Según Vaz Ferreira, la evolución de la moral (yo diría, el pasaje de una
moral espaciotemporal determinada hacia una ética objetiva y universalmente
deseable) no se produce gracias a la razón o a los raciocinios de los
diferentes pensadores que se van ocupando del tema y que lo van
"aclarando", sino debido a determinados "estados de
espíritu" (yo los llamaría también "paradigmas éticos"),
primordialmente de orden emocional, que se apoderan de la gente y la impelen a
simpatizar con determinados comportamientos y actitudes y anatematizar otros.
Repárese además en su concepto de "anestesia moral", notable precursora
de la "ceguera axiológica" propagandeada por Max Scheler (el ensayo
de Vaz Ferreira data de 1908; la Ética
de Scheler es de 1913), y en su priorización de las soluciones de libertad y de
piedad por sobre las soluciones de opresión y prohibición. En fin, esta
hipótesis no tiene desperdicio:
Considero muy necesario estudiar y hacer notar
ciertos estados de espíritu que constituyen obstáculos gravísimos para el
progreso social y personal.
Existe una ilusión que
sufren la mayor parte de los hombre que se creen espíritus libres: no lo son,
muchísimos, y creen serlo y parecen serlo, porque resuelven en sentido liberal
las cuestiones que la humanidad, de hecho, ó por lo menos de pensamiento ya
tiene resueltas; sin embargo, son terriblemente conservadores retardatarios,
inertes, con respecto á las cuestiones que no están resueltas todavía. [...]
Ahora, ¿cómo se produce
ese estado de espíritu, ó á causa de qué? Aquí vendría uno de los estudios
psicológicos más interesantes que podrían hacerse: el estudio de una anestesia
especial, intelectual y moral, para los absurdos y para los males que se
respiran, que están en el ambiente, que son actuales, y en cuyo seno nos hemos
acostumbrado á pensar y á sentir.
Nosotros nos
preguntamos, por ejemplo, con respecto á los problemas pasados, cómo podían los
hombres antiguos no sentir la crueldad ó el absurdo de ciertas instituciones:
cómo podían no sentir la crueldad de la esclavitud, ó del tormento, ó de
aquellas terribles penas establecidas para hechos que no constituyen delito, y
aún para algunos que son lo contrario de un delito, por ejemplo, las
restricciones á la libertad de pensar, á la libertad de cultos, etc.
Entre tanto, estamos
hechos de tal manera, que lo que hay de triste ó absurdo en nuestro estado
social actual, tendemos á no sentirlo […].
Supónganse ustedes que
algún profesor futuro, cumplida ya una profunda evolución social de la
humanidad, explique á sus discípulos cómo estaba organizada la sociedad en
nuestras épocas, y que les diga, por ejemplo : «En aquella época,nacían dos
hombres: los dos se parecían, los dos tenían racionalidad, dos brazos, dos piernas,
actitud bípeda, los mismos lóbulos en el cerebro, las mismas cavidades en el
corazón ; y uno, cuando nacía, recibía su vida asegurada: tenia dinero, á
consecuencia de lo cual no tenía necesidad de trabajar, y evitaba una inmensa cantidad
de penas, en tanto que el otro, que era completamente igual, no sólo sufría toda
clase de penalidades y de trabajos, sino que ni siquiera tenía derecho á
habitar en el planeta en que había nacido; si él, por ejemplo, iba á dormir en
un pedazo de tierra, aparecía otro hombre que era propietario de ese pedazo de
tierra, y lo expulsaba; y si iba á dormir en otro pedazo de tierra que era
público, entonces lo encerraban porque era vago». Ustedes mismos, si se hubieran
anestesiado y despertaran en aquella época, aún con el corazón como lo tienen,
¿no sentirían esto como un horror tan grande como los horrores de la
antigüedad? […].
Pero «in eo vivimiis
movemus et sumus», y al
respirar el absurdo ó el mal, nos creamos ese estado de anestesia especial. Es
entonces cuando hacemos teoría, cuando procuramos justificar las cosas,
cuando razonamos: y, con el razonamiento, se justifica todo y se prueba todo. Y
no nos damos cuenta de que los progresos y los grandes cambios sociales nunca ó
casi nunca se hacen á consecuencia de raciocinios, sino que lo que cambia es el
estado de espíritu; algo mucho más hondo que el plano psicológico
puramente intelectual. En otros tiempos se daban razones para justificar la esclavitud;
y hoy se dan razones para justificar muchas instituciones actuales, que quizá
sean poco menos atroces ella. […] los cambios sociales no se hacen principalmente
por la argumentación, por la teoría: los hombres cambian de estado de
espíritu. El tormento no desapareció el día en que los hombres se convencieron
intelectualmente de que era malo; desapareció el día en que los hombres no lo
pudieron soportar más, por causas de sentimiento, ó también por causas si se quiere
de orden intelectual, pero más profundas que las que se condensan en fórmulas
de discusión. […]
Y bien: las prácticas,
que tenemos nosotros los hombres civilizados, de exterminar á los pueblos
salvajes ó semisalvajes que ocupan la tierra que nuestra ambición nacional ó
comercial necesita ¿son menos horrorosas? ¿Y hay un hombre hoy que no sea capaz
de demostrar por el raciocinio que esas prácticas son malas? Y, sin embargo, ¿cambian
esas prácticas por el raciocinio? En manera alguna: cambiarán el día en que la
humanidad no pueda soportarlas más, debido á su perfeccionamiento moral.
