En todo el Nuevo Testamento se encuentra
una sola figura que se deba honrar: Pilatos, el gobernador romano. Tomar en
serio un asunto entre judíos, es cosa a la que no se resuelve. Un judío de más
o menos, ¿qué importancia tiene?...
Friedrich
Nietzsche, El Anticristo
Dado que ahora dispongo del tiempo
necesario (estamos en cuarentena por el coronavirus y nadie puede salir de su
casa) y dispongo también del material de lectura necesario (los cuatro tomos de
los Fragmentos póstumos de Nietzsche
y los seis tomos de su Correspondencia),
me tomaré el trabajo de responder, o de intentar responder, una pregunta que me
viene rondando la cabeza desde hace más de diez años: ¿era Nietzsche
antisemita?
Según Mazzino Montinari, “el
antigermanismo y el no antisemitismo de Nietzsche son tan fáciles de demostrar
como el germanismo y el odio rabioso de Wagner hacia los judíos (Lo que dijo Nietzsche, p. 167). En la
otra punta tenemos a Nicolás González Varela: “Elisabeth hizo todo lo posible
por presentar a Nietzsche como un crítico del germanismo a ultranza ya desde su
piadosa biografía, […] y en un intento apologético trata [...] de separarlo de
la judeofobia y el teutonismo que emanan de sus escritos” (Conversaciones filosóficas con Nicolás González Varela, edición a cargo
de Salvador López Arnal, libro disponible en internet). El tema del germanismo
o del antigermanismo de Nietzsche lo dejaré de lado por el momento y me
centraré en su postura frente a la cuestión judía. Y para ello, nada mejor que
sus cartas, en las que siempre se muestra mucho más auténtico que en sus
escritos publicados. En 1866, por ejemplo, le escribe a su madre y hermana una
misiva de donde extraigo esta oración: “Por
fin Gersdorff y yo hemos encontrado una taberna
en donde uno no tiene que soportar la mantequilla rancia y figuras grotescas de judíos y donde somos
regularmente los únicos clientes”. Ya
se insinúan aquí, a sus veintiún años, algunos prejuicios sobre el aspecto
exterior de los judíos. También le escribe a un amigo ese mismo año: “La comida
es en todas partes muy mala y también cara [...], y por donde mires encuentras
judíos y amigos de judíos”. ¿A qué viene ese comentario de encontrar judíos por
todas partes? Da toda la sensación de que no
quisiera encontrarse con judíos, de que los judíos le desagradan, sensación
que queda prácticamente certificada desde esta carta de 1868 a su madre y
hermana: “Hoy es el último día de la feria, y con ello por suerte desaparecen
el olor a grasa y la afluencia de judíos”. Es importante tener en cuenta
la fecha de estos comentarios, porque algunos historiadores afirman que de
haber algún antisemitismo en el primer Nietzsche, este le fue “contagiado” por
Richard Wagner, pero a Wagner lo trató por vez primera en 1868 y estos
comentarios son anteriores. Continúo con una carta de 1868, dirigida a un
amigo: “Me gusta inmensamente la figura de
Demócrito, ciertamente me la he reconstruido completamente, puesto que nuestros
historiadores de la filosofía no le han hecho justicia ni a él ni a Epicuro,
porque son beatos y muy judíos ante el Señor”. Está criticando aquí, de pasada,
la supuesta mojigatería del judaísmo y su intolerancia con los no creyentes. En
1869 aparece una mención a Wagner en uno de sus Fragmentos póstumos: “Uno de los enemigos judíos de Richard Wagner
le había anunciado la llegada de un nuevo germanismo, el germanismo judío” (1
[51]). Lo dice en tono irónico, o tal vez en tono de preocupación; en cualquier
caso, no parece alegrarse por la posibilidad de que esta profecía se concrete.
De 1870 es esta carta
enviada a un amigo, en donde la inquina contra los judíos y contra lo que
representan puede vislumbrarse desde lejos:
La increíble
seriedad y la profundidad alemana que tiene la concepción del mundo y del arte
de Wagner, tal como brota de cada una de sus notas, es para la mayoría de los
hombres de nuestro «tiempo actual» un horror [...]. Nuestros «judíos» —y tú
sabes cuán vasto es este concepto— odian sobre todo el modo de ser idealista de
Wagner [...]: esta ardiente y magnánima lucha, para que finalmente advenga el
«día de los nobles», es decir, lo caballeresco, es algo completamente
aborrecido por nuestro plebeyo ajetreo político cotidiano.
El “día de los nobles” es el día en que
los aristócratas del espíritu imperarán por sobre las masas incultas
esclavizadas. No hay duda de que Nietzsche no incluye a los judíos entre los
caballeros que gobernarán, sino entre los esclavos que serán sometidos.
También de 1870 es este
pasaje: “La religión judía tiene un terror indecible ante la muerte, y la meta
principal de sus plegarias —conseguir una larga vida” (FFPP, 5 [50]). El individuo que experimenta “un terror indecible
ante la muerte” es, a los ojos de quien entiende que la vida buena es la que se
vive de manera temeraria (“¡Hombres más expuestos al peligro, más fecundos, más
felices! Porque el secreto para cultivar la existencia más fecunda y más gozosa
consiste en vivir peligrosamente” (La
ciencia jovial, § 283)), decía que los individuos cobardes, entre los
cuales destacan según Nietzsche los judíos, son, para este pensador y debido
precisamente a su cobardía, unos pobres miserables dignos de la esclavitud.
Afirma Nietzsche que
“el bienestar sobre la tierra es la tendencia de la religión judía. La religión
cristiana se basa en el sufrimiento. El contraste es enorme” (FFPP, 1870, 5 [97]). Quienes tienen por
objetivo prioritario en la vida el bien vivir —los ingleses sobre todo, pero
también los judíos, según Nietzsche—, no son merecedores de la vida. Por eso
protesta “contra la indigna frase judía del cielo
en la tierra” (ibíd., 1870, 5 [103]).
Un año después,
finalizada la guerra franco-prusiana, Nietzsche, eufórico por la victoria, da
rienda suelta a su germanismo y a su antisemitismo en esta carta dirigida a Carl
von Gersdorff:
…Ahora se anuncian nuevos deberes: y si algo
nos quedará, también en la paz, de ese salvaje juego de la guerra, es el
espíritu heroico y al mismo tiempo prudente, el cual para mi sorpresa encontré,
como un hermoso descubrimiento inesperado, en nuestro ejército fresco y fuerte,
en nuestra vieja salud alemana. [...] ¡Nuestra misión alemana aún no ha
terminado! Me siento más valiente que nunca: pues no todo se ha ido a pique
bajo el aplanamiento y la «elegancia» judío-franceses y bajo el afanoso ajetreo
del «tiempo actual». Todavía hay valentía, la valentía alemana, que es algo
diferente interiormente que el élan
de nuestros lamentables vecinos.
