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lunes, 16 de junio de 2014

León Tolstoi y Sofía Bers: del amor incondicional al odio profundo

¡Cómo son las cosas!, una tiende a pensar que el genio se ocupa en exclusiva de asuntos filosóficos, o éticos e históricos, pero luego sucede que los privilegiados cerebros también se distraen con nimiedades y montan unos cristos del diablo cuando sus esposas leen a escondidas páginas de sus diarios y van ellos mismos y leen a hurtadillas los diarios de sus esposas pensando que éstas les ponen cuernos… en fin, un catálogo de pequeñas miserias sin cuento.
  Alicia Giménez Bartlett, Días de amor y engaños

Horas antes de casarse con Sofía (o Sonia[1]) Bers, le comenta Tolstoi a una gran amiga: "... Para que pudiera hacerse una idea de lo que esta criatura [su futura esposa] es, tendría que escribir volúmenes y volúmenes. Soy feliz como no lo había sido desde que nací" (carta a Alexandra Tolstaia del 17/9/1862, citada en Correspondencia, p. 247). Y el 5 de enero de 1863, transcurridos tres meses y pico desde la boda, escribe en su diario:

La amo cuando por la noche o por la mañana me despierto y veo que me mira y me ama. [...] Amo cuando se sienta a mi lado, y ambos sabemos que nos amamos [...]. Amo cuando estamos mucho tiempo solos y yo digo: "¿qué hacemos? Sonia, ¿qué hacemos?" Y ella se ríe. Amo cuando se enoja conmigo y de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, su pensamiento y su palabra se vuelven ásperos: "déjame, me aburres"; un minuto más tarde ya me sonríe con timidez. Amo cuando no me ve y no sabe que estoy allí y yo la amo a mi manera. Amo cuando es una niña con su vestido amarillo y adelanta la mandíbula inferior y la lengua, amo cuando veo su cabeza echada hacia atrás, y su carita seria y asustada, infantil y apasionada, amo cuando...

26 años después, desde su novela más desgarradoramente autobiográfica, describe Tolstoi los sentimientos del protagonista hacia su pareja:

Experimentaba como una necesidad de pegarla, de machacarla los sesos; pero sabía que eso no era posible, y por lo tanto me contuve, pero para dar escape a mi furor, agarré un pisapapeles, y gritando otra vez: "¡Vete!", lo tiré al suelo hacia donde ella estaba. [...] Entonces se marchó, pero se detuvo en el umbral. Y en ese momento, mientras aún me veía (lo hacía para que me viera) empecé a agarrar cosas, candeleros, el tintero, y los tiré también, sin dejar de gritar: "¡Vete, que no respondo de mí!" Ella se fue y me calmé inmediatamente. Una hora después entró en mi cuarto el ama de casa, diciendo que mi mujer estaba con un ataque de histerismo (La sonata a Kreutzer, cap. XXII).

En 26 años, el enamoramiento incandescente y la mayor felicidad soñada se transformó en "una necesidad de pegarla, de machacarla los sesos". La santidad de Tolstoi, al tacho por una mujer.
¡Ah, la convivencia!...[2]




[1] Tolstoi prefería llamarla Sonia, que es en el idioma ruso el diminutivo de Sofía.
[2] El punto de inflexión, el momento en el cual, al parecer, dejaron definitivamente de quererse, ocurrió en 1870. Esto se deduce de una reveladora entrada en el diario de Tolstoi, la del 26/5/1884: "Estoy terriblemente mal. Los dos extremos: arranques de espiritualidad y el poder de la carne. [...] Una sola causa: la ausencia de una mujer amada y amante. Esto comenzó hace catorce años cuando se rompió una cuerda y adquirí conciencia de mi soledad. Pero eso tampoco es una razón. Debo encontrar a mi mujer justamente en ella. Debo y puedo y la encontraré. Señor, ayúdame". Pero nunca la encontró. El 18/6/1884, escribe resignado: "La ruptura con mi mujer no se puede decir que sea más grave: es total". Y por fin, el 20/8/1910, a pocos días de su muerte, sentencia: "Hoy pensé, cuando hacía memoria de mi matrimonio, que estaba predestinado. Nunca estuve siquiera enamorado".

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