Hace ya un tiempo que dejé de tomar mis decisiones importantes basándome principalmente en lo que mi lógica conciente me sugiere. Ahora me baso en mis intuiciones, las que muchas veces discrepan (aunque no siempre) con los dictados del raciocinio externo. Pero esto no significa que yo esté convencido de que los resortes del mundo son irracionales. Al manejarme intuitivamente y no racionalmente, lo único que estoy admitiendo es que mi razón externa no está lo suficientemente desarrollada como para llegar a divisar no digamos todo, pero sí una buena parte del abanico de efectos éticamente buenos y éticamente malos que se abre en el espacio y en el tiempo cada vez que muevo un dedo. Si yo tuviese la capacidad de comprender qué efectos causarán mis decisiones fundamentales, más allá del efecto más o menos inmediato que sí es muchas veces deducible mediante la lógica humana contemporánea, si yo tuviese esa capacidad no dudaría en obrar de acuerdo con lo que me indicase mi cerebro, porque creo fervientemente que la maquinaria universal es absolutamente lógica, que no hay absolutamente nada de azar e irracionalismo ningún rincón del infinito.
Cuando hacemos algo que intuitivamente deseamos hacer, lo hacemos porque nuestra intuición sospecha que a la larga será lo que nos proporcionará un mayor bien[1]. Tal vez nuestro razonamiento externo nos esté diciendo que no, que no lo hagamos porque los efectos serán negativos. Despreciémoslo: si nuestra razón tiene vista de lince, nuestra intuición analiza el futuro como un aparato de rayos equis.
Y después de captar la intuición y de obrar conforme a ella, es conveniente, y es un ejercicio muy edificante para el intelecto, analizar el asunto nuevamente mediante razonamientos externos, los que deberán profundizarse más y más cada vez hasta llegar a la conclusión racional de que en realidad la intuición estaba en lo cierto respecto de los beneficios que nuestro accionar causaría (o nos causaría, que es lo mismo), o sea, que nuestro primer razonamiento era falso, falso porque tuvo en cuenta sólo los efectos buenos y malos que se desatarían inmediatamente, desestimando los efectos mediatos, o falso porque, simplemente, partió de premisas erróneas.
Claro que no siempre se puede llegar a desmembrar racionalmente a las intuiciones. Las más altas, no son susceptibles de análisis lógico ninguno, ni siquiera del realizado por el cerebro más brillante de todos cuantos hoy viven. Por eso dije cierta vez que la teología tenía un límite que no era posible traspasar, y que muchos pensadores se habían engañado a sí mismos al convencerse de haber demostrado, por medio de la lógica, verdades metafísicas "que trascienden por completo el concepto de razón, y que por ese motivo no pueden ser comprobadas". En rigor de verdad, no es que las verdades últimas trasciendan a la razón, sino que la única razón capaz de comprenderlas sería la razón de un cerebro hiperdesarrollado, muchísimo más desarrollado que el cerebro actual del hombre. El gran Descartes intuía la existencia de Dios, pero a su temperamento predominantemente cerebrotónico no le bastaban las intuiciones: necesitaba una explicación razonable, una demostración, tal como, de haber sido predominantemente somatotónico, habría necesitado pruebas sensitivas para creer en su existencia. [...] Por eso es que hay que ser muy cuidadoso con esto de las demostraciones racionales de las intuiciones: es difícil encontrar fundamentalistas que basen su fanatismo en una intuición falsa, pero si les ayudamos a "demostrar" racionalmente la "certeza" de su falsa intuición (o sea, si les ayudamos a racionalizar sus malas intenciones para que piensen que son buenas), desde ese momento serán más dogmáticos y agresivos que nunca. "Tengo razón", dice el terrorista después de colocar la bomba; me es difícil imaginar a uno que diga: "Lo hice por pura intuición"...
Por suerte para la memoria de Descartes, su intuición (según intuyo) resultó ser verdadera pese a lo aparatoso de su demostración racional. Pero lamentablemente para la memoria del mundo religioso, hubo otros teólogos que no tuvieron intuiciones tan sanas como esta del francés.