En octubre de 1872
aparecen estos comentarios en una carta a su madre: “… Después como en el
hotel, donde encuentro enseguida algunos compañeros para la excursión al
Splügen del día siguiente: desgraciadamente entre ellos hay también un judío”.
El hecho de tener que compartir su excursión con un judío lo ponía de mal
humor. Sin embargo, dos meses después le escribe a Erwin Rohde una misiva en donde un judío, y por
extensión el resto, no quedan tan mal parados como en anteriores oportunidades:
En Leipzig mi libro [El nacimiento de la tragedia] está
realmente agotado. Lo último es que Jacob Bernays ha declarado que era
justamente lo que él pensaba, aunque mucho más exagerado. Me parece divinamente
desvergonzado por parte de ese judío culto e inteligente, pero también un
indicio divertido de que los «zorros del país» comienzan a oler algo.
“Por primera vez —escribe Curt Janz
refiriéndose a este pasaje— encontramos el reconocimiento que Nietzsche profesa
por los judíos inteligentes, aquí todavía en un tono irónico, que en sus
últimos años [...] habría de convertirse en una admiración sincera” (Friedrich Nietzsche, tomo II, p. 166). A
partir de aquí, los judíos comienzan a caerle menos antipáticos. Pero la vuelta de campana de su
estimación a los seguidores de Moisés es lenta. Todavía en 1874 pudo escribir que Wagner “ofendió a los judíos, que
poseen en la Alemania actual la mayoría del dinero y de la prensa” (FFPP, 32 [39]). Y al año siguiente
explota: “¡No una religión de la venganza y la justicia! Los judíos son el peor de los pueblos” (ibíd., 5 [166]).
Encuentro también un fragmento póstumo que data de 1876 que confirma este
juicio: “Que los judíos sean el peor pueblo de la tierra es algo que concuerda
a la perfección con el hecho de que fuera precisamente entre los judíos donde
surgió la doctrina cristiana de la total pecaminosidad [...] del ser humano”
(17 [20]). Podría decirse que hasta aquí, Nietzsche aborrece por igual a los
judíos y a los cristianos; más tarde sus invectivas se centrarán en los últimos
y tratará con más respeto a los primeros[1].
Préstese especial
atención a este pasaje de una carta de 1877 dirigida a Siegfried
Lipiner:
…de ahora en
adelante creo que hay un poeta. [...]
dígame pues con toda franqueza, si en lo referente a su origen se encuentra de
alguna forma relacionado con los judíos.
Porque algunas experiencias recientes han hecho que tenga grandes esperanzas depositadas precisamente en los jóvenes de ese
origen.
Estos elogios estaban dirigidos al propio
Lipiner, quien se reconoció como judío en un agradecido escrito de respuesta.
También era de origen judío Paul Rée, pensador filosófico que había conocido en
1873. Nietzsche terminará admirando tanto al uno como al otro, y Rée se
convertirá, luego de unas vacaciones que pasaron juntos en Sorrento en 1876, en
uno de sus más íntimos amigos, lo que contribuirá enormemente para vencer, o al
menos mitigar, su antisemitismo e intentar seducir a la intelectualidad judía
para que apoye su cruzada inhumanista y anticristiana. De ser el peor pueblo de
la tierra, pasaron los judíos a ser depositarios de las “grandes esperanzas” de
este singular retórico[2].
En el año 1878 se
agudiza el distanciamiento entre Nietzsche y Wagner. Uno de los motivos de la
ruptura es la actitud del compositor respecto de la cuestión judía: “Wagner
queda tiranizado por sus ideas. Por ejemplo, por su odio a los judíos. ¿Cómo
puede dejarse tiranizar de esa manera un hombre así?” (FFPP, 27 [90]). Ese año salió a la luz Humano, demasiado humano, y Wagner tuvo el desagrado de leer
sentencias como esta:
Me gustaría saber
cuánto hay que corregir, al hacer un recuento final, a un pueblo que, no sin
culpa de todos nosotros, ha tenido la historia más penosa de todos los pueblos
y a quien el mundo debe el hombre más noble (Cristo), el sabio más puro
(Spinoza), el libro más poderoso y la ley moral más efectiva (§ 475).
A
estas alturas, Nietzsche, sin dejar de ser un antisemita, se va convirtiendo en
un furibundo anti-antisemita. ¿Que esto no es posible? Para una persona lógica
tal vez no lo sea, pero estamos hablando de Friedrich Nietzsche[3].
“Entre extranjeros —escribe Nietzsche en 1880— se oye decir que los judíos
están lejos de ser lo más desagradable que les llega de Alemania” (FFPP, 2 [53]). Hace unos años detestaba
la idea de comer o de salir de excursión con ellos; ahora piensa que no son tan desagradables. Hace cuatro años los
consideraba “el peor pueblo de la tierra”, ahora afirma que “las razas
superiores, como por ejemplo la raza judía, aun en las situaciones más
espantosas difícilmente se ven en la necesidad extrema de tener que alquilarse
como máquinas corporales” (FFPP,
1880, 2 [62]). Comienza a considerar a los judíos como superiores a los arios:
los nazis tendrán que hacer malabares dialécticos para esconder este dato
cuando presenten a Nietzsche como su filósofo estrella.
El antisemitismo del
pueblo alemán, hacia fines del siglo XIX, era notorio y, para cualquier
personalidad sensible, asfixiante. Nietzsche ensaya una explicación de una de
las causas que motivaron la aparición y la fermentación del discurso
antisemita:
Aprovechar las
oportunidades en la relación con las personas es la forma de ser de los judíos,
que llegan hasta el mismísimo límite de dichas personas y hacen notar que se
saben en el límite. Esto los hace impertinentes: todos queremos ser
inaccesibles y parecer ilimitados; los judíos contrarían este fantástico
pretender-ser-inaprensibles de individuos y naciones, y por eso se les odia
tanto (FFPP, 1880, 3 [56]).
Esta explicación, empero, no justifica ni
aplaude, sino todo lo contrario, “las canalladas de la persecución reavivada de
los judíos” (FFPP, 1880, 6 [71]).
