticas, porque el predicado no se deduce conceptualmente del sujeto de la oración (en este caso, la existencia en sí de los objetos no se deduce del hecho de que pueda percibirlos), y a priori, porque nada me dice la experiencia que pueda justificar esta sentencia. Pero, a diferencia de lo que opinaba Kant, yo creo que los juicios sintéticos a priori pueden ser falsos, de modo que no estoy cierto de que los objetos existan en sí mismos o no. Todo lo que se puede hacer respecto de las proposiciones metafísicas, puesto que no podemos apoyarlas o refutarlas de manera contundente a través de la experiencia, es considerarlas, arbitrariamente, o bien verdaderas o bien falsas. También puede uno desinteresarse de ellas como se desinteresaba Carnap, pero no puede uno considerarlas como carentes de sentido. Y subrayo arbitrariamente porque nuestra inclinación hacia una u otra proposición metafísica parece una inclinación arbitraria puesto que no podemos fundamentarla con argumentos científicos, pero en muchos casos no lo es. Es arbitraria cuando nuestra inclinación obedece a un deseo mundano, pero en otras ocasiones la que nos sugiere la certeza de una proposición de este tipo es nuestra intuición intelectual. En estos casos, la arbitrariedad desaparece.

Habiendo quedado claro, me parece, que las proposiciones metafísicas tienen sentido, digo ahora también que tienen mucho mayor importancia que las proposiciones científicas, porque es a través de las proposiciones metafísicas que se desenvuelven la cultura y la ética de los pueblos y no a través de las proposiciones científicas, que tan solo circulan por sus periferias. Tomemos el ejemplo de la siguiente proposición metafísica: "Los animales han sido creados para usufructo del hombre". Esta tesis la tomó por verdadera el mundo occidental desde el comienzo del judaísmo hasta nuestros días (aunque en los últimos años ha comenzado a cuestionarse) y ha causado mucho más daño (en el ámbito de la ecología, de la nutrición, de la empatía, del ejercicio físico, etc.) que la invención de la bomba atómica, del gas mostaza, de la picana eléctrica y del glifosato. ¡Mire usted, estimado Rodolfo, si no tienen sentido e injerencia dentro de nuestra cultura las proposiciones metafísicas! Claro está que prefiero, ante esta metafísica perversa, la posición carnapiana de desligarse del problema y mirar para otro lado; pero si se pudiera, en lugar de eliminar la metafísica, purificarla, impidiendo que la gente avale proposiciones falsas para dar paso solo a las verdaderas, las relaciones humanas mejorarían a pasos agigantados. Les guste o no a Carnap y a la mayoría de los actuales epistemólogos, que van queriendo limpiar la teoría del conocimiento de todo vestigio metafísico, les guste o no, las proposiciones metafísicas continúan conformando, para bien o para mal, el corazón y el cerebro de los pueblos, mientras que las proposiciones científicas y sus derivados tecnológicos constituyen, a lo sumo, sus brazos y sus piernas. Los pueblos caminan y operan gracias a la ciencia, pero viven, piensan y sienten a través de la metafísica.

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