¡Cómo son las cosas!, una tiende a pensar que el genio se
ocupa en exclusiva de asuntos filosóficos, o éticos e históricos, pero luego
sucede que los privilegiados cerebros también se distraen con nimiedades y
montan unos cristos del diablo cuando sus esposas leen a escondidas páginas de
sus diarios y van ellos mismos y leen a hurtadillas los diarios de sus esposas
pensando que éstas les ponen cuernos… en fin, un catálogo de pequeñas miserias
sin cuento.
Alicia Giménez Bartlett, Días de amor y engaños
Horas antes de casarse con Sofía (o Sonia[1])
Bers, le comenta Tolstoi a una gran amiga: "... Para que pudiera hacerse
una idea de lo que esta criatura [su futura esposa] es, tendría que escribir
volúmenes y volúmenes. Soy feliz como no lo había sido desde que nací"
(carta a Alexandra Tolstaia del 17/9/1862, citada en Correspondencia, p. 247). Y el 5 de enero de 1863, transcurridos
tres meses y pico desde la boda, escribe en su diario:
La amo cuando
por la noche o por la mañana me despierto y veo que me mira y me ama. [...] Amo
cuando se sienta a mi lado, y ambos sabemos que nos amamos [...]. Amo cuando
estamos mucho tiempo solos y yo digo: "¿qué hacemos? Sonia, ¿qué hacemos?"
Y ella se ríe. Amo cuando se enoja conmigo y de pronto, en un abrir y cerrar de
ojos, su pensamiento y su palabra se vuelven ásperos: "déjame, me
aburres"; un minuto más tarde ya me sonríe con timidez. Amo cuando no me ve
y no sabe que estoy allí y yo la amo a mi manera. Amo cuando es una niña con su
vestido amarillo y adelanta la mandíbula inferior y la lengua, amo cuando veo
su cabeza echada hacia atrás, y su carita seria y asustada, infantil y
apasionada, amo cuando...
26 años después, desde su novela más
desgarradoramente autobiográfica, describe Tolstoi los sentimientos del
protagonista hacia su pareja:
Experimentaba
como una necesidad de pegarla, de machacarla los sesos; pero sabía que eso no
era posible, y por lo tanto me contuve, pero para dar escape a mi furor, agarré
un pisapapeles, y gritando otra vez: "¡Vete!", lo tiré al suelo hacia
donde ella estaba. [...] Entonces se marchó, pero se detuvo en el umbral. Y en
ese momento, mientras aún me veía (lo hacía para que me viera) empecé a agarrar
cosas, candeleros, el tintero, y los tiré también, sin dejar de gritar:
"¡Vete, que no respondo de mí!" Ella se fue y me calmé
inmediatamente. Una hora después entró en mi cuarto el ama de casa, diciendo
que mi mujer estaba con un ataque de histerismo (La sonata a Kreutzer, cap. XXII).
En 26 años, el enamoramiento incandescente y la mayor
felicidad soñada se transformó en "una necesidad de pegarla, de machacarla
los sesos". La santidad de Tolstoi, al tacho por una mujer.
¡Ah, la convivencia!...[2]
[1] Tolstoi prefería llamarla
Sonia, que es en el idioma ruso el diminutivo de Sofía.
[2] El
punto de inflexión, el momento en el cual, al parecer, dejaron definitivamente
de quererse, ocurrió en 1870. Esto se deduce de una reveladora entrada en el
diario de Tolstoi, la del 26/5/1884: "Estoy terriblemente mal. Los dos
extremos: arranques de espiritualidad y el poder de la carne. [...] Una sola
causa: la ausencia de una mujer amada y amante. Esto comenzó hace catorce años
cuando se rompió una cuerda y adquirí conciencia de mi soledad. Pero eso
tampoco es una razón. Debo encontrar a mi mujer justamente en ella. Debo y
puedo y la encontraré. Señor, ayúdame". Pero nunca la encontró. El
18/6/1884, escribe resignado: "La ruptura con mi mujer no se puede decir
que sea más grave: es total". Y por fin, el 20/8/1910, a pocos días de su
muerte, sentencia: "Hoy pensé, cuando hacía memoria de mi matrimonio, que
estaba predestinado. Nunca estuve siquiera enamorado".
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