Detesta las persecuciones… a los judíos; las persecuciones a los inválidos, a
los tarados, a los cristianos, en fin, a los “decadentes”, las fomentará hasta
el paroxismo. La guerra está declarada: de un lado los “señores”, los
“caballeros”; del otro, la gentuza, la masa. Y en esta guerra, quizá más por
interés que por verdadera convicción, coloca ahora (recordemos lo que pensaba diez años atrás) a los judíos
entre los aristócratas: “La lucha contra los judíos ha sido siempre un indicio
de la peor naturaleza, la más envidiosa y la más cobarde: y quien ahora
participa en ella debe arrastrar una buena porción de espíritu plebeyo” (FFPP, 1880, 6 [214]). Nietzsche quiere
dar vuelta la tortilla, quiere que los antisemitas cristianos pasen de ser
perseguidores a perseguidos, perseguidos por los aristócratas del espíritu,
entre quienes estarán, dando su apoyo logístico (y en especial su apoyo
económico), las tribus de Israel. Y los judíos, ¿qué quieren? Quieren, según
Nietzsche, lo mismo que quiere él, apoderarse de Europa, aunque no por las armas,
sino por la astucia y la paciencia:
[Los judíos] saben
mejor que nadie que no pueden pensar en conquistar Europa, ni en actos de
violencia de ningún tipo; pero también saben que puede llegar un día en que
Europa caerá en sus manos como fruta madura, sin que tengan que hacer otro
esfuerzo que el de alargar el brazo. [...] Entonces, cuando los judíos puedan
mostrar esas joyas y esos vasos de oro, que serán obra suya, a los pueblos
europeos de experiencia más breve y menos profunda, incapaces de producir cosas
semejantes; cuando Israel haya cambiado su venganza eterna en bendición eterna
para Europa, habrá llegado ese séptimo día en el que el antiguo Dios de los
judíos podrá alegrarse a causa de sí mismo, de su creación y de su pueblo
elegido, y todos sin excepción podremos
alegrarnos con él (Aurora, § 205
—el subrayado es mío—).
Nótese que al afirmar que lo que buscan los judíos es la
conquista de Europa, se está comportando como un antisemita: así, a través de
imaginarias conspiraciones, justifican estos individuos las persecuciones. Por
eso digo que Nietzsche se transformó en anti-antisemita sin dejar de ser por
ello antisemita.
En 1881 le escribe a su editor Ernst
Schmeitzner: “Yo ya no encajo entre sus
Wagner, Schopenhauer, Dühring y demás
literatura de partido”. Por “literatura de partido” se refiere a publicaciones
antisemitas, no quiere que sus libros sean publicados por una editorial que a
su vez edita ese tipo de material. Dos años después encontramos esta curiosa
oración: “Quitar a los judíos su dinero y darles otra orientación” (FFPP, 1883, 9 [29]). Probablemente se
refiera a que el dinero judío podría financiar la revuelta que está
organizando: la de los aristócratas del espíritu en contra de la cristiandad y sus
valores.
En 1884 su hermana se compromete con el
antisemita Bernard Förster, motivo
suficiente como para que Nietzsche monte en cólera: “He roto radicalmente con
mi hermana; por amor de Dios, no piense en mediaciones o reconciliaciones de ningún
tipo —entre una estúpida rencorosa y antisemita y yo no hay reconciliación
posible” (carta a Malwida von Meysenbug desde Venecia). Los antisemitas ya son, para
Nietzsche, individuos estúpidos y rencorosos con los que no vale la pena
interactuar.
En 1885 vuelve a la idea de llevar a la
práctica su “gran política”... de la mano de los judíos:
Los alemanes deberían criar una casta
dominadora: yo confieso que a los judíos
les son inherentes capacidades que son ineludibles como ingredientes de una
raza que debe impulsar la política mundial. El sentido del dinero es algo
que debe ser aprendido, heredado y mil veces heredado: hoy por hoy se puede
comparar el judío con el americano (FFPP,
34 [111] —el subrayado es mío—).
“El día
de los nobles” está llegando, pero los judíos ya no serán esclavos sino aliados
de los aristócratas. Sin embargo, aún sigue sosteniendo que “los judíos nunca
han sido una raza caballeresca” (FFPP, 1885,
36 [42]). Un caballero no puede ser desagradable, y Nietzsche se ve en la
obligación de resaltar “la fealdad horrible y despreciable de los judíos
polacos y rusos, húngaros y galicianos que recientemente están inmigrando” (FFPP, 1885, 41 [13]). Tanto le
disgustaban estéticamente los judíos del Este que llegó a exigir que no se les
permitiese ingresar a territorio alemán:
Que
Alemania tiene judíos en abundancia suficiente, que el estómago alemán, la
sangre alemana tienen dificultad (y seguirán teniendo dificultad durante largo
tiempo) aun solo para digerir y asimilar ese quantum de «judío» —de igual manera que lo han digerido y asimilado
el italiano, el francés, el inglés, merced a una digestión más robusta—: eso es
lo que dice y expresa claramente un instinto general al cual hay que prestar
oídos, de acuerdo con el cual hay que actuar. «¡No dejar entrar nuevos judíos!
¡Y, ante todo, cerrar las puertas por el Este (también por el Imperio del
Este)!» (Más allá del bien y del mal,
§ 251).
Y siguen las críticas:
Los peligros del alma judía son: 1)
busca de buena gana establecerse parasitariamente donde sea 2) se sabe
«adaptar», como dicen los investigadores de la naturaleza: se han convertido
así en actores natos, como el pólipo, que como canta Teognis toma el color de
la roca a la que está pegado. Su talento y más todavía la tendencia e
inclinación hacia ambos parece ser enorme; el hábito de sacrificar por muy
pequeñas ganancias mucho espíritu y perseverancia ha dejado en su carácter un
surco fatal: de modo que tampoco los más respetables mayoristas del mercado
monetario judío resisten, cuando se dan las circunstancias, <no> estirar
los dedos con sangre fría hacia pequeñas, mezquinas, sobreexplotaciones, lo
cual haría ruborizarse a un financiero prusiano (FFPP, 1885, 36 [43]).
Pero ¿son críticas o son elogios? El superhombre del mañana
será también el superexplotador, de manera que alguien que no se avergüence de
su mezquindad tenderá a ser, cuando la inversión de los valores se concrete, un
individuo —no un caballero— respetable.
En 1886, en una carta dirigida a su madre,
aparece un nuevo reconocimiento de la inteligencia judía, y esta vez las
ironías han quedado de lado:
¡Que el cielo se apiade de la
inteligencia europea si se le quisiera sustraer la inteligencia judía! Me
contaron de un joven matemático de Pontresina que ha perdido completamente el
sueño por la excitación y el entusiasmo por mi último libro; al averiguar algo
más, resulta que era otra vez un judío (un alemán no se deja perturbar el sueño
tan fácilmente).
Misma situación en carta a Kóselitz del 20/7/1886:
Me ha vuelto a llegar un ejemplar
modélico de una fémina literata, Miss Helen Zimmern (que ha dado a conocer
Schopenhauer a los ingleses) [...]. Por supuesto, judía: —es increíble cómo
esta raza tiene ahora en sus manos la «espiritualidad» de Europa.
Los otrora “zorros del país” configuran ahora la punta de
lanza espiritual del viejo mundo: la tortilla terminó de voltearse.
