Peirce era demasiado rigorista en sus explicaciones y por eso su
filosofía no trascendió. James, en cambio, cometió el error opuesto: fue un
escritor demasiado poco rigorista, y por eso su filosofía es lógicamente débil[1].
Planeó James escribir un tratado sobre pragmatismo serio y
enjundioso que despejara todas las dudas que sus críticos le señalaban, pero
este plan fue relegado una y otra vez debido a su actividad favorita:
Durante los últimos años de James su deseo de
terminar su sistema y su debilidad por las conferencias públicas estaban en
pugna perpetua. [...] Estaba evidentemente motivado por un impulso
característico a comunicar sus últimas ideas a los demás sin esperar a darles
forma técnica o sistemática; y se sentía al mismo tiempo ansioso de someter sus
pensamientos privados a la prueba social (Ralph Perry, El pensamiento y la personalidad de William
James, cap. XXXII, p. 297).
¿Qué era más “pragmático”,
dictar una serie de conferencias que, periodismo mediante, lo catapultarían
cada vez más alto como referente del pensamiento norteamericano, o escribir un
libro pormenorizado sobre el mismo asunto, lo que le demandaría mucho más
tiempo y energías mentales, y cuyo éxito no sería inmediato como el de las
conferencias, sino que sobrevendría algún tiempo después, quizá después —como
suele suceder con los grandes pensadores— de que su espíritu ya no esté en este
mundo?
Durante los años 1905-1906, en que James estuvo tan
atareado dando conferencias de divulgación, “El Libro” aún ocupaba sus
pensamientos: preparó dos esbozos de este. Pero en lugar de llevarlos a cabo,
permitió que lo absorbiera nuevamente la actividad de conferenciante (ibíd., p.
299).
Las
conferencias eran para él como una droga. En 1905 dictó una serie de cinco,
sucesivamente, en Wellesley, en Chicago y en Glenmore. Dictó otras en el verano
de 1906 en Harvard, en el otoño en Lowelly, y esas mismas en el invierno de
1907 en Nueva York, ante un auditorio récord de más de mil personas. Estaba en
“el punto más alto de mi existencia, en lo que se refiere a [...] ser
reconocido”. Pero el pensamiento coherente y sistemático y el reconocimiento
popular no siempre van de la mano. La atención pública que lograron estas
conferencias “embarcó al autor en una cantidad tan grande de escritos de
agradecimiento, interpretación y controversia, que lo obligó a posponer
nuevamente el tratado técnico. ¡Tal fue el castigo por el éxito!” (ibíd., p.
299)[2]. Se comportó en esto William James como un
auténtico pragmatista en el mal sentido del término. Las conferencias eran pan
para hoy, éxito, reconocimiento y dinero para hoy, mientras que el tratado
técnico era, con suerte, pan para mañana, pan para sus hijos o sus nietos tal
vez; pan remoto e incierto; pan para la posteridad. Y como el pragmatismo, en
su sentido carroñero y miserable, prioriza el éxito presente y palpable a costa
de los éxitos lejanos en tiempo y espacio, James siguió conferenciando hasta su
muerte, lo que le reportó gran reputación…, y nosotros nos quedamos sin el
tratado técnico.
Las verdades “pagan”, decía James[3]. Por eso sus conferencias eran sin duda muy
verdaderas: le pagaban buen dinero por dictarlas. Pero ¿y el tratado? El
tratado posiblemente no pague, o, mejor dicho, no le pague a él, no le reporte
dividendos, ni pecuniarios ni de renombre, de modo que ¿para qué escribirlo?
¿Qué habría sido de la cultura filosófica occidental si la
mayoría de los pensadores hubiese razonado así, pragmáticamente, a la hora de
desarrollar y publicitar sus ideas?
[1] Cometió también otro error, o lo cometieron
más bien sus padres al dotarlo de un temperamento jovial y extravertido.
"Se supone —dijo Peirce— que todo metafísico tiene algún defecto radical
que encontrar en todos los demás, y no encuentro un defecto más grave en los
nuevos pragmatistas que el de ser vivaces.
Para ser profundo es requisito ser aburrido" (Obra filosófica reunida, tomo II, p. 264 de la edición electrónica). Me gustaría no
concordar con este aserto, pero concuerdo.
[2] Lo más serio y técnico que
James publicó fueron sus Principios de
psicología, pero esta obra no está emparentada sino de manera tangencial
con la teoría pragmatista. Demoró doce años en finalizar este tratado, y eso
que en 1890, año en que lo publicó, no era ni por asomo el solicitado
conferenciante en que se convertiría quince años después.
[3] "Nuestra interpretación de la verdad
es una interpretación de verdades, en plural, de procesos de conducción
realizados in rebus, con esta única cualidad en común, la de que
pagan" (William James, El pragmatismo,
conferencia sexta). Pagar, en el sentido de dar resultados.
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