"Soy viejo",
dice Tolstoi ¡cuando apenas cuenta con 23 años! Pero continúo, que lo más
interesante viene ahora:
Soy viejo, el tiempo del desarrollo ya pasó o está
pasando; sin embargo a mí me sigue atormentando la sed... no de gloria, no
quiero la gloria, la desprecio, sino de ejercer una gran influencia para la
felicidad y el bienestar de los hombres (Diarios,
29/3/1852).
"No quiero la gloria, la desprecio", dice Tolstoi
cuando es un perfecto ignoto. Pero dos años después, cuando la fama golpea a su
puerta y su apellido es ya reconocido en el ámbito literario ruso, escribe:
"Soy tan ambicioso, y este
sentimiento ha sido tan poco satisfecho, que con frecuencia temo que si tuviera
que elegir entre la gloria y la virtud elegiría la primera" (7/7/1854).
Primero, cuando no posee ni la virtud ni la gloria, elige ir en busca de la
virtud; pero luego, ni bien la gloria le muestra una pequeña porción de su
corpulencia, se aferra a ella con tal ímpetu que parece olvidarse de su gran
aspiración al perfeccionamiento ético. ¿Me sucedería lo mismo a mí en el caso
de que la gloria golpease a mi puerta con anterioridad a mi sepelio? Seguramente
sí; entonces prefiero seguir siendo un ente
anónimo[1].
[1] La esposa de Tolstoi
confirma este defecto de su marido: "El origen de todos sus actos es la
vanidad, el apetito de fama y el deseo de que la gente hable de él sin parar.
Nadie me va a convencer de lo contrario" (Sofía Tolstoi, Diarios (1862-1919), 19/9/1891).
No hay comentarios:
Publicar un comentario