En este 1886 Nietzsche publica Más allá del bien y del mal, libro
virulento —su virulencia estilística va in
crescendo de aquí en adelante[4]— en el que ataca la moral
cristiana y acusa a los judíos de haberla engendrado:
El mundo antiguo, «el pueblo elegido
entre los pueblos», como dicen y creen ellos mismos — los judíos han llevado a
efecto aquel prodigio de inversión de los valores gracias al cual la vida en la
tierra ha adquirido, para unos cuantos milenios, un nuevo y peligroso
atractivo: — sus profetas han fundido, reduciéndolas a una sola, las palabras
«rico», «ateo», «malvado», «violento», «sensual», y han transformado por vez
primera la palabra «mundo» en una palabra infamante. En esa inversión de los
valores (de la que forma parte el emplear la palabra «pobre» como sinónimo de
«santo» y «amigo») reside la importancia del pueblo judío: con él comienza la
rebelión de los esclavos en la moral (§ 195).
Es importante destacar que Nietzsche, pese
a seguir tratando a los judíos de manera desdeñosa incluso en algunos de sus
escritos más tardíos, ha dejado ahora de guardarles resentimiento, y siendo el
resentimiento un componente necesario del antisemitismo, podemos deducir que
Nietzsche, a estas alturas, ya no es antisemita. Sin embargo, acusa a los
judíos de haber dado vuelta el universo de los valores éticos para acomodarlos
a su situación y haber trastornado el mundo antiguo, el mundo dionisíaco, para
convertirlo en un aguantadero de enfermos y de cobardes. Sin resentimiento no
hay antisemitismo, pero si este tipo de ideas cae en la cabeza de un resentido,
el caldo antisemita queda listo para ser degustado[5].
Pero
Nietzsche incubaba un odio particular hacia los antisemitas de su época (“estoy
haciendo que fusilen a todos los antisemitas”, le escribe a Franz Overbeck al
comienzo de su locura), de modo que solía olvidar muy fácilmente las desgracias
que, según él, el judaísmo había traído a este mundo, para enrostrarles a sus
enemigos las potencialidades intelectuales de los que ya eran gente de su club
(“¡Qué beneficio es un judío entre alemanes!”,
FFPP, 1988, 15 [80]), al
tiempo que les clavaba, a su cuñado y a todos los que como él pensaban, una
puñalada en ese germanismo rastrero que alguna vez había sabido cultivar pero
que ahora despreciaba:
Los judíos,
hablando objetivamente, son para mí más interesantes que los alemanes: su
historia plantea problemas mucho más fundamentales. En cuestiones tan serias
estoy habituado a dejar de lado simpatías o antipatías: tal como corresponde a
la decencia y la moralidad del espíritu científico y —finalmente— incluso a su
gusto. Por otra parte, confieso que me siento demasiado extraño ante el actual
«espíritu alemán» como para poder observar sus particulares idiosincrasias sin
mucha impaciencia. Entre éstas incluyo especialmente el antisemitismo. [...] Un
deseo: publique una lista de sabios, artistas, poetas, escritores, actores y
virtuosos alemanes de descendencia u origen judío. (Sería una valiosa
contribución a la historia de la cultura alemana (¡y también a su CRÍTICA!)
(Carta a Theodor Fritsch, 23/3/1887).
Con
esta carta le pone los puntos a su editor, antisemita consumado y rabioso, y va
delineando su plan de acción, que es el de barrer de la faz de la tierra la
ética cristiana, y a los cristianos junto con ella, y como los antisemitas
eran, por regla general, activistas cristianos (católicos especialmente),
caerían con ellos. Ahora bien, el antisemitismo campeaba entre los alemanes
nacionalistas, por lo que si Nietzsche había elegido ser anti-antisemita, por
fuerza tenía que renegar de ese pangermanismo que había sabido cultivar[6] y convertirse
(¡al estilo Marx!) en internacionalista. No le interesaba a Nietzsche Alemania
sino la Europa completa, y si para apoderarse de ella hubiese tenido que
sacrificar a la mayoría de sus antisemitas compatriotas, no habría dudado en
hacerlo[7]. Por
eso les advertía: váyanse lo más lejos que puedan, porque la revolución
anticristiana está llegando:
Mi deseo es [...]
que algo venga en vuestra ayuda del lado alemán, a saber: que se obligue a los
antisemitas a abandonar Alemania: en cuyo caso no cabría duda de que
preferirían vuestra tierra de «promisión» [Paraguay] a cualquier otro país. A
los judíos, por otra parte, les deseo cada vez más que lleguen al poder en
Europa, para que pierdan (es decir, ya no tengan necesidad de) las cualidades
en virtud de las cuales se han impuesto hasta ahora en su calidad de oprimidos.
Por lo demás, es mi sincera convicción que un alemán que, simplemente porque es
un alemán, reivindique ser más que un judío, es alguien que tiene su lugar en
la comedia; suponiendo, claro, que no lo tenga en el manicomio (borrador de una
carta a su hermana, principios de junio de 1887).
Menciona el Paraguay porque ahí estaba
Elisabeth Nietzsche con su esposo ensayando un experimento, la fundación de una
colonia ario-antisemita que se llamó “Nueva Germania” (y que todavía existe,
aunque no con esa ideología), para la cual le solicitaba donaciones a su
hermano. Claro está que no soltó ni un centavo y les deseó un fracaso rotundo
(y su deseo se hizo realidad). Trató de evitar por todos los medios que su
apellido quedase identificado con el círculo antisemita alemán:
… Ese partido me ha
echado a perder, uno tras otro, a mi editor, mi prestigio, a mi hermana, a mis
amigos —nada es un estorbo mayor para mi influencia que el hecho de que el
nombre Nietzsche se haya puesto en relación con antisemitas tales como E.
Dühring: no se me ha de tomar a mal que recurra a los medios de la legítima
defensa. Pondré de patitas en la calle a todo aquel que me infunda sospechas en
este punto (carta a su madre, Franziska Nietzsche, del 29/12/1887).
