Los pensadores de tendencia cristiana o
que aceptan varios de los dogmas principales del cristianismo no han sido, por
lo general, adeptos al pampsiquismo. Las excepciones no abundan. Ya hemos
hablado de Teilhard de Chardin, pero antes que él aparece Miguel de Unamuno,
quien desde un discurso pronunciado el 22/2/1909 en
conmemoración del centenario del nacimiento de Charles Darwin parece apoyar la
hipótesis pampsiquista o simpatizar con ella:
Concibiendo las cosas
con una concepción teleológica que acaso muchos de vosotros rechacéis, yo me he
imaginado siempre que la materia no es más que un medio para la vida y la vida
un medio para la conciencia, y que este proceso volitivo, que nosotros vemos
fenoménicamente ir, por así decirlo, de la piedra al ángel, tiene su razón de
ser en una fuerza inmanente en que el ángel trata de desprenderse de la piedra
cobrando conciencia de sí mismo. La materia se me aparece como un medio para la
vida, la vida un medio para la conciencia y la conciencia a su vez un medio
para Dios, Conciencia universal.
Muchas veces se
ha dicho que lo que se nos aparece muerto, inerte, inorgánico, son detritus de lo que fue en un tiempo vivo
y orgánico, o por lo menos dotado de aquella especial vida de los orígenes de
nuestra tierra. Y yo he soñado si lo hoy inconciente no será, en mucha parte al
menos, detritus de alguna especie de
conciencia, de un espíritu, de un alma, de una potencia de conciencia por lo
menos. Mens agitat molem (citado por Diego Núñez en El
darwinismo en España, pp. 260-1).
Y antes de Unamuno se muestra un abate chileno, Juan Ignacio Molina, desafiando a la Iglesia
Católica desde adentro con su libro Analogías
menos observadas de los tres reinos de la naturaleza, en donde pueden
leerse pasajes como el siguiente:
Los animales y
los vegetales [...], como dicen por ahí, crecen por intus susceptionem, es decir, viven en virtud de un fluido que se
infiltra en sus partes más intrínsecas y deposita en ellas moléculas que
aumentan su volumen. Los [...] minerales, no crecen más que por juxta positionem, es decir, también por medio de un fluido que circula
alrededor de su superficie y aplica allí materias que tenía en disolución. Pero
estas dos maneras de crecer [...] son comunes a los individuos de los tres
reinos de la naturaleza,
por lo que la susodicha exaltada división, que pone una distancia infinita
entre los minerales y los otros cuerpos creados, no es aprobada de ninguna
manera por la naturaleza. Ella, en realidad, se complace muy a menudo en echar
por tierra los límites que nuestras fantasías tratan de poner a sus
operaciones.
Agrego ahora una nueva excepción: yo mismo. Porque soy
pampsiquista y sigo siendo, por poco que por fuera se note, cristiano.
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