Vuelvo a Pío Baroja; en este caso en diálogo con un anarquista
político y dinamitero que lo interroga acerca de si no piensa que los hombres
van hacia la igualdad:
Quiá, al revés, vamos a la diversidad; vamos a
la formación de nuevos valores, de otras categorías. Claro que es inútil
actualmente, y además perjudicial, que un duque, por ser hijo de un duque y
nieto de otro y descendiente de un cobrador de gabelas del siglo XVII, o de un
lacayo de un rey, tenga más medios de vida que un cualquiera; pero, en cambio,
es natural y justo que Edison tenga más medios de vida y de cultura que ese
cualquiera (Pío Baroja, Comunistas,
judíos y demás ralea, p. 95).
"Pero,
entonces --replica el anarquista--, se va a la formación de otra
aristrocracia". "Sí --responde Baroja--; pero de una aristocracia
cambiante en consonancia con las aristocracias de la naturaleza". Este aristocratismo barojiano es
polémico, y nunca se ha dado, que yo sepa, en la práctica. Pero aquí viene lo
que me interesa, lo que trasunta verdad e inteligencia, y el motivo principal
por el que no me quiero despegar tan fácilmente de este pensador que acabo de
descubrir este año. Porque al contestarle su interlocutor que tal porvenir
aristocrático, tal aristocracia ilustrada, le parece una desigualdad, una cosa
que habría que evitar, responde Baroja con estas palabras que no han pasado a
la historia simplemente porque la historia, la historia de las ideas, está escrita
frecuentemente por gentes que no merecen escribirla:
¡Evitar! Es imposible. La humanidad lleva su marcha, que es la
resultante de todas las fuerzas que actúan y que han actuado sobre ella.
Modificar su trayectoria es una locura. No hay hombre, por grande que sea, que
pueda hacerlo. Ahora sí, hay un medio de influir en la humanidad, y es influir
en uno mismo, modificarse a sí mismo, crearse de nuevo. Para eso no se
necesitan bombas, ni dinamita, ni pólvoras, ni decretos, ni nada. ¿Quieres
destruirlo todo? Destrúyelo dentro de ti mismo.
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