“Ruego que de ahora mismo en adelante no
se me entregue la literatura antisemita”, le escribe a su madre en otra misiva
de ese mismo año. A partir de aquí, su distanciamiento de todos los
antisemitas, sean publicistas o editores, como Avenarius y Fritzsch, será
total, y, para mayor indignación de todo ese grupo, comenzó su reivindicación
expresa de judíos como H. Heine y G. Brandes, tan poco valorados por los
alemanes de nacionalismo excluyente y autosatisfecha cultura filistea. Pero lo
que más le dolió, por lejos, fue la disputa con su propia hermana:
Tú, mi querida
Llama, has hecho una gran necedad — ¡para ti y para mí! Tu vínculo con un jefe
antisemita manifiesta una extrañeza frente a toda mi forma de ser que me llena
una y otra vez de animosidad y de melancolía. Es verdad que tú dices que te has
casado con el colonizador Förster y no con el antisemita, y eso es incluso
correcto; pero a los ojos del mundo Förster seguirá siendo, hasta el fin de sus
días, el jefe de los antisemitas. [...] Toda la prensa alemana guarda un
silencio sepulcral sobre mis escritos — ¡desde cuándo!, ¡díselo a Overbeck! Eso
despierta sobre todo desconfianza ante mi carácter, como si yo rechazara en
público algo que en privado fomentara, —y el hecho de no poder hacer nada
contra el uso que se hace del nombre de «Zaratustra» en cada uno de los números
de la revista Antisemitische
Korrespondezblatt [”Correspondencia antisemita”], eso ya me ha puesto
muchas veces prácticamente enfermo. — ¡Perdón! No es correcto decirte a ti esto
y es injusto responsabilizar a la pobre Llama de las convicciones de ese
partido. Pero yo no hago siempre plena «justicia» en mis simpatías y antipatías
(carta a su hermana Elisabeth, 26/12/1887).
Los antisemitas alemanes utilizaron su Zaratustra para propagar sus propias
ideas, y eso le puso los pelos de punta. De haber conocido a Hitler, lo habría
aborrecido —pero eso no quita el hecho de que Nietzsche, con su filosofía
belicista, le haya allanado el camino—.
La paciencia para con su hermana muy
pronto se le agota:
Me encuentro ahora
contra el partido de tu marido en estado de legítima defensa. ¡¡Esos malditos
muñecos-antisemitas no deben tocar mi ideal!! ¡Cuánto he sufrido ya por el
hecho de que nuestro nombre esté mezclado con este movimiento por tu
matrimonio! En los últimos seis años has perdido toda razón y toda
consideración (carta a su hermana Elisabeth, finales de diciembre de 1887).
…Y con esto toco
una vez más mi posición con respecto al antisemitismo o a los antisemitas, de
los cuales, puesto que entre ellos hay caracteres tan respetables, eficientes y
enérgicos, puedo admitir muchas cosas favorables. Sin embargo, esto no impide,
sino que más bien condiciona incluso que yo le haga la guerra al antisemitismo,
porque dilapida y envenena tantas fuerzas eficientes. Pero nota bien lo
siguiente: ¡yo no hago la guerra a lo que desprecio! (carta a su hermana
Elisabeth, 3/5/1888).
Y también se le agotan los improperios
para con sus enemigos naturales al entrar en el último año de su vida cuerda:
Los antisemitas no
perdonan a los judíos que estos tengan «espíritu» — y dinero: el antisemitismo,
un nombre para los «malparados» (FFPP,
1888,14 [182]).
Los judíos son, en
una Europa insegura, la raza más fuerte: pues, por lo prolongado de su
evolución, son superiores al resto. Su organización presupone un devenir más
rico, una carrera más peligrosa, un número mayor de etapas que aquéllos que
todos los otros pueblos pueden reivindicar. Y esto es prácticamente la fórmula
de la superioridad. [...] Los judíos son, en sentido absoluto, inteligentes;
encontrarse a un judío puede ser un beneficio. Por lo demás, no se es
impunemente inteligente; fácilmente se tiene a los otros en contra. No
obstante, los inteligentes disponen de una gran ventaja. — A los judíos su
inteligencia les impide volverse locos a nuestra manera: por ejemplo,
nacionalistas. Parece que se hubieran vacunado demasiado bien en otro tiempo,
incluso de manera un poco sangrienta, y esto, entre todas las naciones: ellos
ya no se entregan fácilmente a nuestra rabies,
la rabies nationalis. Hoy son incluso
un antídoto contra esta última enfermedad de la razón europea (FFPP, 1888, 18 [3]).
¡Ah, qué beneficio
es un judío entre ganado alemán con cuernos!... Eso lo minusvaloran los señores
antisemitas. Qué diferencia propiamente a un judío de un antisemita: el judío,
cuando miente, sabe que miente: el antisemita no sabe que miente siempre (FFPP, 1888, 21 [6]).
Los antisemitas
tienen una meta, que es palmaria hasta la indecencia, es el dinero judío. Un antisemita es un judío
envidioso, es decir, estúpido en grado sumo (FFPP, 1888, 21 [7]).
A riesgo de asestar
a los señores antisemitas una patada «bien dada», confieso yo que el arte de
mentir, el «inconsciente» extender dedos largos, demasiado largos, el tragarse
la propiedad ajena, me ha parecido hasta ahora más evidente en todo antisemita
que en cualquier judío. Un antisemita roba siempre, miente siempre — no puede
hacer otra cosa (FFPP, 1888, 23 [9]).
Resulta muy a propósito citar aquí a
Christian Niemeyer intentando desenmarañar la relación de Nietzsche con el
antisemitismo:
La actitud del último Nietzsche frente
al antisemitismo ideológico imperante en su época no es en absoluto
ambivalente, sino de una claridad extrema: al contrario que el «joven»
Nietzsche, el maduro despreciaba el antisemitismo tanto como apreciaba a los
judíos de su tiempo y odiaba a antisemitas como Renan, Dühring, Fritsch, el
predicador A. Stoecker o su cuñado Fórster. No obstante, esto no modifica lo
más mínimo el hecho de que Nietzsche empleara genuinos estereotipos antisemitas
en su crítica del cristianismo (Diccionario
Nietzsche, p. 44).
Pero ¿apreciaba Nietzsche a los judíos de
su tiempo? Solo a unos pocos, como los ya mencionados Heine y Brandes, o a sus
amigos Rée y Lipiner, mientras que a los judíos “poco cultos” continuaba
teniéndoles bastante aprensión, y su ojeriza, causada por el desfavorable
juicio que se había hecho de su milenaria historia, sin llegar al
resentimiento, no había desaparecido:
El «instinto de
elegido» judío: reivindican sin más todas las virtudes para sí y consideran el
resto del mundo como su opuesto: signo profundo de la vulgaridad del alma (FFPP, 1887,10 [199]).
Los
judíos, ese pueblo sacerdotal, que no ha sabido tomar satisfacción de sus
enemigos y dominadores más que con una radical transvaloración de los valores
propios de éstos, es decir, por un acto de la más espiritual venganza. Esto
es lo único que resultaba adecuado precisamente a un pueblo sacerdotal, al
pueblo de la más refrenada ansia de venganza sacerdotal. Han sido los judíos
los que, con una consecuencia lógica aterradora, se han atrevido a invertir la
identificación aristocrática de los valores (bueno = noble = poderoso = bello =
feliz = amado de Dios) y han mantenido con los dientes del odio más abismal (el
odio de la impotencia) esa inversión, a saber, «¡los miserables son los
buenos!» (La genealogía de la moral (1887), I, 7).
