Las
personas que leen poco por lo general no escriben bien, como es el caso de la
mayoría de los periodistas, pero también están los que no escriben bien
habiendo leído mucho, y este es el caso de Hitler. Mi lucha, su gran libro autobiográfico, es la prueba tangible de la
baja intelectualidad y del rudimentario manejo de las letras que tenía este
siniestro personaje.
En los trozos que se conservan del
manuscrito original [...], el autor, que a la sazón contaba treinta y cinco
años, aparece como un hombre de poca cultura que no ha llegado a dominar
siquiera la ortografía básica ni muestra un conocimiento normal de la
gramática. Estos textos inéditos están plagados de errores léxicos y
sintácticos, por no hablar de la puntuación o del criterio para las mayúsculas,
tan precaria la una como inexistente el otro (Timothy Ryback, Los libros de gran dictador, p. 105).
No
se puede sacar aceite de las piedras. El que nace para pito, por mucho que lea,
nunca llega a ser corneta.
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