¿O es que acaso alguno pensaba que las intuiciones, por el solo hecho de serlo, debían ser siempre correctas? Quien así lo haya supuesto tiene razón... y a la vez no la tiene.
Las intuiciones, las verdaderas intuiciones, son siempre correctas, y bueno es acomodarse a ellas si es que queremos que todo nos vaya bien en la vida. Pero hete aquí que estas intuiciones no siempre se nos aparecen tan claramente como para que no tengamos ninguna duda de que son lo que creemos que son y así nos dejemos llevar por ellas. Mucha gente supone tener intuiciones todo el tiempo, pero en realidad no tiene intuiciones sino presentimientos truchos. Quien a menudo tiene intuiciones no es presa fácil de los presentimientos truchos, pues éstos se muestran mucho más débiles y titila antes que las primeras. Pero quien nunca o casi nunca ha tenido una intuición tracendente suele creer que lo que siente es lo verdadero, tal como un chino que no conoce más que el arroz supone que no existe ningún otro alimento que no sea ese. Quien actúa intuitivamente, actúa correctamente; quien actúa presa de los presentimientos truchos, a la larga se perjudica.
Pero ¿quiénes son los que poseen el don de la intuición, para diferenciarlos de los que casi nada perciben desde adentro? Fácil: tal como dije hace una semana, la ética es el motor del mundo y el motor de la razón; agrego, si hace falta, que no es otra que la ética la que nos hace sentir vivamente la intuición. Cuanto más ético es un ser (porque la moral no es una exclusividad humana), mayor claridad intuitiva posee.
La intuición y la razón crecen juntas, o juntas desaparecen. La razón, que es la hermana mayor, tiende siempre a esconderse, mientras que la intuición, más juguetona, prefiere pasear y mostrarse. Si nuestra meta es encontrar a la razón escondida, bueno será que comencemos siguiendo a la intuición descarada, ya que ésta, al final de sus andanzas, querrá ir a visitar a su hermana, y así nos guiará hasta ella.
Con un poco de suerte las veremos tomadas de la mano frente a su mamá Ética, la que nos guiñará un ojo y nos dirá: ¡Mire qué lindas, mire qué bien se llevan! ¡Y pensar que hay gente que cree que andan siempre peleadas![4]
[1] (Nota posterior.) Dos errores hay en esta oración. La intuición no sospecha, la intuición sabe. Pero nada sabe de lo que nos conviene a nosotros en tanto que seres individuales. No trabaja la intuición en vistas de favorecer al individuo que intuye (ni a ningún otro individuo en particular), sino en vistas de favorecer al universo en general.
[4] (Nota posterior.) "El enfoque racional y el intuitivo –dice Fritjof Capra en el epílogo de El Tao de la física-- son totalmente diferentes e implican mucho más que una visión determinada del mundo físico. Sin embargo, son complementarios [...]. Ni uno está comprendido en el otro, ni puede ninguno de ellos reducirse al otro, sino que ambos son necesarios y se complementan mutuamente para darnos una comprensión más completa del mundo. [...] La experiencia mística es necesaria para comprender la naturaleza más profunda de las cosas, y la ciencia es esencial para la vida moderna. Lo que necesitamos entonces no es una síntesis, sino una interacción dinámica entre la intuición mística y el análisis científico".
[4] (Nota posterior.) "El enfoque racional y el intuitivo –dice Fritjof Capra en el epílogo de El Tao de la física-- son totalmente diferentes e implican mucho más que una visión determinada del mundo físico. Sin embargo, son complementarios [...]. Ni uno está comprendido en el otro, ni puede ninguno de ellos reducirse al otro, sino que ambos son necesarios y se complementan mutuamente para darnos una comprensión más completa del mundo. [...] La experiencia mística es necesaria para comprender la naturaleza más profunda de las cosas, y la ciencia es esencial para la vida moderna. Lo que necesitamos entonces no es una síntesis, sino una interacción dinámica entre la intuición mística y el análisis científico".
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