Según Niemeyer, el antisemitismo que trasuntan estas palabras
corresponde a una “construcción secundaria” dentro del pensamiento de
Nietzsche, a diferencia de su anti-antisemitismo y de su filosemitismo, que
serían construcciones nietzscheanas primarias (cf. su Diccionario Nietzsche, p. 52). Yo entiendo que todo esto, su
antisemitismo, su anti-antisemitismo y su filosemitismo, todo junto es una
construcción secundaria si lo englobamos dentro de lo que Nietzsche consideraba
importante, y si en sus últimos años como escritor le dio tanta importancia al
tema del antisemitismo fue porque presentía, con impecable criterio, que su
nombre pasaría a la historia de la filosofía y no quería que quedase vinculado
a los círculos antisemitas. Pero el antisemitismo, en tanto que antisemitismo,
lo tenía muy sin cuidado en comparación con otros grandes temas que supo tratar
en sus escritos. Los judíos le interesaban como precursores de los cristianos,
que eran sus verdaderos enemigos, y su antisemitismo pasaba por ahí. Los
antisemitas “ortodoxos” odiaban a los judíos por haber matado a Cristo,
Nietzsche los odiaba por haber posibilitado que el cristianismo naciera. Pero
hasta ahí llegaba su odio, no pasaba de esa raya. Su odio a los antisemitas era
un poco más profundo, pero no tenía ni punto de comparación con el odio que
profesaba a los cristianos.
El último acto de la tragedia-Nietzsche
consistió en preparar la logística previa para lo que —suponía— sería la mayor
guerra y la mayor masacre jamás perpetrada: la eliminación del cristianismo:
Desde ahora
necesitaré que me ayuden innumerables manos —¡manos inmortales!— , la Transvaloración debe aparecer en dos
idiomas. Será conveniente que por todas partes se funden asociaciones que me proporcionen
en el tiempo oportuno algunos millones de seguidores. Considero valioso tener a
mi favor en primer lugar a los oficiales del ejército y a los banqueros judíos:
—ambos grupos representan juntos la voluntad
de poder. [...] los banqueros judíos son mis aliados naturales como único
poder internacional, tanto por su origen como por su instinto, que cohesiona de
nuevo a los pueblos, después de que una abominable política de intereses haya
hecho del egoísmo y del autoenvanecimiento de los pueblos un deber (FFPP, diciembre de 1888, 25 [11]).
Esto parece chiste: la voluntad de poder, para Nietzsche,
¡son los judíos! Así las cosas, en una primera lectura podríamos encontrar
contradictorio el hecho de que alguien empariente la filosofía de Nietzsche con
el nazismo. Y sin embargo no lo es, no es contradictorio, porque si bien en
esta entrada estoy haciendo hincapié en la cuestión judía, en la filosofía de
Nietzsche este tema es harto secundario en comparación con los tres o cuatro
tópicos que realmente lo inquietan, y hasta se puede adivinar una continuidad
de su desprecio juvenil hacia los judíos, solo que ahora los necesita, y no tanto los necesita como avanzada de la
espiritualidad europea sino más bien como banqueros, tal como queda explicitado
en el anterior pasaje o en este otro: “¿Ya sabe usted que para mi movimiento internacional necesito
todo el gran capital judío...?” (carta a Heinrich Köselitz, 9/12/1888). Ese
capital sería destinado, en lo futuro, para el armamento, para ponerse a tono
con la “guerra total” que Nietzsche desataría, pero primeramente lo necesitaba
para concretar una multitudinaria propaganda: planeaba editar El anticristo en siete lenguas, ¡con una
tirada de un millón de ejemplares para cada una de estas siete traducciones! (carta
a Paul Deussen, 26/11/1888).
Hay que decir también que a estas alturas, Nietzsche está
viviendo un infierno psicológico, un borderláin de la locura que ya empieza a
calentarle el cerebro, y que su pretendida coalición con los judíos para que
juntos, y junto con el ejército alemán, tomen el poder, no puede suponerse que
haya sido pergeñada por una persona en sus cabales. Pocos días antes de la
famosa escena con el caballo, le escribe una misiva a Georges Brandes —crítico literario que había hecho mucho, con su
estudio sobre el “radicalismo aristocrático” de Nietzsche, para catapultarlo a
la fama internacional[8]—, le escribe una misiva, decía, tan desconcertante que el
pobre dinamarqués, de haberla leído, no se habría decidido por compadecerlo o
por carcajear:
Apreciado amigo,
considero que es necesario comunicarle algunas cosas, todas de primera
relevancia: deme su palabra de honor de que esta historia quedará entre
nosotros. Hemos entrado en la gran política, incluso en la más grande de todas…
Preparo un acontecimiento que con suma probabilidad partirá la historia por la
mitad, hasta el punto de que tendremos una nueva cronología: a partir de 1888
como año Uno. Todo lo que hoy está arriba, alegre y confiado, la Triple
Alianza, la cuestión social, se convertirá en una formación de antítesis entre
individuos: tendremos guerras como no las hay, pero no entre naciones, no
entre estamentos: todo habrá saltado en pedazos, —yo soy la dinamita más
terrible que existe—. En tres meses quiero encargar los preparativos para la
edición de un manuscrito de El Anticristo. Transvaloración de todos los valores. Se mantendrá completamente
secreta: me servirá como edición de agitación. Necesito traducciones a todas
las principales lenguas europeas: cuando la obra tenga que salir a la luz
pública, entonces calculo un millón de ejemplares en cada lengua para la primera edición. He pensado en usted
para la edición danesa, en el señor Strindberg para la sueca. —Ya que se trata
de un golpe de aniquilación contra el cristianismo,
es evidente que el único poder internacional que tiene un interés instintivo en
la aniquilación del cristianismo son los judíos
—aquí hay una enemistad instintiva, no algo «ficticio» como en cualesquiera
«librepensadores» o socialistas— me importan un rábano los librepensadores. Por
consiguiente, hemos de tener aseguradas todas las potencias decisivas de esa
raza en Europa y América —un tal movimiento necesita sobre todo del gran
capital. Aquí se halla el único terreno preparado por naturaleza para la guerra
de decisión más grande de la historia: el resto de partidarios solamente podrá
tomarse en consideración después del
golpe. Este nuevo poder que aquí se formará debería
convertirse en un abrir y cerrar de ojos en la primera potencia mundial: admitiendo que al principio los estamentos dominantes
tomarán el partido del cristianismo, será como si tuvieran el hacha puesta en
las raíces, pues justamente todos los individuos fuertes y vitales se separarán
de ellos de manera incondicional.
[...]
