Hace un
momento salí a dar un paseo a caballo, y sentí inmensas ganas de irme como
mendigo; cuánto podría disfrutar agradeciendo y amando a todo el mundo.
León Tolstoi, Diarios
(1895-1910), 3/6/1908
Un discípulo le pide a Tolstoi que sea consecuente
con sus ideas y que huya de la vida que viene llevando. La carta, proveniente
de San Petersburgo, tiene fecha del 2 de febrero de 1910:
A Lev Nikolaievich Tolstoi:
Querido maestro, qué lejos queda mi admiración por esta ciudad. Sus
amplias avenidas y gigantescas plazas no son nada cuando regreso a la pensión
después de haber bebido en los peores burdeles y haber fornicado con las peores
mujeres. Doy rodeos y me alejo de los altos edificios para poder ver el brillo
de las estrellas que la luz de gas me oculta. Entonces echo de menos los paseos
junto al estanque de Yasnaia Poliana, cuando yo era sólo un chiquillo huérfano
acogido en su escuela, la paz infantil que usted me proporcionó y que de ningún
modo puedo encontrar en las tabernas de la gran capital rusa. Yo quisiera vivir
en la pobreza y caminar de aldea en aldea: maestro, renuncie a su título de
conde y reparta los bienes que posee entre sus familiares y los pobres, que los
necesitan más que usted. Piénselo. Yo un día me iré de aquí. ¿Por qué no puede
hacer usted lo mismo?
Suyo,
Boris S. Mandzhos
La respuesta de
Tolstoi no se hizo esperar:
[Yasnaia Poliana] A Boris S.
Mandzhos
Su carta me ha conmovido profundamente. Lo que usted
me recomienda que haga constituye el más acariciado de mis sueños, pero hasta
el momento no he podido llevarlo a cabo. Son muchas las razones para ello (pero
de ninguna manera que me compadezca yo de mí mismo). La principal es que no es
algo que haya que hacer para causar efecto en los demás. Eso no está en nuestro
poder y no es eso lo que ha de regir nuestras acciones. Es algo que se puede y
se debe hacer únicamente cuando sea indispensable, no con fines externos, sino
para la satisfacción de una exigencia interior del espíritu, cuando permanecer
en la situación en la que uno está se vuelve tan moralmente imposible como
físicamente es imposible no toser cuando se ha quedado uno sin aliento. Y yo
cada día me aproximo más a esa situación.
Lo que usted me recomienda hacer, renunciar a mi
posición social, a mis bienes, y distribuirlos entre quienes se consideren con
derecho a poseerlos después de mi muerte, es algo que ya hice hace veinticinco
años. Pero el hecho de que viva yo en familia, con mi hija y mi mujer, en unas
condiciones de lujo terribles, vergonzosas en medio de la miseria que hay
alrededor, me atormenta continuamente y cada vez de manera más punzante, y no
pasa un día sin que no considere aquello que usted me recomienda.
Le agradezco reiteradamente su carta. Sólo se la
mostraré a una persona. Le pido que no muestre usted mi carta a nadie.
Sinceramente suyo,
Lev Tolstoi
Es así; la decisión
suprema no debería tomarse de acuerdo a considerandos externos, sino cuando nos
queme tanto la indecencia de nuestra vida que sintamos una necesidad imperiosa
de modificarla. Y eso le sucedió a Tolstoi unos pocos meses después de haber
recibido esa carta, a los 82 años de edad. ¿A mí me llegará esa quemazón algún
día? Por ahora no la siento en absoluto.