Un oráculo indeciblemente misterioso afirma que Cristo no
volverá a la tierra hasta que no sea cristiano su pueblo [...] y, dejando de
rastrillar el oro que cae del orificio excremental de Satanás, distribuya todos
sus bienes entre los pobres, para seguir a aquel divino Pobre.
Giovanni
Papini, Historia de Cristo
El del juego era uno de los
vicios más enquistados en el corazón de Tolstoi, y le costó un gran esfuerzo
abandonarlo. Perdió mucho dinero jugando las cartas, y cada vez que perdía
tenía la ilusión de que sería la última, pero siempre recaía. El 13/12/1850
escribe: "Creo [que] dejaré de jugar. Me parece que ya no tengo la pasión
por el juego", aunque añade, como sabiendo lo que pasará: "Pero no
puedo poner las manos en el fuego, primero tengo que comprobarlo". Y lo
bien que hizo en no poner las manos en el fuego. El 28/1/1855, anota:
"Jugué al shtoss durante dos
días y dos noches. El resultado es comprensible: lo perdí todo: la casa de
Yásnaia Poliana[1]. Creo que no hace falta
escribir al respecto, me resulto hasta tal punto desagradable que me gustaría
olvidarme de que existo". Y menos de un mes después, vuelve la carga:
"Perdí otros 80 rublos. [...] De nuevo quiero probar suerte en las
cartas" (15/2/1855). "Ayer volví a perder 20 rublos-plata y no volveré a jugar nunca más" (17/2/1855).
¿Nunca más? Parece que no: "Por la mañana estuve enfermo, ruleta hasta las
6. Perdí todo" (26/7/1857). Esta historia, sin embargo, tiene final feliz:
después de tantas promesas incumplidas, de tantas recaídas, Tolstoi por fin
abandonó el juego allá por 1862. En ese año se casó, y a partir de ahí parece
que jamás volvió a jugar en forma compulsiva (continuó jugando a las cartas
--especialmente al vint-- con su familia y con algunos visitantes en su finca
de Yasnaia Poliana, pero eso es totalmente diferente). El matrimonio llegó para
Tolstoi con algunas desagradables sorpresas, pero en otros respectos lo ayudó a
recomponerse: morigeró (un poco) su lascivia y amainó considerablemente su
adicción al juego.
¿Qué fuerza era la que llevaba
a Tolstoi a jugar compulsivamente? Él mismo, desde una entrada de su diario,
esboza una explicación:
Hoy pesqué a mi
imaginación en pleno trabajo. Estaba haciéndose un cuadro en el que yo tenía
mucho dinero y lo estaba dilapidando y perdiendo en el juego, y esto me producía
un placer enorme. No me gusta lo que se puede adquirir a cambio de dinero, pero
me gusta tenerlo y luego no tenerlo: el proceso de dilapidarlo (29/11/1851).
A mí me sucedió
algo parecido allá por los comienzos de la década del 90, cuando, merced a mi
empleo en Potigián, comencé a ganar dinero en forma regular y también, bastante
regularmente, comencé a cruzar el Río de la Plata con mi amigo Guillermo Crespo
en dirección a la ciudad uruguaya de Colonia para dilapidar algunos morlacos en
el casino que allí se asentaba (en esa época no estaban permitidos los casinos
en la ciudad de Buenos Aires ni en sus alrededores). Sentía que deshacerme del vil
metal, del "estiércol del Demonio" como lo llamaba Papini, de esa
manera tan estúpida, era en cierta forma un acto ético, una hidalguía. Lo que
no comprendía era que la hidalguía estaba en deshacerse del dinero para dárselo
los pobres, no para dárselo a los ricos propietarios del casino. Más tarde lo
comprendí, y me prometí no entrar jamás a otro casino con intenciones lúdicas,
promesa que también he cumplido a rajatabla hasta el presente (ingresé
posteriormente a un par de casinos, pero no aposté). Ahora falta la otra parte,
la parte que a Tolstoi también le faltó. Porque la idea primigenia, la de
deshacerse lo más rápido posible de aquel estiércol del demonio que nos
contamina el alma con su hedor y sus putrefacciones, esa idea es enteramente
correcta, ética e hidalga; la incorrección estribaba en defecarlo allí y no en
los sumideros correspondientes, en los barrios bajos, en donde por costumbre,
tal vez por una mera cuestión gravitatoria, acaban los sumideros. Porque solo
los pobres que allí viven tienen la propiedad, el don, de convertir esta mierda
en abono y fertilizar con ella sus marchitas existencias. Así se produce la
alquimia: trocar excremento por alimento. Lo cual es un bien para el pobre,
desde luego, pero también para el rico, porque se desintoxica. A eso Tolstoi no
llegó, como es bien sabido, y yo por ahora tampoco[2].
[1] Esta pérdida es aclarada en nota al pie por Selma Ancira, la
traductora de estos Diarios:
"Para poder pagar esta deuda de juego el edificio principal de la
propiedad de Tolstoi en Yásnaia Poliana fue vendido a un propietario vecino en
5000 rublos-papel. Este lo hizo transportar a sus terrenos a unos 20 kilómetros
de donde se encontraba originalmente.
[2] Nuestro fenomenal Papa Francisco, desde su homilía del día 20/9/13
(misa en Casa Santa Marta), coincide
conmigo y con Papini en el carácter excrementicio de la moneda de cambio:
"«No podemos servir a Dios y al dinero». No se puede: ¡O lo uno o lo otro! Esto
no es comunismo. ¡Esto es Evangelio puro! ¡Estas son las palabras de Jesús!
¿Qué sucede con el dinero? El dinero te ofrece un cierto bienestar al
principio. Esta bien, después te sientes un poco importante y llega la vanidad.
Lo hemos leído en el Salmo cómo llega esta vanidad. Esta vanidad que no vale,
pero tu te sientes una persona importante: esa es la vanidad. Y de la vanidad a
la soberbia, al orgullo. Son tres escalones: la riqueza, la vanidad y el
orgullo. «Pero, Padre, yo leo los Diez Mandamientos y ninguno habla mal del
dinero. ¿Contra qué mandamiento se peca cuando uno hace una acción por dinero?»
¡Contra el primero! ¡Pecas de idolatría! Y este es el motivo: Porque el dinero
se convierte en ídolo, y tú le das culto. Y por esto Jesús nos dice no puedes
servir al ídolo dinero y al Dios viviente: o a uno o al otro. Los primeros
Padres de la Iglesia --hablo del siglo III, más o menos, año 200, año 300--
usaban una palabra fuerte: «El dinero es el excremento del diablo». Es así.
Porque nos hace idólatras y enferma nuestra mente con el orgullo, nos hace
maníacos de cuestiones ociosas y nos aleja de la fe. Corrompe".
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