Cuando usted lea
finalmente la ley contra el cristianismo, firmada por el «Anticristo», con la
que concluye el libro, quién sabe, temo que tal vez incluso a usted le flaqueen
las piernas…
La ley contra el
cristianismo tiene como título: Guerra a
muerte contra el vicio: el vicio es el cristianismo.
El primer
artículo: viciosa es toda especie de contranaturaleza; la especie más viciosa
de ser humano es el sacerdote: él enseña
la contra naturaleza. Contra el sacerdote no se tienen razones, se necesita el
presidio.
[...]
Si vencemos, tendremos en nuestras manos el
gobierno de la tierra —incluida la paz mundial… Hemos superado las absurdas
fronteras de la raza, la nación y las clases: solamente persistirá la jerarquía
entre los seres humanos, de individuo a individuo, que, por supuesto, es una
escala jerárquica enorme y larga.
Así pues, usted
posee el primer documento de la historia universal: gran política par excellence.
Entiéndase ahora, después de leer el anterior documento,
cómo todo este filosemitismo no es real sino derivado del interés económico
representado por el capital internacional judío del que Nietzsche pensaba
servirse para llevar a cabo su plan, y todo enmarcado por un delirio en ciernes
donde ya no se puede juzgar ni de filosemitismos ni de antisemitismos ni de
nada, porque en este diciembre de 1888 Nietzsche no razona ya, le patina el
embrague, y lo mismo podríamos decir de la totalidad de este último año de
“cordura”, con El anticristo
incluido. Por eso es difícil juzgar la importancia que la cuestión judía tuvo
en Nietzsche en estos sus últimos escritos: lo encuentro inimputable. Claro que
son estos, los de los años 87 y 88, sus escritos más exaltados y
“entretenidos”, más llevaderos, y por ende los más leídos, y entonces le queda
la sensación al público general que en la filosofía de Nietzsche el
anti-antisemitismo constituye una cuestión crucial cuando no lo fue ni por
asomo. Las peleas con una hermana o un cuñado poco tienen que ver con la
filosofía, y ese es el principal origen de su anti-antisemitismo: las disputas
familiares. Y no odiaba a los antisemitas en tanto que antisemitas, sino en
tanto que cristianos, y también porque persiguiendo a los judíos, perseguían a
los capitalistas que habrían de financiar su cruzada antihumana. Su filosemitismo no forma parte,
como quiere Niemeyer, de una construcción primaria de su pensamiento: es una
pura pose. Después de todo, “un judío de más o menos, ¿qué importancia tiene?”
Hemos de dejar
bien en claro entonces que al Nietzsche razonablemente cuerdo le desagradaban
bastante los judíos, y si bien nunca pensó en suprimirlos (excepto que fueran
tarados, débiles o tullidos), sí pensó que le convenía mantenerse a distancia
de ellos, porque su nariz, lo mismo que la de Schopenhauer, difícilmente
toleraba el foetor judaicus[9]. Podría coincidir con Niemeyer y decir que su
antisemitismo fue “retórico”, pero entonces habrá que calificar a su
anti-antisemitismo con el mismo adjetivo despectivo: fue un anti-antisemitismo
vacío de contenido filosófico.
Terminaré de citar a Nietzsche con un borrador de una carta
que le escribió al emperador Guillermo II a comienzos de diciembre de 1888:
Hay nuevas esperanzas, hay
metas y tareas de una grandeza para la cual hasta ahora no se tenía noción: yo
soy un alegre mensajero par excellence,
aun cuando tenga que seguir siendo el ser humano de la fatalidad… Pues cuando
este volcán entre en actividad, tendremos sobre la tierra convulsiones como aún
no las ha habido: el concepto de política se ha disuelto por completo en una
guerra entre espíritus, todas las estructuras de poder han saltado por los
aires — habrá guerras, como nunca las ha habido—.
La profecía de Nietzsche se cumplió: los horrores de la
Segunda Guerra Mundial jamás se habían visto —y creo con esperanza que jamás se
volverán a ver—. Solo pifió en un pequeño detalle: los judíos no formaron parte
de los atacantes, sino de los atacados. No lo hubiese querido así Nietzsche,
pese a que los judíos, salvo algunas excepciones, no le caían bien (el
antisemita opera siempre así: “Los judíos son una desgracia, excepto tú, y tú,
que siendo judíos, no lo parecen y no se comportan como tales”). “Considero valioso —había escrito— tener a mi favor en
primer lugar a los oficiales del ejército y a los banqueros judíos: —ambos
grupos representan juntos la voluntad de
poder”. No pudo ser: el ejército nazi no se alió, sino que expropió a los
banqueros judíos, y al resto de los judíos los masacró: eran débiles, y
Nietzsche aconsejó suprimir a todos
los débiles, sin importar raza, credo ni condición social. En este sentido, sus
consejos no cayeron en saco roto.
Respondo, pues, de manera concreta,
a la cuestión que dio comienzo a esta investigación: a Nietzsche le
desagradaban los judíos, y le desagradaron hasta el último de sus días, pero su
antisemitismo, es decir, su resentimiento
hacia los judíos, fue decreciendo a partir de 1876 aproximadamente hasta casi
desaparecer hacia 1888. Y nunca fue un antisemita activista: el Ku-Klux-Klan
que planeaba no era para ellos. Siempre le desagradaron los judíos, pero esta sensación
no fue óbice para que se apoderara de él, sobre todo en sus últimos años de
cordura, un exacerbado (aunque también retórico) anti-antisemitismo. Convivió
en Nietzsche, durante muchos años, el desagrado por los judíos y por los
antisemitas; por ser el primer posmoderno pudo darse este tipo de lujos que
ahora son corrientes en el ámbito de la filosofía.
[1] La crítica de Nietzsche al cristianismo, la repugnancia que sentía por
todo lo cristiano, tenía que incluir necesariamente al judío: "El
cristianismo es el blanco de Nietzsche en la medida en que se conecta
directamente al judaísmo. Mientras que Kant o Hegel trazan una línea de
demarcación, sustrayendo el cristianismo a las críticas que dirigen al
hebraísmo, Nietzsche puede ser considerado el primer filósofo que lanza un
ataque sin precedentes contra el judaísmo, pues se amplía hasta implicar al
cristianismo. Golpeando al uno golpea también al otro. Puede decirse que el
enemigo de Nietzsche es el mesianismo" (Donatella di Cesare, Heidegger y los judíos, p. 64).
[2] "Nietzsche
había aprendido en poco tiempo, por su íntima amistad con Paul Rée y ahora por
su admiración por el poeta Lipiner, a perder aquella altanera aversión a los
judíos que las iglesias cristianas habían mantenido despierta durante siglos
por la pretensión de poseer ellas solas la verdad, y que desde la fundación del
Imperio comenzó a desarrollarse en un antisemitismo político que fue fomentado
activamente por las «Bayreuther Blatter» y por todo el movimiento cultural de
Bayreuth, y menos por Wagner mismo. Para Nietzsche ya era tiempo de
distanciarse claramente [...] de esto” (Curt Janz, op. cit., p. 409).
