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martes, 19 de julio de 2011

Contra la vacunación (parte I)


El virus que ocasiona la hepatitis B podría revelarse como uno de los más peligrosos para el hombre, puesto que, bajo ciertas condiciones que todavía estamos lejos de comprender de forma precisa, el material genético del virus puede penetrar en el interior de los cromosomas. Al adoptar el estado de un «provirus», puede activar unas zonas particulares del cromosoma infectado, llamadas «secuencias oncogénicas», y desencadenar así cánceres primitivos del hígado, generalmente incurables. Los trabajos de investigadores [...] han establecido que existe una relación de causalidad evidente entre la presencia en los cromosomas de un provirus y la prevalencia de este tipo de cánceres. Vacunar contra la hepatitis B equivale, pues, a prevenir también uno de los cánceres humanos más perniciosos.

François Gros, La ingeniería de la vida, cap. IV



Le contesto a mesié Gros. Le contesto con una pregunta: ¿Qué le sucede al borracho inveterado que no acusa síntomas de haber ingresado a su torrente sanguíneo el virus de la hepatitis B? Pues le sucede que sigue bebiendo como si nada, con total impunidad, hasta que por fin la cirrosis lo encajona. Si, en cambio, el virus aparece, el beodo sufrirá las consecuencias y, si algo de cerebro le queda, dejará de beber, posibilitando así la recuperación de su hígado antes de que el cáncer se presente. Puede que el virus de la hepatitis B, si no es rechazado por nuestros anticuerpos en forma rápida y terminante, acabe dentro de nuestros cromosomas y produzca el cáncer, pero al menos este virus avisa: "¡Guarda el hilo! --Parece decirnos--. Si no me elimináis presto, os eliminaré a vosotros". Distinto es el caso de los virus oncogénicos no infecciosos. Éstos nunca se sabe cuándo entran; entran silenciosos, sin hacer escándalo ni molestar siquiera un poco a nuestra conciencia sensitiva. Luego, al carecer de síntomas, no nos preocupamos por adoptar las medidas higiénicas necesarias --y suficientes-- para erradicarlo antes de que forme manadas, y sucumbimos a la invasión, que sólo es advertida cuando el tumor ya se ha desarrollado en demasía.

Quien se vacuna contra la hepatitis B se libera de padecer un cáncer de hígado producido por este virus. ¡Bien por él! Sólo le resta vacunarse contra los mil quichicientos otros virus que producen el mismo tipo de cáncer y que, de yapa, lo producen sin pedir permiso. ¡Déjenme con mi hepatitis, señores vacunofílicos infilosóficos! ¡Déjenme con esta bendición que me ha caído del cielo y que me ha hecho ver lo hermosa que es la vida, dándome tiempo para enmendar mis errores y prepararme a disfrutarla! [...] ¡¿Y quieren que no hable pestes de la vacuna que la inhibe?!

El camino al infierno --dice aquel sabio aforismo-- está empedrado de buenas intenciones. Y en ese camino hay millones de adoquines que se hacen llamar médicos vacunadores[1].



[1] (Nota posterior.) En África y en Asia está muriendo muchísima gente víctima de cánceres hepáticos generados por el virus HBV (las estadísticas sanitarias dicen que el 80% de los cánceres de hígado se originan a partir de una infección masiva de este virus). Esta es gente casi siempre inculta y de bajísimos recursos económicos, de la cual es utópico esperar que regenere su vida y abandone sus vicios por el solo hecho de haber contraído una hepatitis. Tal vez no sea, visto y considerando estas circunstancias, necesariamente inética la vacunación masiva contra la hepatitis B en estas zonas; y si alguno me tilda de vacilante o de contradictorio por afirmar esto, remítolo sin más a la segunda parte de este informe.

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