Se queja Tolstoi de que recibe "telegramas con
amenazas y cartas terriblemente insultantes. Para mi vergüenza debo reconocer
que eso me aflige" (Diarios,
20/10/1907). Y también, más adelante: "Han llegado cartas injuriosas, y
son muchas. Me siento triste" (20/7/1908). Muchos de estos insultos eran
de los propios adeptos del tolstoismo, motivados por la actitud hipócrita de
Tolstoi, que alababa la pobreza y vivía en medio del lujo, la molicie y la
riqueza. A esta gente le contesta Tolstoi con las siguientes inolvidables y
entrañables palabras:
"... Pero, se me
objetará, si cree usted que no hay vida prudente fuera del cumplimiento de la
doctrina cristiana, ¿por qué no la cumple usted? Yo contesto: Soy culpable, y
merezco que me desprecien. Pero añado, no tanto para justificarme como para explicar
mi inconsecuencia: Comparad mi vida anterior con la de hoy y veréis que trato
de vivir según la ley de Dios. No he hecho ni una milésima parte de lo que hay
que hacer, y me siento confuso por ello; pero he dejado de hacerlo, no porque
haya querido, sino porque no he podido. Enseñadme cómo puedo sustraerme de las
tentaciones que me rodean, auxiliadme, y cumpliré los mandamientos. […]
Acusadme si queréis. Yo mismo me acuso; pero no abominéis del camino que sigo,
y que indico a los que me preguntan por el camino recto. Si conozco el camino
que conduce a mi casa, y lo sigo tambaleándome como un hombre ebrio, ¿quiere
decir esto que el camino sea malo? Indicadme otro, o sostenedme por el
verdadero, como yo estoy dispuesto a sosteneros. Pero no me rechacéis, no os
regocijéis al ver mi falta, no gritéis con alegría: «¡Mirad, dice que va a su
casa y cae en el lodazal!» ¡No, no os alegréis, ayudadme y sostenedme! […]
Auxiliadme; mi corazón se desgarra al pensar que todos estamos extraviados, y
cuando yo realizo cuantos esfuerzos puedo para salir de tal situación,
vosotros, a cada uno de mis tropiezos, en vez de sentir compasión, me señaláis
con el dedo, gritando: «¡Ved, cae en el mismo lodazal que nosotros!» He aquí
cómo entiendo la doctrina cristiana y el modo de seguirla. Hago cuanto puedo
para lograrlo, y a cada falta, no sólo me arrepiento, sino que pido ayuda para
repararla, y veo con alegría que hay quienes siguen el mismo camino que yo, y
de quienes escucho los consejos" (“Profesión de fe”, párrafos finales de
su libro Placeres crueles).
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