Y de aquí ¿qué
consecuencia práctica se saca? La de que, al juzgar las instituciones sociales,
al pensar sobre ellas, ó al tratar sobre ellas de cualquier modo, no debemos
limitarnos á razonar al respecto, á hacer teorías, á hacer sistemas: á decir: «esto
es individualismo», «esto es socialismo», «esto es tal ó cual cosa», á poner
etiquetas; sino que hemos de esforzarnos en evitar, en combatir por todos los
medios esa anestesia adaptiva lógico-moral, ¿me entienden? Aun separando la
cuestión de si los absurdos ó los horrores son corregibles, evitar que nos
invada esa anestesia que nos impide sentirlos.
Y, al mismo tiempo, dos
reglas prácticas:
Todas las cuestiones
sociales son discutibles, y en todas cabe argumentar. En esos casos, tiendan
ustedes á tener confianza en dos cosas: primera, en los sentimientos de
humanidad y de simpatía, y, sobre todo, de piedad; y, segunda, en las
soluciones de libertad.
Por ejemplo; se discute
sobre la pena de muerte: hay argumentos, argumentos teóricos, buenos, en favor,
y argumentos teóricos, buenos, en contra; y estadísticas que parecen
probatorias en favor, y estadísticas que parecen probatorias en contra.
Mientras ustedes se mantengan en este terreno puramente lógico ó escolástico,
podrán no resolver. Pues en esos casos, tengan confianza en los sentimientos de
humanidad y de piedad. Hay una solución que se impone, que se impondrá tarde ó
temprano: los hombres no pueden matar á otros hombres. Cuando sientan esto,
dejen de argumentar y de admitir que les argumenten: ¡no se mata!
Y el otro caso es cuando
admiten, los problemas, dos soluciones, de las cuales una importa opresión y
otra importa libertad. Cuestiones de esta fórmula moral (diremos): «permitir tal cosa ó
prohibirla», cuestiones de este género, se vienen discutiendo desde la aurora
de la humanidad […]. Los enemigos de la fórmula de libertad, preveían
catástrofes espantosas, desórdenes sociales de todo género, para el caso de que
ésta fuera tolerada. Se discutía sobre la esclavitud humana: los estadistas y
los filósofos decían que, de suprimirse la esclavitud, acaecerían profundos
desórdenes sociales. Cuando se suprimió, los desórdenes sociales no vinieron;
al contrario. Pues bien: en todos los casos en que se han discutido cuestiones
de libertad, ha sucedido algo análogo. La libertad de comercio: antes, toda
clase de restricciones; los hombres no podían ni ejercer libremente la
profesión que deseaban, ni conducir las mercaderías de un lugar á otro; y existía
entonces un partido, el cual preveía, para el caso de que la libertad llegara á
ser tolerada en esa materia, grandes desórdenes sociales. Cuando la libertad
viene, resulta que esa libertad es beneficiosa. La libertad de la prensa, la
libertad de cultos, la libertad de pensamiento, todas las libertades, han sido
objeto de una discusión de este aspecto lógico y social: «Podrá ser bueno en
teoría», se ha dicho; «pero, en cuanto se permita, ocurrirán desórdenes y males».
Entre tanto, la práctica ha venido siempre á mostrar que la libertad era buena.
Pues bien: cuando en un
problema de la vida actual se presenten dos soluciones, una de opresión,
de prohibición, de imposición, y otra de libertad, tiendan á tener confianza en
la última.
Si oyen discutir, por
ejemplo, sobre el divorcio, y unos emiten argumentos buenos en favor y otros
fundan argumentos buenos en contra, […] díganse que este es un problema de la
misma fórmula, y que posiblemente los que, como consecuencia del ejercicio de
una libertad cualquiera, prevén grandes males y desórdenes sociales, serán
víctimas del mismo engaño de siempre, y desmentidos como siempre una vez que la
libertad se otorgue.
¡Confianza en las
soluciones de libertad y en las soluciones de piedad! (Carlos Vaz Ferreira, Moral para intelectuales, pp. 169 a 174).
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