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viernes, 25 de julio de 2014

León Tolstoi y su esposa: ¿quién era el bueno y quién el malo?

Su carácter empeora día con día, [...] su injusticia y su sereno egoísmo me asustan y me atormentan.
León Tolstoi, Diarios, 5/8/1863

En la procelosa relación entre Sofía Tolstoi y su marido, ¿quién era el bueno y quién el malo? Yo estoy decididamente del lado de León, pero démosle algo de crédito a su esposa, prestémosles atención a sus palabras, a su alegato:

Todo me resulta muy difícil. Como la abrumadora indiferencia que hace mucho me muestra mi marido, que carga todo sobre mis espaldas, absolutamente todo sin excepción: los hijos, la hacienda, las relaciones con la gente y los negocios, la casa, los libros; y que por todo me desprecia con una indiferencia egoísta y crítica. ¿Y qué es de su vida? Pasea, monta a caballo, escribe un poco, vive donde y como quiere y no hace absolutamente nada por su familia, sin dejar de beneficiarse de todo: de los servicios de sus hijas, de una vida confortable, de la adulación de la gente y de mi sumisión y mi trabajo. Y luego está la fama, la insaciable fama, por la cual ha hecho siempre todo lo que ha podido, y sigue haciéndolo. Solo las personas sin corazón son capaces de llevar semejante vida (Sofía Tolstoi, Diarios (1862-1919), 4/8/1894).

Lo acusa de no tener corazón, o peor aún, de ser una persona dominada por el diablo:

Los malos espíritus se han adueñado del hombre al que amo, pero él no se da cuenta. Su influencia es perniciosa: destruye al hijo, destruye también a las hijas y destruye a todos los que entran en contacto con él (ibíd., 5/11/1893).

Sin dudas habrá sido Tolstoi un hombre difícil de llevar, hipócrita en grado sumo y para nada santo; pero de ahí a ser diabólico...[1] Me quedo con la idea de que fue un hombre bueno, aunque no tan bueno como cabría esperarse de alguien con semejantes ideales, y que su esposa jamás supo ver lo verdaderamente bueno que había en él, que no era tanto su corazón, sino su cabeza. Sí, se puede ser bueno de cabeza y no tanto de corazón; se puede hacer el bien pensando que se hace el bien, pero sin sentirlo como bien, que no por eso dejará de llamarse bien. Lo acusa en innumerables ocasiones de no trabajar por convicción, sino por vanidad[2]. Sea de esto lo que fuere, el hecho es que hacía cosas, y cosas para el bien de la humanidad, y eso ya es mucho más de lo que hizo ella, que tampoco, es menester aclararlo, era una bruja como a veces Tolstoi la pinta, pero que se esforzó para no comprender y para despreciar los ideales de su marido, es decir, los ideales cristianos. En definitiva, no creo que haya un bueno absoluto y un malo absoluto en esta historia, pero me parece que Tolstoi, pese a todos sus defectos, merecía una compañera menos egoísta que la que le tocó en suerte.




[1] Años después, en su autobiografía, la condesa Tolstoi se arrepintió de haber escrito esas palabras en su diario. Fue algo "demente", dijo.
[2] En esto el propio Tolstoi concuerda con el dictamen de su esposa: "Me aflige no encontrar en mi vida la oportunidad para realizar una actividad que me dé la certeza absoluta de que no estoy siendo manejado por el deseo de la gloria humana" (Diarios, 29/12/1906).

1 comentario:

  1. Claro que sí, la mala es la pobre Sofía que tuvo que aguantar durante años las humillaciones continúas de este misógino de mierda. Muy lógico, sí señor, sobre todo teniendo en cuenta que sin la gran labor de Sofía como correctora y guardiana de la casa ese santón hipócrita y pusilánime no hubiera sido ni la sombra de lo que fue.

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