Esto del grado de universalidad del auditorio tiene incumbencia también en el terreno del arte. Podríamos llamar entonces “persuasivo” al artista que se dirige, a través de sus obras, a un público selecto, mientras que el verdadero artista, el artista convincente, pretende conmover al mundo todo, tanto al hombre culto como al ignorante, tanto al anciano como al niño, tanto a los hombres como a las mujeres. Este objetivo no es fácil de implementar, pero tenerlo siempre en la mente durante el proceso creativo es lo que diferencia a los artistas de primera línea de los artistas de salón, de los que nunca llegarán a trascender la barrera de los tiempos. ¿Un ejemplo de arte convincente, de arte universalista de amplio espectro? Cómo no: el Quijote. Humor y literatura para todos fue la consigna de Cervantes[1].
En el arte del humor podemos desenmascarar fácilmente al artista persuasivo del convincente. El humor convincente hace reír a todo el mundo; el humor persuasivo tiene un target determinado y de ahí no pasa. Ciertos cortometrajes de Los tres chiflados tienen más de 70 años de existencia y aún siguen haciendo reír a todo tipo de público y en cualquier país del mundo, no como Chaplin, mucho mejor posicionado según la crítica especializada pero que hoy día no hace sonreír a casi nadie[2].
La serie de dibujos animados Los Simpson merece un párrafo aparte por su calidad humorística y también como ejemplo de lo que significa la decadencia en el arte. Desde 1989, año de su aparición en el aire televisivo, hasta mediados de la década del 90, Los Simpson constituyeron un fenómeno único y tal vez irrepetible: hicieron carcajear –no meramente reír o sonreír-- a una buena porción del globo terráqueo, en principio porque apuntaban a eso, y fundamentalmente porque lo consiguieron (pues muchos también apuntan y casi nadie lo consigue). Pero sucedió que la magia de los libretistas se fue apagando y, al verse acorralados por la falta de ideas, decidieron restringir su target y circunscribirlo meramente al territorio de los Estados Unidos. La aparición de personajes que sólo en aquel país son conocidos es el signo mayor de aquella ingrata transmutación, que se completa también con la proliferación de canciones, que pierden cualquier atisbo de humor al ser traducidas, y detalles autóctonos de todo tipo que, insertados como piezas fundamentales dentro del sketch, deja descolocado a cualquier espectador no estadounidense. No es que los guionistas hayan decidido restringir el universalismo de la serie, simplemente sucede que, a falta de ideas, la labor del humorista se simplifica considerablemente si se apunta sólo a un grupo. Entre admitir la decadencia y retirarse, o restringirse, la producción de Los Simpson optó por esto último. Un público menos pretencioso que yo, el que constituyen los niños fundamentalmente, no se ha percatado aún de este proceso, pero con el paso del tiempo y las generaciones todos comprenderán que los Simpson, artísticamente hablando, han volado alto solamente durante sus primeros años, cuando su gráfica era más desprolija y más prolijo su desparpajo.
[1] Siendo despectivo no con Cervantes, sino con los lectores de su obra cumbre, comenta Hernán Benítez que “la mayoría muy mayor de las gentes van al Quijote a reír, como van al circo” (El drama religioso de Unamuno, p. 49). ¿Y está mal eso? ¿Está mal que se rían con el Quijote aquellos que no pueden, por incapacidad cultural o genética, aprovecharlo mejor de otro modo? Cada quien se aprovecha de las obras de arte como puede, y a falta de otras enseñanzas o emociones, el factor comicidad no tiene por qué desdeñarse. El Quijote es mucho más que una comedia, pero eso no debe hacernos olvidar que también es una comedia, y que no es un pecado artístico el recurrir a sus páginas en busca de una simple sonrisa.
[2] Se objetará que la labor de Chaplin era más compleja porque carecía del instrumento de la palabra, pero no es imposible lograr un humor eficaz y universalista sin ella: El Show de Benny Hill es la prueba.
[2] Se objetará que la labor de Chaplin era más compleja porque carecía del instrumento de la palabra, pero no es imposible lograr un humor eficaz y universalista sin ella: El Show de Benny Hill es la prueba.
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