– ¿Sabías que Tolstoi se
masturbaba como un mono?
– ¡No!
– Sí,
se masturbaba todo el tiempo, el muy cabrón. Paseaba por los jardines de su
finca de Yasnaia Poliana acompañado de su perro fiel y silencioso, y de vez en
cuando paraba junto a un árbol y se metía la mano en el pantalón. [...] la
sangre del inmortal cayendo sobre la blanca nieve del duro invierno, su valiosa
semilla desperdiciada en la vasta llanura de la gran Rusia…
Alicia
Giménez Bartlett, Días de amor y engaños
Por la mañana --comenta Tolstoi--
tuve una erección muy fuerte, y
cuando llegué solo a casa encontré a mi joven posadera en la cocina y le dije
algunas palabras. Sin duda alguna está coqueteando conmigo [...]. Le doy
gracias a Dios por la timidez que me dio: me está salvando de la corrupción (Diarios, 31/5/1852).
La
timidez lo salvaba de la corrupción del amancebamiento, pero lo llevaba a otro
tipo de corruptela venérea. Pasadas 48 horas, anota: "Después de la comida
incurrí en mi antigua debilidad" (2/6/1852). ¿A qué antigua debilidad se
refiere? Primero se levanta excitado y agarrotado, luego se entusiasma con una
criada, que lo coquetea, pero no concreta nada con ella, y al poco rato incurre
en esa misteriosa y antigua debilidad. Doy por sentado aquí que tal perífrasis
no es más que un eufemismo para la palabra masturbación. Y es que el priapismo
no doloroso, ese que se acompaña con apetito venéreo, cuando se presenta en el
espíritu de un tímido suele desembocar en una cruda manuela. Yo lo sé, porque
padezco de tal priapismo y de tal retraimiento, y creo que Tolstoi también lo
sabía.
¡Como dos gotas de agua!
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