El matrimonio
alejó a Tolstoi de su adición al juego, pero no pudo hacer lo propio con su
adición al tabaco. Ya de muy joven, desde su entrada del 28/2/1851, se propone
no fumar, pero le costará un suplicio cumplir ese programa. El 20/7/1852,
escribe resuelto: "A partir de hoy dejo de fumar". No pudo ser. El
16/4/1884, 32 años después, se resigna: "Los intentos de no fumar son
estúpidos. Es inútil luchar". Pese a lo cual se embarca de nuevo en su
epopeya: "Estoy tratando de dejar de fumar" (1/5/1884); "Intenté
no fumar. Estoy haciendo progresos" (12/5/1884). Y de nuevo, el choque con
la realidad: "No puedo dejar de fumar" (29/5/1884).
En este vicio en
particular, he superado a Tolstoi con tanta holgura como un auto de fórmula uno
podría superar a una carreta. En el año 2000, luego de anoticiarme de que mi
madre tenía cáncer de pulmón, yo, también fumador en ese entonces, escribí esta
ritma a modo de desahogo:
Amigo traicionero: no sueñes con victorias
que no están a
tu alcance, que no vitorearás.
Te juro por mi
madre que en estas mis memorias
te apagaré algún
día y jamás te encenderás.
Y así fue: en la semana santa del 2004 me fumé mi último
cigarrillo, apagándolo sobre aquella hoja de mi cuaderno en donde se alzaba la
profecía. Y jamás volví a fumar, ni tabaco ni ninguna otra sustancia[1].
Así soy de resuelto en algunas cuestiones; otras me cuestan más.
[1] A decir verdad, en el año 2005 o 2006 le prendí un cigarrillo a una
señora con mi propia boca y aspiré un poco de humo, pero fue solo una pitada.
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