"... Y, así como antes no había podido resistir a la tentación de
especular en negocios bancarios y comerciales, ahora sintió un impulso irresistible
de hacerse terrateniente", comenta David Strauss desde la página 146 del
libro sobre Voltaire que estoy
analizando. Tal impulso rindió sus frutos en 1758, cuando adquirió dos extensas
posesiones situadas en la zona francesa fronteriza de Gex: el castillo y el
señorío de Tourney, y también el señorío de Ferney. Feliz en medio de tanta
casa y de tanta tierra propia, llevaba Voltaire
una vida muy dispendiosa.
La instalación de sus palacios y casas de campo era, si no precisamente lujosa,
confortable y digna. Pero los numerosos criados y jornaleros a quienes tenía
que sostener y, sobre todo en los primeros años de esta época de su vida, el
gran número de invitados a que tenía que atender y agasajar representaban un
gasto muy considerable (ibíd., p.
237).
"Como vemos
--concluye Strauss--, después de haber tenido que renunciar a vivir acogido al
favor de los reyes, ponía cierto empeño en vivir como un rey en sus propias
tierras" (ibíd., p. 147), y
entonces me pregunto algo parecido a lo que me preguntaba en la entrada del
martes: ¿hubo algún pensador preclaro que fuera a la vez terrateniente?
"Séneca", podría contestarme alguien, y yo tendría que morderme la
lengua. Muy bien, aceptémoslo: Séneca y Voltaire, hermanados por el amor al
conocimiento y el amor a las riquezas telúricas. De Séneca y su defensa de las
posesiones materiales ya he hablado hace unos años; de
Voltaire hablo ahora, y digo que mi antipatía hacia él continúa in crescendo.
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