Hace pocos meses, dialogando erísticamente a
través de feisbuc con un profesor de filosofía costarricense, y cuando la razón
de la discusión parecía inclinarse hacia mi lado, me inquirió este sujeto del
siguiente modo: "¿A qué te dedicas?", a lo que respondí que
confeccionaba lonas para camiones. El retruque del profesor no se hizo esperar:
"Me lo imaginaba", como queriendo indicar que no era yo del palo
académico y que de ahí me venía mi negligencia e ignorancia. Y sin embargo, ¿no
será que al intelectual le conviene --y hablo de conveniencia para su propio
sentido intelectivo--, no será que le conviene ganarse el sustento a través de
una profesión en la que su intelecto no intervenga o intervenga poco? Carlos
Vaz Ferreira cree que sí:
Ustedes oirán decir muy a menudo que es inexplicable cómo algunas
personas pueden, por ejemplo, ser poetas y ganarse la vida en un empleo
administrativo ínfimo e ininteligente o sumando números en un Banco. Pues bien,
hay aquí un error; mientras más diferente es el trabajo profesional del
intelectual propiamente dicho, menos lo perjudica [...]. Ser empleado de Banco
o auxiliar de oficina, y autor de libros, es más fácil; y más fácil sería
todavía ser carpintero, desempeñar un trabajo manual cualquiera, y reservarnos
entonces nuestra inteligencia completamente libre para el trabajo intelectual
intenso (Moral para intelectuales, p.
106).
¿Será entonces que no solamente soy
un vulgar lonero, sino que también debo
serlo, si es que deseo que mi nivel intelectual, en mis escasas horas
libres, se reconcentre y vuele hacia las nubes?
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