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Y perdido en la dilucidación íntima de su derrotero iba comprendiendo la verdad
siniestra de que los poetas no viven de los versos, sino éstos de los primeros.
Juan López Núñez, Bécquer
¿Puede un poeta vivir con cierto desahogo valiéndose
pura y exclusivamente de los frutos de su inspiración? Hoy en día pareciera que
no, que no es esto posible en la gran mayoría de los casos, y lo mismo sucedía
en el siglo de Voltaire. La Alemania de aquel entonces, por ejemplo,
distaba más
que cualquier otro país de los tiempos en que el poeta, viviendo del producto
de sus obras, pudiera aspirar a una existencia holgada y segura: así, Klopstock
no podía prescindir del gracioso sueldo que le pagaban [...] el rey de
Dinamarca y del margrave de Baden; Goethe necesita, para vivir, de sus
estipendios como ministro de Wéimar, y Schiller no habría podido desenvolverse
[...] sin la pensión del duque Carlos augusto. Y, aun así, estos tres altísimos
poetas tenían que atenerse a una vida muy sencilla y modesta, para poder
sostenerse con cierto decoro, sumando a aquellos ingresos los que sus obras les
producían (David Strauss, Voltaire,
p. 41).
Esta
perspectiva se cernía también sobre la economía de Voltaire, pero muy lejos
estaba de aceptarla con tanta placidez como lo hicieron los alemanes: "He
visto a tantos hombres dedicados a la literatura vivir pobres y despreciados,
que decidí, desde hace mucho tiempo, no aumentar sus filas" (pasaje
autobiográfico de Voltaire, citado por Strauss en ibíd, p. 51). Strauss reflexiona:
Voltaire no
era hombre para llevar una vida tan morigerada y frugal. Consideraba que el
genio tenía tanto derecho a ser respetado y a vivir bien como la nobleza de
nacimiento y también en cuanto a los placeres de la vida pretendía equipararse
a la grandeza y a la aristocracia. Pero su genio, por grande que fuese, no
bastaba para proporcionarle los medios materiales que esta clase de vida
requería; con los productos de sus solas obras, jamás habría llegado a adquirir
la riqueza que ambicionaba. Para lograrla, necesitaba, además de las pensiones
y pequeños sueldos de favor de que disfrutaba, recurrir a especulaciones
financieras, en las que jamás habría podido entrar sin la protección de
personajes poderosos. Esto daba a sus relaciones con tales personajes un
carácter completamente distinto al que estamos acostumbrados a encontrar en las
relaciones entre los grandes poetas y los poderosos de nuestro país [Alemania].
La mayor intimidad con estos personajes, no siempre dignos, ni mucho menos,
contribuía también a rebajar la dignidad del poeta francés, en vez de
realzarla. [...] Por no querer rebajarse en su dignidad, decidió Rousseau
contentarse con el respeto y limitarse a un mínimo de goces y placeres de orden
material, oponiendo a una sociedad preocupada tan sólo del brillo y la
voluptuosidad el orgullo del hombre arisco y que sabe bastarse a sí mismo. De
un lado Aristipo, del otro Diógenes.
Rousseau
eligió la pobreza y el desprecio; Voltaire, el dinero y los placeres. Y para
elegir tales fines y tal medio, debió transigir con los poderosos, debió
adaptar su pensamiento al pensamiento aristocrático. Sus anhelados lujos le
costaron, nada más ni nada menos, que su independencia de criterio. Para un
poeta y para un autor de obras teatrales, esto no es tan problemático, pero
para un pensador... Por eso es que siempre digo que Voltaire ha sido un gran poeta
y un gran autor de obras teatrales.
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