La investigación de Frans de Waal relacionada con
los primates en general y con el bonobo en particular lo lleva a emitir la
siguiente conclusión:
El
código moral no viene impuesto desde arriba ni se deriva de principios bien
razonados, sino que surge de valores implantados que han estado ahí desde la
noche de los tiempos. El más fundamental tiene que ver con el valor de
supervivencia de la vida en grupo. El deseo de pertenencia, de buena
convivencia, de amar y ser amado, nos lleva a hacer todo lo que está en nuestra
mano para llevarnos bien con aquellos de los que dependemos (El bonobo y los diez mandamientos, p.
238).
Todos los valores de que constan los determinados
códigos morales han sido implantados en el espíritu de cada uno de los
integrantes de una determinada comunidad, y esos implantes pueden ser
instintivos, como es el caso del que menciona de Waal, pero también existen
reglas morales implantadas culturalmente, y finalmente otras, las mejores, que
se nos implantan intuitivamente, metafísicamente. Este investigador quiere
desmitificar la idea de que Dios ha bajado a la tierra para entregarnos la
tabla de los diez mandamientos, y que nuestra obediencia a ellos depende de ese
Dios descendido. En esto lo apoyo, pero no apoyo la idea de que la ética es
total y absolutamente instintiva, ni tampoco instintivo-cultural. Lo mejor del
comportamiento humano, las más altas y santas aventuras de aquellos que han
venido al mundo para favorecer al prójimo, no pueden explicarse echando mano
simplemente de los resortes instintivos o culturales. El bonobo tiene su ética,
la cual me cae muy en gracia, pero jamás uno de estos primates realizaría una
labor altruista de aquellas que cada tanto se dan en la historia de la
humanidad, y no lo haría ciertamente porque no tendría los instrumentos que
solo la razón y la cultura humanas son capaces de suministrar, pero aunque de
algún modo los adquiriese, igualmente le faltaría la intuición del bien, el
impulso bondadoso que no surge del instinto ni de la cultura sino de Dios, o si
De Waal se asusta con esta palabra, del Universo, del Cosmos, de algún agujero
que no existe ni en el espacio ni en el tiempo; una fuerza no mensurable,
porque no es física, que nos impele a favorecer a nuestros amigos y a nuestros
enemigos, aun a costa de nuestro propio bienestar. El instinto animalesco
también es capaz de realizar proezas de este tipo, pero siempre a una escala
menor, rudimentaria. Si habremos de depender solo del instinto y de los valores
que nuestro entorno, culturalmente, nos impone, llegaremos, a lo más, a esa ética
familiar descrita en la otra entrada, que es el ideal al que apunta De Waal,
pero nunca podremos aspirar, con esas únicas herramientas, a crear un mundo en
el que el amor supere al conflicto por goleada. Por muy colaboradores y
compasivos que resulten estos monos, si nuestra ética es un reflejo potenciado
de su ética y nada más que eso, el amor seguirá, como hasta el presente, siendo
derrotado por el conflicto, o como mucho arañando un empate.
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