No vamo' a
trabajar,
no vamo' a
trabajar,
no vamo' a
trabajar,
no vamo' a
trabajar.
Rodolfo Zapata, No vamos a trabajar
Fervor izquierdista.
Fervor izquierdista es el que había en la España
barojiana de la década del 30, a consecuencia de la Segunda República, y el que
hay también ahora en mi país, a consecuencia del Segundo Peronismo --también
llamado kirchnerismo. Y ¿cuál es la fuerza motora de estos izquierdismos
políticos? El odio, el odio al rico y el odio al patrón; y si el patrón es
rico, el odio asciende a la máxima potencia. Baroja se quejaba de esta
situación, del odio que impedía el diálogo entre las partes en conflicto,
forzando al obrero primero al silencio y luego a la venganza:
Está usted creyendo que
ha obrado con justicia dentro de lo que uno puede hacer, y se encuentra usted
con que se tienen enemigos capaces de pegarle a uno un tiro por la espalda si
tuvieran valor para ello. En otros lados se le presentaría a usted un obrero
cara a cara y le diría: "Yo creo que me ha perjudicado usted por esto o
por lo otro", y habría una explicación; pero aquí no, se callan y luego si
pueden lo revientan a uno (Pío Baroja,
Comunistas, judíos y demás ralea, p. 104).
Aquí, en la Argentina kirchnerista, no llegan a reventar a los
patrones, simplemente se limitan a envidiarlos desde lejos. El obrero desearía
ser patrón, o mejor dicho, desearía ganar tanto dinero como su patrón, porque
le han puesto en la cabeza que el consumo es lo que vale y no la producción. Y
entonces se desespera por consumir... y le tiene asco al producir. El ideal de
vida del obrero argentino --no de todos pero sí de una buena parte-- es
pasársela con un buen plan social, con un buen subsidio a la haraganería de los
tantos que rifa este gobierno, y saborear así las mieles del consumo evitando
al mismo tiempo la peste del trabajo.
Pero ¿por qué será, estimado Baroja, que
esta gente no quiere trabajar?
¡Qué se yo! Porque se
entretienen con nada, mirando al cielo. Además, se cansan por cualquier cosa o
dicen que se cansan. [...] Aquí no tienen qué hacer y se tumban. Usted no sé si
habrá oído esa canción.
Cada vez que considero
que me tengo que morir,
tiendo la capa en el suelo
y me jarto de dormir.
Sí, aquí también somos así, con la
diferencia de que además de haraganes, somos voraces consumidores. Nada hay de
malo en ser haragán, en ser ocioso, si uno se atiene a las consecuencias de su
haraganería, esto es, a la pobreza. Pero si uno pretende, a la vez que ser
haragán, ser un rico propietario, ya la cosa se torna complicada para la salud
de un pueblo, y es eso lo que está pasando aquí y ahora en este mi país, un
país de gente que sueña con cargos políticos, pero no para trabajar por el bien
común, sino justamente para dejar de trabajar... y atiborrarse de bienes
personales.
¡Ah, la política!...
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