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miércoles, 2 de julio de 2014

El excremento del diablo

Un oráculo indeciblemente misterioso afirma que Cristo no volverá a la tierra hasta que no sea cristiano su pueblo [...] y, dejando de rastrillar el oro que cae del orificio excremental de Satanás, distribuya todos sus bienes entre los pobres, para seguir a aquel divino Pobre.
Giovanni Papini, Historia de Cristo

El del juego era uno de los vicios más enquistados en el corazón de Tolstoi, y le costó un gran esfuerzo abandonarlo. Perdió mucho dinero jugando las cartas, y cada vez que perdía tenía la ilusión de que sería la última, pero siempre recaía. El 13/12/1850 escribe: "Creo [que] dejaré de jugar. Me parece que ya no tengo la pasión por el juego", aunque añade, como sabiendo lo que pasará: "Pero no puedo poner las manos en el fuego, primero tengo que comprobarlo". Y lo bien que hizo en no poner las manos en el fuego. El 28/1/1855, anota: "Jugué al shtoss durante dos días y dos noches. El resultado es comprensible: lo perdí todo: la casa de Yásnaia Poliana[1]. Creo que no hace falta escribir al respecto, me resulto hasta tal punto desagradable que me gustaría olvidarme de que existo". Y menos de un mes después, vuelve la carga: "Perdí otros 80 rublos. [...] De nuevo quiero probar suerte en las cartas" (15/2/1855). "Ayer volví a perder 20 rublos-plata y no volveré a jugar nunca más" (17/2/1855). ¿Nunca más? Parece que no: "Por la mañana estuve enfermo, ruleta hasta las 6. Perdí todo" (26/7/1857). Esta historia, sin embargo, tiene final feliz: después de tantas promesas incumplidas, de tantas recaídas, Tolstoi por fin abandonó el juego allá por 1862. En ese año se casó, y a partir de ahí parece que jamás volvió a jugar en forma compulsiva (continuó jugando a las cartas --especialmente al vint-- con su familia y con algunos visitantes en su finca de Yasnaia Poliana, pero eso es totalmente diferente). El matrimonio llegó para Tolstoi con algunas desagradables sorpresas, pero en otros respectos lo ayudó a recomponerse: morigeró (un poco) su lascivia y amainó considerablemente su adicción al juego.
¿Qué fuerza era la que llevaba a Tolstoi a jugar compulsivamente? Él mismo, desde una entrada de su diario, esboza una explicación:

Hoy pesqué a mi imaginación en pleno trabajo. Estaba haciéndose un cuadro en el que yo tenía mucho dinero y lo estaba dilapidando y perdiendo en el juego, y esto me producía un placer enorme. No me gusta lo que se puede adquirir a cambio de dinero, pero me gusta tenerlo y luego no tenerlo: el proceso de dilapidarlo (29/11/1851).

 A mí me sucedió algo parecido allá por los comienzos de la década del 90, cuando, merced a mi empleo en Potigián, comencé a ganar dinero en forma regular y también, bastante regularmente, comencé a cruzar el Río de la Plata con mi amigo Guillermo Crespo en dirección a la ciudad uruguaya de Colonia para dilapidar algunos morlacos en el casino que allí se asentaba (en esa época no estaban permitidos los casinos en la ciudad de Buenos Aires ni en sus alrededores). Sentía que deshacerme del vil metal, del "estiércol del Demonio" como lo llamaba Papini, de esa manera tan estúpida, era en cierta forma un acto ético, una hidalguía. Lo que no comprendía era que la hidalguía estaba en deshacerse del dinero para dárselo los pobres, no para dárselo a los ricos propietarios del casino. Más tarde lo comprendí, y me prometí no entrar jamás a otro casino con intenciones lúdicas, promesa que también he cumplido a rajatabla hasta el presente (ingresé posteriormente a un par de casinos, pero no aposté). Ahora falta la otra parte, la parte que a Tolstoi también le faltó. Porque la idea primigenia, la de deshacerse lo más rápido posible de aquel estiércol del demonio que nos contamina el alma con su hedor y sus putrefacciones, esa idea es enteramente correcta, ética e hidalga; la incorrección estribaba en defecarlo allí y no en los sumideros correspondientes, en los barrios bajos, en donde por costumbre, tal vez por una mera cuestión gravitatoria, acaban los sumideros. Porque solo los pobres que allí viven tienen la propiedad, el don, de convertir esta mierda en abono y fertilizar con ella sus marchitas existencias. Así se produce la alquimia: trocar excremento por alimento. Lo cual es un bien para el pobre, desde luego, pero también para el rico, porque se desintoxica. A eso Tolstoi no llegó, como es bien sabido, y yo por ahora tampoco[2].



[1] Esta pérdida es aclarada en nota al pie por Selma Ancira, la traductora de estos Diarios: "Para poder pagar esta deuda de juego el edificio principal de la propiedad de Tolstoi en Yásnaia Poliana fue vendido a un propietario vecino en 5000 rublos-papel. Este lo hizo transportar a sus terrenos a unos 20 kilómetros de donde se encontraba originalmente.
[2] Nuestro fenomenal Papa Francisco, desde su homilía del día 20/9/13 (misa en Casa Santa Marta), coincide conmigo y con Papini en el carácter excrementicio de la moneda de cambio: "«No podemos servir a Dios y al dinero». No se puede: ¡O lo uno o lo otro! Esto no es comunismo. ¡Esto es Evangelio puro! ¡Estas son las palabras de Jesús! ¿Qué sucede con el dinero? El dinero te ofrece un cierto bienestar al principio. Esta bien, después te sientes un poco importante y llega la vanidad. Lo hemos leído en el Salmo cómo llega esta vanidad. Esta vanidad que no vale, pero tu te sientes una persona importante: esa es la vanidad. Y de la vanidad a la soberbia, al orgullo. Son tres escalones: la riqueza, la vanidad y el orgullo. «Pero, Padre, yo leo los Diez Mandamientos y ninguno habla mal del dinero. ¿Contra qué mandamiento se peca cuando uno hace una acción por dinero?» ¡Contra el primero! ¡Pecas de idolatría! Y este es el motivo: Porque el dinero se convierte en ídolo, y tú le das culto. Y por esto Jesús nos dice no puedes servir al ídolo dinero y al Dios viviente: o a uno o al otro. Los primeros Padres de la Iglesia --hablo del siglo III, más o menos, año 200, año 300-- usaban una palabra fuerte: «El dinero es el excremento del diablo». Es así. Porque nos hace idólatras y enferma nuestra mente con el orgullo, nos hace maníacos de cuestiones ociosas y nos aleja de la fe. Corrompe".

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