[3] Nietzsche propone la irracionalidad como criterio teórico y ético. Burlándose
del principio de no contradicción, explica: "¿Existe culpa, injusticia, contradicción
y dolor en este mundo? «¡Sí!», exclama Heráclito, pero solo para el hombre de
inteligencia limitada que ve únicamente lo separado, y no la unidad; y no para
el dios que intuye el todo. Para este, todas las cosas y sus contrastes, los
contrarios, no conforman más que una totalidad armónica, invisible para el ojo
del hombre común, pero comprensible para quien, como Heráclito, es semejante al
dios contemplativo" (La filosofía en
la época trágica de los griegos, § 7). ¿Cómo se le puede criticar a un
sujeto que "razona" de este modo, simulando ser un dios, con esa
lógica ilógica sin principios ni finalidad, sin sujeto ni objeto, sin concepto,
sin juicio ni objetivo, sin realidad ni verdad; cómo se le puede criticar a una
tal persona el hecho de que sea antisemita y anti-antisemita al mismo tiempo?
[4] En sus últimos años, Nietzsche pasa a ser "un literato remendón,
escribidor patológico compulsivo, que carga su pluma con la bilis sanguinolenta
de sus vómitos progresivamente más frecuentes y densos. Su texto es su contexto
enfermo" (Bernardo Alonso, "La terrible patraña Nietzsche",
artículo disponible en internet).
[5]
Conor Cruise O’Brien se pregunta por las repercusiones, directas o indirectas,
del pensamiento de Nietzsche en el Holocausto, y concluye que dichas
repercusiones en verdad existieron. Los valores éticos que Nietzsche pretendía
trastocar correspondían tanto al cristianismo como al judaísmo, y si la cruzada
nietzscheana hubiese tenido éxito y los valores espartanos hubiesen asomado su
nariz en Alemania, "tan pronto como volvieran a restablecerse dichos
valores, que los judíos habían subvertido, no habría ya límite alguno, ni
tampoco quedaría ya ningún judío" (The
Siege: The Saga of Israel and Zionism, p. 59).
[6] Pangermanismo que no la abandonó sino hasta mediados de los setenta.
No es correcto, pues, lo que afirma Deleuze, que perdió sus últimos
"fardos" nacionalistas y comenzó a despreciar a su país y a sentirse
incapaz de vivir entre los alemanes, en 1870 (cf. Gilles Deleuze, Nietzsche, p. 11). El viraje fue mucho
más lento.
[7] “Estamos –escribió en 1882-- muy lejos de ser
lo bastante alemanes, en el sentido corriente en que se utiliza hoy esta
palabra, para convertirnos en voceros del nacionalismo y del odio racial, para
regocijarnos con esa infección nacionalista por la que hoy los pueblos de
Europa se atrincheran unos contra otros y se acuartelan” (La gaya ciencia, § 377, “Nosotros,
los apátridas”). El pensamiento de Nietzsche, comenta
Jorge Polo Blanco, “terminó
siendo (tras superar, al menos hasta cierto punto, su inicial fase teutómana o
germanófila) de corte «paneuropeísta». [...] En el aforismo 256 de Más allá del bien y del mal lo encontraremos muy enfadado con
la visión miope y la ignorancia recalcitrante de todos aquellos que siguen empeñados en
fragmentar y dividir el territorio europeo con la «locura de las
nacionalidades»,
cuando lo cierto es que Europa «quiere» unificarse, generando una nueva y superior síntesis. Soñaba
con una Europa unida y empoderada en la que, por fin, quedasen sepultadas las
rencillas intestinas; una Europa que dejase atrás los chovinismos patrioteros
anclados en la glorificación del terruño local” (Anti-Nietzsche, p. 113). “El espíritu alemán es una indigestión. […] Adonde
llega Alemania, corrompe la cultura”, dijo en Ecce Homo. De todos modos, hay que
dejar en claro que pese a estas declaraciones, Nietzsche jamás
se desprendió por completo de ciertas referencias a la higiene racial,
hipótesis que convivió en su mente de manera más o menos forzada con la opción
europeísta. Y además, nunca abandonó del todo su querencia
por la “caracterología” de los diferentes “espíritus nacionales”
(cf. Félix Duque, Los buenos
europeos, p. 90). Por último, citaré la opinión de
Norbert Elias, para quien “el ocasional odio de Nietzsche hacia los alemanes
era en parte un odio hacia sí mismo. Cuando renegaba de ellos por su «profunda
cobardía ante la realidad», por su «falsedad hecha instinto» y por su
«idealismo», en el fondo estaba renegando de sí mismo. Esencialmente, ocultaba
a sí mismo una debilidad deseosa de un vigor guerrero del que no era capaz”
(“Nietzsche y el éthos guerrero”, artículo disponible en internet).
[8] Brandes, a diferencia de otros intérpretes posteriores, comprendió
desde el principio hacia dónde apunta la filosofía de Nietzsche: "No se puede, de
ningún modo, hablar de injusticias cometidas por la casta superior. Porque no
existe justicia ni injusticia en sí. Para él, el hecho de matar a alguien, de
aplastarlo, de explotarlo, de anularlo, no constituye una injusticia, no
puede constituirla, por no ser la vida misma en su esencia, en sus
funciones primordiales, más que destrucción, explotación, reducción a la nada.
El derecho no podrá constituir jamás otra cosa que un estado de excepción,
es decir, una restricción impuesta al instinto esencialmente vital, cuyo
fin es el poder. [...] El gozo que inspira a Nietzsche la lucha
en tanto que lucha, completamente opuesto a la manera de ver inspirada por
el humanitarismo moderno, es muy característico. Para él, la magnitud de
un progreso se mide por la importancia de los sacrificios que exige. Una
higiene que mantiene vivos a millones de seres débiles e inútiles, que hubieran
debido morir, no es un progreso verdadero. Un tranquilo bienestar medio
asegurado a un número lo mayor posible de criaturas miserables, que en nuestros
días se llaman seres
humanos, tampoco representa un progreso grande y verdadero" (Georges Brandes, Nietzsche: un ensayo sobre el radicalismo
aristocrático, pp. 48-9). El darwinismo social se infiltra en el mismísimo
interior de la ontología nietzscheana.
[9] La expresión fue acuñada por Abraham a Sancta Clara, monje austríaco
del siglo XVII, recordado principalmente por su profundo antisemitismo. Fue uno
de los principales referentes del pensamiento del Heidegger católico.