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lunes, 3 de abril de 2017

William James y la sociobiología

Esta conjetura de James que afirma que la santidad es conveniente, dentro de una sociedad, solo en su justa medida y nunca en demasía, presagia la opinión de la sociobiología. Esta ciencia nos dice que dentro de cualquier grupo de animales sociales existen algunos individuos predominantemente agresivos y otros predominantemente mansos, y que si dentro de dicho grupo comienzan a escasear los individuos agresivos, la sociedad que han formado, por una mera cuestión adaptativa, comienza a generarlos, y lo mismo si escasean demasiado los mansos, de manera que siempre tiende a mantenerse estable una cantidad determinada de individuos de cada grupo. Por eso nunca una sociedad animal podrá evitar los comportamientos agresivos intraespecíficos (entre miembros de la misma especie)[1]. Y en cuanto al egoísmo y al altruismo, impera claramente lo primero. Incluso el propio comportamiento altruista de los animales, como por ejemplo las alertas que da un individuo cuando se acerca un depredador y que lo exponen a él mismo a ser devorado, no es, si se lo estudia con detalle, más que un comportamiento egoísta de la especie como tal que a veces opta por sacrificar a un ejemplar en aras de la supervivencia del resto[2]. Ahora bien; mas allá de que la ética humana más acendrada funciona exactamente de ese modo, sacrificándose un individuo, dando su salud e incluso su vida para salvaguardar la salud y la vida de otros, el problema está en conocer si este equilibrio entre el comportamiento agresivo y el sumiso dentro de las sociedades animales es ley de la naturaleza y, si es ley, si puede extrapolarse al conjunto de las sociedades humanas. Y yo respondo que me parece que sí, que esta hipótesis de una “estrategia evolutivamente estable”, que equilibra la agresión y la sumisión y las mantiene parejas dentro de una especie, es una ley natural que se cumple inexorablemente dentro de cualquier sociedad animal, y por ello no puede ni podrá existir una sociedad animal cuyos miembros posean, todos o casi todos, la cualidad de la mansedumbre. Y creo también que esta ley tiene vigencia dentro de las sociedades humanas… del mismo modo en que la teoría gravitatoria de Newton tiene vigencia en el universo de la materia. La teoría de Newton funciona en casi toda ocasión, excepto en ciertos casos límite ante los cuales es preciso echar mano de la teoría de la relatividad general. A los efectos de nuestra vida ordinaria, con Newton nos basta. Algo así sucede con la ley de la estrategia evolutivamente estable: se aplica y tiene vigencia en prácticamente todas las sociedades humanas pasadas y presentes, pero esto no niega la posibilidad de que exista o pueda existir un caso-límite de sociedad humana que deje atrás este equilibrio instintivo-racional que aspira al egoísmo específico o individual y se maneje con el acicate de los valores que nuestras intuiciones prefieren y nos ordenan cumplimentar. ¿Que una sociedad así, repleta de santos y carente de demonios, no duraría ni cinco minutos ante la invasión de otra sociedad éticamente más “equilibrada”? Es posible, pero la brevedad del experimento no es una refutación de la posibilidad de su existencia, sino más bien de su deseabilidad. ¿Desearemos vivir en una sociedad como las nuestras durante largos años, con gente buena y gente mala repartidas equitativamente, o desearemos vivir en una sociedad de santos durante cinco minutos, hasta que otra sociedad más pragmática nos esclavice o nos haga papilla? Cada quien responderá esta pregunta como más le plazca.



[1] Cf. Richard Dawkins, El gen egoísta, cap. V. Dice Dawkins, siguiendo en esto a John Maynard Smith, que toda sociedad el animal se compone de “ halcones” y “palomas” en una proporción estable que no puede variar demasiado sin que su estrategia evolutiva como especie corra peligro. Los halcones son mucho más agresivos y las palomas mucho más huidizas. Agresividad no es lo mismo que maldad ni evasividad lo mismo que bondad, pero igual entiendo que mi razonamiento puede continuar por estos carriles, puesto que por experiencia podemos decir que los malos son por lo general más agresivos que los pacíficos y esquivos bonachones.
[2] Cf. ibíd., cap. X, p 251.

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