En la filosofía de Kant, la teoría del
derecho ocupa un lugar destacado. No ocurre lo mismo en la mayoría de los
pensadores filosóficos, que tienden a reseñar lo jurídico para centrarse en
otras cuestiones que suponen de mayor importancia. De esto se quejaba el
sociólogo francés Gabriel Tarde:
De todos los dominios de la vida
social, el Derecho es aquel en el cual la especulación filosófica se ha
empleado menos en nuestros días. Se ha manifestado esta en la filología y la
mitología comparadas, en política, en moral, en estética; pero los códigos le
han producido miedo, y ha dejado el Derecho a los juristas, la mina a los
mineros. ¿Se ha retirado, yo no sé por qué, ante los estudios especiales que la
explotación de un nuevo filón haya exigido? ¿Habrá entre el espíritu jurídico y
el espíritu filosófico alguna incompatibilidad natural? (Las transformaciones del Derecho, palabras iniciales).
Efectivamente, yo entiendo que
existe una incompatibilidad natural entre el pensamiento filosófico y el
jurídico, y el hecho de que Kant haya pretendido abarcar los dos frentes,
habiendo sido tan fructífero en el primero y tan seco en el segundo, es una
especie de confirmación de la idea de que al pensador filosófico, el universo
leguleyo no le es de su incumbencia y que cuando quiere ingresar en él,
derrapa. Por eso le comento a Gabriel Tarde que su temor no era infundado: no
hay nadie más alejado del filósofo que el jurista. Si no lo sabía, sépalo
ahora. Más vale tarde que nunca[1].
[1] ¿Y por qué será que el filósofo y el jurista
están en perpetuo conflicto? Porque el filósofo no puede ni debe aceptar la
mentira ni la inmoralidad en general, y el jurista necesita de ambas. El Derecho, como dice Minor Salas, "es una
profesión esencialmente inmoral. Por «esencialmente inmoral» quiero decir,
tratando de ser lo menos ambiguo, que su ejercicio cotidiano en los foros
judiciales, administrativos y privados conlleva, a pesar de la buena voluntad
de quienes laboran allí, conductas que atentan contra algunos preceptos de la
moral pública dominante. De no aceptarse –a veces de manera colectiva– esas
pequeñas (o grandes) inmoralidades, entonces la práctica de la profesión se
haría muy difícil y acaso hasta imposible" (Minor Salas, "¿Es el
derecho una profesión inmoral?"; Doxa: Cuadernos de Filosofía del Derecho,
Universidad de Alicante, núm. 30
(2007), pp. 581-601).
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