Escribe Tolstoi dirigiéndose a su
esposa y a sus hijos (pero sospechando firmemente que no le harán mucho caso):
"Ruego a mis herederos que, después de mi muerte, entreguen la tierra a
los campesinos y que entreguen mis obras para que puedan usarse libremente, no
solo las que yo ya he dado, sino todas,
todas" (Diarios, 4/2/1909). Excepto por el hecho de que yo no soy ni seré un
terrateniente, comparto el ruego de Tolstoi y lo hago extensivo a mis propios
herederos.
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