La postura determinista es pesada, en
el sentido de que quien la defiende tiene que defender con ella ideas no muy
simpáticas al grueso de la gente. Por eso muchos comienzan enarbolando
decididamente esta bandera y luego reculan cuando caen en la cuenta de que no
pueden justificar con ella el castigo a los criminales. Hemos visto ayer el
caso de Schopenhauer, veamos ahora lo que dijo Alberto Einstein a este
respecto:
No creo en absoluto en la
libertad del hombre en un sentido filosófico. Actuamos bajo presiones externas
y por necesidades internas. (Mi visión del mundo, p. 15).
El
determinismo genético se une al congénito y al cultural y se fabrica una
telaraña causal que no tiene fisuras. Este punto de vista determina también su
postura frente a la religión:
Un
Dios que premia y castiga es inconcebible [...] por la simple razón de que las
acciones de los hombres están determinadas por la necesidad, externa o interna,
de tal modo que a los ojos de Dios no puede ser responsable, al igual que un
objeto inanimado no puede ser responsable por el movimiento que lleva a cabo (Mis ideas y opiniones, p. 50).
También es indispensable el
determinismo para la ciencia: “El científico está imbuido del sentimiento de la
causalidad universal. Para él, el futuro es algo tan inevitable y determinado
como el pasado” (ibíd., p. 51). Y cuando se puso de moda la hipótesis del
indeterminismo cuántico, Einstein destacó que si tuviese que abandonar su
convicción acerca de la estricta causalidad que rige todos los sucesos,
"preferiría ser zapatero, incluso ser empleado en un garito, antes que ser
físico" (carta de Einstein al matrimonio Born, 29 abril de 1924, citado en
Albert Einstein, Max y Hedwig Born, Correspondencia,
p. 108). En un mundo así, los elogios y los vituperios carecen de sentido:
“Es una ironía del destino el que yo mismo haya sido objeto de excesiva
admiración y reverencia por parte de mis semejantes, sin culpa ni mérito míos”
(Mis ideas y opiniones, p. 21). Pero
llegó el turno de enjuiciar a los nazis por los crímenes cometidos durante la
Segunda Guerra Mundial, lo que los presuponía responsables de aquellos
crímenes, y aquí la cosa se le puso difícil al estricto determinista: “La
presión externa puede, en cierta medida, reducir la responsabilidad del
individuo, pero eliminarla, nunca. En los Juicios de Núremberg
se dio por supuesto este principio” (ibíd., p. 36). ¿Cómo?
“Actuamos bajo presiones externas y por necesidades internas”, había dicho,
pero ahora resulta que la presión externa no puede eliminar totalmente la
responsabilidad. Una torpe retirada. Nadie es responsable a los ojos de Dios,
había dicho, pero resulta que a los ojos de los hombres, responsables somos
todos. Si pretendía coherencia, Einstein debería haber dicho que los jerarcas
nazis no son responsables de sus acciones y no merecen ningún castigo, aunque
tal vez convendría mantenerlos aislados por una mera cuestión de seguridad,
para que no provoquen otros holocaustos. Pero no: los consideró responsables, y
todo su determinismo, el científico y el no científico, se le fue a la lona.
Y hay más. Luego de esta
inconsecuencia, el gran físico alemán intenta establecer una metaética y
levanta unas extrañas banderas que preanuncian los principios de Apel y
Habermas: “Todo lo moralmente importante de nuestras instituciones, leyes y
costumbres, puede deducirse de la interpretación del sentido de la justicia de
innumerables individuos” (ibíd., p. 37). Según Einstein, las leyes y
costumbres morales lo son por un acuerdo de la mayoría, y como las
instituciones que vigilan el cumplimiento del acuerdo no pueden funcionar si
los miembros de la sociedad no se hacen responsables de cumplirlo, entonces
somos responsables en cuanto nos comprometemos a obrar de acuerdo con lo
acordado por la mayoría. De este modo, si los que creían en la ideología nazi
hubiesen sido la mayoría, no habría ninguna base para considerar inético su
comportamiento. “Sé que es empresa inútil discutir
sobre juicios de valor fundamentales. Si alguien aprueba, por ejemplo, como
objetivo, la erradicación del género humano de la Tierra, nadie puede refutar
tal punto de vista sobre bases racionales” (ibíd., p. 41). Abandona
ya completamente el tema de la responsabilidad moral e ingresa en otro terreno,
más peligroso aún, y asegura que la razón no tiene voz ni voto en la ética.
Dejo la crítica de este punto de vista a quien me abrió los ojos al respecto:
Para
Einstein no hay base racional para sostener que es malo exterminar, no ya a una
comunidad como la judía de los países dominados por los nazis, sino incluso
toda la raza humana del planeta. Todo es un acuerdo y, una vez hecho, la razón
muestra cuáles son los mejores medios para realizarlo. Para los nazis, el
acuerdo era exterminar a los judíos. Y no hay base racional para discutirlo,
según Einstein. La racionalidad entra a continuación y permite saber cuál es la
manera más efectiva de hacerlo. Los juicios de Núremberg, según esa lógica,
solo se justifican porque la mayoría no está de acuerdo con la ideología nazi
(Jairo Roldán, “Einstein: Determinismo o libre albedrío”, artículo disponible
en Internet).
No debe intervenir, en las normativas morales
que dicta cada sociedad, la razón, la prudencia, el sopesamiento de los pro y
los contra de las consecuencias de las acciones, sino la democracia, el voto de
las mayorías. Así les fue a los alemanes, dejando de lado la racionalidad y
apostando todo a la demagogia y al aluvión de las masas cautivadas por un
psicópata que sabía manejarlas. No quiero que las normas morales de mi sociedad
sean dictadas por una muchedumbre así.
Zapatero a tus zapatos: Einstein, ¡a tu física!, o
como mucho a tu epistemología o a tu cosmología, pero a la ética no te le
acerques.
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