Él
no participa en el júbilo patriótico que sucede a la derrota de Napoleón; le
preocupa mucho más la cuestión de si, en breve tiempo, «volverá a existir un
público para la filosofía».
Rüdiger Safranski, Schopenhauer y los años salvajes de la
filosofía
Los pensadores profundos constituyen hoy
día una especie en extinción. Comenzaron a extinguirse a mediados del siglo XX,
luego de la segunda guerra mundial y en parte por su causa. Sí, porque una vez
que hubo finalizado el conflicto, los pensadores filosóficos sintieron la
urgencia de interesarse por las cuestiones políticas, de interesarse y de
priorizarlas, en detrimento de otros intereses filosóficos que fueron pasando a
un segundo y tercer plano. La metafísica, por ejemplo, sintió el impacto, al
punto de que muchos pensadores actuales, si no la mayoría, ya la dan por
obsoleta. Y sin metafísica, el pensamiento filosófico indefectiblemente pierde
altura. Pero no sólo la metafísica, sino la ética, la estética y la lógica
también quedaron eclipsadas por él análisis político, que si las contemplaba,
lo hacía en función de tal o cual coyuntura histórico-social que pretendía
dilucidarse.
Consecuencia directa de este proceso fue
el paso que dio el lector promedio, a partir de dicha época, desde la predominancia
por la lectura de libros hasta el favoritismo por los periódicos, lo cual
disminuyó a su vez el campo de acción de los pensadores profundos, cuyo destino
final, casi ineludiblemente, se traduce en la producción libresca. Y en su
reemplazo aparecieron, a modo de plaga, los periodistas.
El periodismo ha reemplazado, en la gran
mayoría de los casos, al pensamiento intelectual profundo. Los intelectuales
profundos no son leídos; se prefiere leer los artículos periodísticos. De este
modo los intelectuales profundos van desapareciendo, o van mutando en
periodistas, con el consecuente deterioro de su nivel intelectivo. Este
deterioro intelectual que sufre el escritor acostumbrado a la producción
libresca puesto a producir artículos en diarios o periódicos, y que explica en
parte la actual escasez de esos grandes pensadores que abundaban en otros
siglos, es examinado por Carlos Vaz Ferreira de la siguiente manera:
El joven que escribe para los diarios,
adquiere, y en poco tiempo, una facilidad que generalmente resulta engañosa;
siente que su capacidad para el trabajo ha aumentado. Efectivamente, no era
capaz antes, tal vez, de escribir dos o tres párrafos en una hora; después de
algún ejercicio en la prensa es capaz de escribir en ese tiempo media columna,
o una entera, con facilidad, con corrección, y muy a menudo, con brillo. Siente
entonces la sensación de que es más capaz que antes para el trabajo; y en
cierto sentido, naturalmente, lo es; pero esta mayor facilidad tiene
generalmente una compensación muy triste; a medida que se va adquiriendo la
capacidad para el trabajo fácil, se va perdiendo la disposición, y al fin hasta
la misma aptitud, para el trabajo concentrado, fuerte, difícil; tanto el
estilo, como el mismo pensamiento, se van acostumbrando a la falta de
resistencia. [...] Si me fuera dado hacer una comparación, les diría que el
buen vino no se puede preparar en recipientes abiertos; en éstos se produce, es
cierto, un vino suave y alegre, para el consumo corriente; pero en el fondo,
concentrado y fuerte, ése tiene que fermentar y condensarse en recipientes
cerrados, con la resistencia y con el tiempo.
Pues bien, con nuestra cosecha intelectual,
sucede que casi toda se gasta en esa preparación fácil para el consumo
inmediato. Pero no hay reserva; y creo que la prensa tiene bastante culpa (Moral para intelectuales, pp. 104-5).
Yo diría que la culpa no la tiene la prensa, sino el lector que
compra el diario y lo consume, lo mismo que no tiene la culpa el
narcotraficante de que las ciudades estén sitiadas por la droga sino el
drogadicto mismo que va y la compra. Sin drogadictos no habría
narcotraficantes, y sin lectores de periódicos no habría periódicos, o los
habría menos, y habría entonces muchos más pensadores profundos.
También don Miguel de Unamuno --amigo
personal de Vaz Ferreira-- intentó analizar el fenómeno periodístico,
procurando graficar al máximo su explicación acerca de por qué los periodistas,
en general, son tan poco inteligentes:
Muchas veces me he parado a reflexionar en lo
terrible que es para la vida del espíritu la profesión del periodista, obligado
a componer su artículo diario, y ese nefasto culto a la actualidad que del
periodismo ha surgido. El informador a diario no tiene tiempo de digerir los
informes mismos que proporciona. Me imagino la labor mental de un hombre que
vive en reconfortante reposo, [...] estudiando con calma y produciendo con
calma también, en lento ritmo. Observo en mí mismo que paso temporadas de
verdadero anabolismo espiritual, períodos de asimilación, en que leo, estudio,
reflexiono y veo surgir en mi mente nuevos núcleos de ideas o empezar a
reducirse a sistemas de ellas verdaderas nebulosas ideales, y otros períodos de
catabolismo espiritual, en que me doy a escribir, a las veces desordenadamente,
para expulsar las ideas. [...] Y ahora, para amenizar esto un poco, voy a
permitirme representar esta periodicidad cuando se cumpla en condiciones de
normal tranquilidad, sin el apremio de la producción a jornal ni el espectro
repulsivo del ídolo Actualidad, con esta curva:
Las oscilaciones pueden ser más y de menor amplitud cada una, y tal
ocurre cuando esos dos periodos mentales, el de asimilación y el de producción,
se suceden con mayor rapidez. Y así tendremos otra curva cuyo desarrollo es
igual al de la otra; es decir, que si tiramos de los dos extremos de
ambos, las líneas resultarán iguales. Y si continuamos suponiendo que las
oscilaciones sean cada vez más en número --dentro de un mismo espacio de
tiempo-- y más pequeñas, por lo tanto, tenderá la línea a la recta; es decir, a
que el anabolismo y el catabolismo mental coincidan, destruyéndose así.
Tal sería un estado en que se asimilara y se
produjera a la vez, en que el recibir y el dar un conocimiento fuera una misma
cosa. A tal estado se acercan los desgraciados periodistas (La dignidad humana, pp. 104 a
106).
La superposición entre el anabolismo y el catabolismo mental está matando
al pensamiento profundo, y si esto lo aunamos al culto a la actualidad, a lo
efímero, a lo que interesa hoy pero no interesará ya mañana, tenemos el cóctel
que va envenenando lentamente la capacidad para elaborar o para descubrir ideas
memorables, esas que aparecían por doquier en siglos anteriores, cuando no
había diarios, ni revistas, ni radio, ni televisión, ni computadoras, y
entonces la gente, por puro divertimento nomás, para pasar el rato, dedicábase a
leer, a pensar lo que leía y a escribir lo que pensaba. ¡Gloriosos tiempos
aquellos!
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