Lo que afirmo es que la
autoorganización de un conglomerado material, que es lo que posibilita que ese
conglomerado posea una conciencia integrada y no sea un mero agregado de
conciencias, implica que cada una de las partes tiene que coincidir
desiderativamente con la normativa biológica general que las dirige, no puede
jamás oponérsele. Si el imperativo biológico (que no necesariamente coincide
con el deseo consciente) de una persona decide rumbear hacia un determinado
destino, todos sus órganos, independientemente de la función que cumplan individualmente,
conspirarán para que el imperativo biológico se concrete. Por eso no había
—vuelvo a la sociología— una conciencia colectiva de la Alemania nazi, porque
es sabido que muchos alemanes de aquella época no estaban de acuerdo con el
nazismo y lo minaban desde adentro. Con uno que no lo estuviera, o con uno que
dudara, ya la conciencia colectiva desaparece.
Esta hipótesis, la de la coordinación
armoniosa de fines entre las partes de los sistemas materiales autoorganizados,
puede llevarnos, si es aceptada, a dudar de uno de los dogmas oncológicos más,
si se me perdona la metáfora, enquistados, y es el que afirma que el tumor
maligno es un conglomerado celular perteneciente al propio cuerpo que se ha
independizado del comando central, a saber, el cerebro, desoyendo sus
indicaciones y cobrando propia voluntad, la voluntad de expandirse y replicarse
a costa de la salud del cuerpo que parasita. Se supone entonces que, aparecido
el tumor por causa de un error genético, se plantea una lucha a muerte entre
los distritos del cuerpo humano “leales” al sistema nervioso central y las
células “rebeldes”. Esta hipótesis me ha venido pareciendo, desde hace unos
cuantos años a esta parte, bastante inverosímil, pero no acertaba a fundamentar
de manera filosófica esta inverosimilitud. Ahora puedo hacerlo gracias al
concepto de sistema autoorganizado.
Todo lo que es —decía el pampsiquista
Spinoza— busca perseverar en su ser. Se puede ampliar este aserto para
clarificarlo: Todo lo que es conciencia busca perseverar en su ser consciente.
El hombre es conciencia; luego busca perseverar en esa conciencia. Busca no
morirse, porque conjetura que si se muere, hay posibilidades de que desaparezca
la conciencia. Por eso el hombre no quiere morirse, el hombre como un todo,
pero también sus partes integrantes coinciden con este, su más grande
primordial anhelo, y ninguna de estas partes de su ser, sin excepciones, puede
ir en contra de esta perseveración. Mal podría entonces una célula o grupo de
células desoír el deseo central o ir en su contra, atacando tejidos sanos y
ganándolos para su causa. Sencillamente, así no funcionan las cosas en los
seres autoorganizados.
Las que me abrieron los ojos fueron las
venas. Es un hecho comprobado que cuando
el tumor alcanza cierto tamaño comienzan a formarse a su alrededor
nuevos vasos sanguíneos, nuevos capilares a través de los cuales se alimenta. Sin esta nueva vascularización
que lo nutre, el tumor no crecería ni se replicaría.
¿Qué está ocurriendo entonces con el cuerpo? ¿Quién ha dado la orden para que
esas nuevas autopistas se construyan? Que la orden la haya dado el propio tumor
resulta de todo punto increíble, pues el tumor no está en el cerebro sino,
digamos, en la próstata, y en la próstata no hay nada parecido a una producción
de sinapsis. Todo nos hace suponer que la orden la dio el cerebro mismo,
asiento de la conciencia general del cuerpo. Pero ¿por qué querría el cerebro,
que busca perseverar y no morirse, facilitarle la expansión a un tumor que se
opone frontalmente a este deseo? ¿Podría tratarse de un cerebro suicida, que
busca su propia aniquilación, por más que la conciencia del individuo no se
haya enterado y planee seguir viviendo hasta los cien años? No descarto esta
hipótesis del suicidio inconsciente, pero me quedo con otra explicación de tan
singular fenómeno, la de la señora Coral Mateo: el tumor es una especie de
incinerador biológico que atrae las toxinas que ingresan al cuerpo y las
metaboliza o encapsula para evitar mayores perjuicios a la salud en su
conjunto. Si el tumor se agranda no lo hace para perjudicarnos: son tantas las
toxinas que la sangre le acerca que necesita aumentar su tamaño para mejor
incinerarlas. De ahí que el cuerpo contribuya a este propósito rodeándolo de
venas. Las conciencias de las células tumorales quieren, como el resto de las
células, perseverar. La lucha no es de células malas contra células buenas,
sino que por un lado están las células, todas las células, y por el otro las
toxinas, que no forman parte de la autoorganización por más que se hayan
adentrado en ella. La higiene médica debería tener por meta la eliminación de
las toxinas, no la eliminación de los tumores. Los tumores se irán solos, o
dejarán de crecer, cuando los agentes tóxicos dejen de ingresar al organismo en
forma descontrolada.
¿Es posible que una de las teorías
metafísicas más simpática y controvertida como lo es el pampsiquismo termine
ofreciéndonos, medio de rebote, herramientas para combatir el cáncer? Es
posible, pero me temo que Coral Mateo y yo seguiremos por largo tiempo predicando
en el desierto.
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