Ya
pisando el siglo XIX aparece otro materialista francés, un médico, que defiende
a capa y espada la concepción hilozoísta:
Las
causas que determinan la organización de la materia dependen de las causas
primeras: ellas nos son igualmente desconocidas, y lo serán siempre verisímilmente.
Sin embargo las necesarias condiciones para que se manifieste la vida en los
animales no son quizás más imposibles de descubrir que aquellas de que resultan
la composición del agua, la formación del rayo, granizo, nieve, y la producción
de tantas combinaciones químicas, que tienen propiedades bien diferentes de las
de los elementos que las componen. Sabemos que no es fundada la distinción que
Buffon se esforzó en establecer entre la materia muerta y la animada. Los
vegetales pueden vivir y crecer con el único socorro del aire y agua; y
transformadas estas substancias con la vegetación en otras nuevas, dan origen a
particulares animalillos, que la simple humedad desenvuelve. Así la vida está
esparcida en todas partes, o la materia inanimada es capaz de organizarse, de
vivir, y sentir.
[...] Vemos igualmente que la materia vuelve a descender
por grados desde la más perfecta organización hasta el estado más absoluto de
muerte; y cuanto más se multiplican las observaciones, tanto más se llenan y
borran también los intervalos entre los diferentes reinos (Pierre Jean
Georges Cabanis, Relaciones de lo físico y moral del hombre, primera sección, “De la
vida animal”, § II y III).
Y con él concluyo este breve paseo por el hilozoísmo
materialista del siglo de las luces.
El mayor pensador de este período de nuestra
historia, Immanuel Kant, no podía estar ajeno a estos planteos que se
respiraban en el ambiente filosófico de su época. En general los rechazó, pero
en su última Crítica se puede
percibir un cierto acercamiento, muy de soslayo, al principio de continuidad
entre lo inerte y lo animado:
… Esta analogía de formas, que a pesar
de su diversidad, parecen haber sido producidas conforme a un tipo común,
fortifica la hipótesis de que dichas formas tienen una afinidad real y que
salen de una madre común, y nos muestra cada especie acercándose gradualmente a
otra, desde aquella dónde parece mejor establecido el principio de los fines, a
saber, el hombre, hasta el pólipo, y desde el pólipo hasta los musgos y las
algas, y por último, hasta el grado más inferior de la naturaleza que podemos
conocer; hasta la materia bruta, de donde parece derivar, conforme a leyes
mecánicas (semejantes a las que ella sigue en sus cristalizaciones), toda esta
técnica de la naturaleza, tan incomprensible para nosotros en los seres organizados,
que nos creemos obligados a concebir otro principio (Crítica del juicio, § LXXIX).
Esto
fue escrito en 1790; para ese entonces, la teoría pampsiquista había dejado de
tener su epicentro en Francia y se había trasladado a suelo alemán:
Entre 1780 y 1880, el pampsiquismo fue
muy influyente en Alemania. El filósofo Johann Herder (1744-1803) afirmó que la
fuerza o la energía constituían el principio subyacente de la realidad y que
ambas manifestaban propiedades mentales y físicas. El poeta Wolfgang von
Goethe, amigo de Herder, concebía dos grandes fuerzas rectoras en la
naturaleza: la polaridad y la intensificación. La polaridad se asociaba con la
dimensión material, como «un estado de constante atracción y repulsión», y la
intensificación proporcionaba una dimensión espiritual, un «estado de ascensión
permanente», una especie de imperativo evolutivo. Basada en el principio de que
no podía haber materia sin mente ni mente sin materia, «la materia también es
capaz de someterse a la intensificación, y no se puede negar la atracción y
repulsión del espíritu». En El mundo como
voluntad y representación (1819), el filósofo Arthur Schopenhauer declaró
que todas las cosas poseían una voluntad expresada a través de deseos,
sentimientos y emociones. Los cuerpos materiales eran “objetivaciones” de la
voluntad. Las fuerzas físicas, incluida la gravitación, la atracción y
repulsión magnética, eran manifestaciones de la voluntad en la naturaleza.
Muchos otros filósofos del siglo XIX en el mundo germánico defendieron puntos
de vista similares, pero hay dos especialmente importantes. El filósofo
austríaco de la ciencia Ernst Mach [...] rechazó explícitamente una concepción
mecanicista de la materia y escribió: «Hablando con propiedad, el mundo no está
compuesto de “cosas” […] sino de colores, tonos, presiones, espacios, tiempos,
en otras palabras, lo que comúnmente llamamos sensaciones individuales». Y
Ernst Haeckel, el más destacado defensor alemán de la teoría de la evolución de
Darwin, escribió en 1892: «Considero que toda materia está animada, es decir,
dotada de sentimiento (placer y dolor) y movimiento». Afirmó que todas las
criaturas vivas, entre ellas los microbios, poseen «una acción psíquica
consciente». La materia inorgánica también tenía un aspecto mental, pero
«concibo las cualidades elementales de la sensación y la voluntad, que pueden
atribuirse a átomos, como inconscientes» (Rupert Sheldrake, El espejismo de la ciencia, p. 112).
Apartemos
de la lista de alemanes pampsiquistas a Haeckel (un átomo que siente y ejerce
su voluntad de manera inconsciente no me sirve como ejemplo de pampsiquismo) y
remplacémoslo por Rudolf Lotze, quien al igual que Leibniz identificó los átomos de la
teoría mecanicista con centros de fuerza espiritual.
Y así como la onda pampsiquista se había
desplazado desde Francia hacia Alemania, así también se desplazó luego desde
Alemania hacia Inglaterra y los Estados Unidos de Norteamérica. En Estados Unidos, los
principales abanderados fueron los más reconocidos pragmatistas:
Charles Sanders Peirce concibió lo
físico y lo mental como aspectos diferentes de una realidad subyacente: «Toda
mente —dijo— comparte aproximadamente la naturaleza de la materia […] Al ver
algo desde fuera […] aparece como materia. Al verlo desde dentro […] aparece
como consciencia» (Rupert Sheldrake,
ibíd., p. 113).
El
propio William James, siempre afecto a todo lo que la ciencia de su tiempo
consideraba extravagante, aceptó de buen grado el pampsiquismo y elogió, en Un universo pluralista, a Gustav Fechner
y a su teoría del alma de los mundos.
En
Inglaterra tomó la posta Alfred Whitehead:
El principal
filósofo pampsiquista en el mundo anglosajón fue Alfred North Whitehead. [...]
Whitehead no propone que los átomos son conscientes como lo somos nosotros,
sino que tienen experiencias y sentimientos. Sentimientos, emociones y
experiencias son más fundamentales que la consciencia humana (Sheldrake, ibíd., p. 115).
Parecidamente, Arthur Eddington entendía que “las cosas del mundo
son las cosas de la mente”. Todo está inmerso en una fuerza espiritual y esta impregna tanto la
materia viva como la inanimada.
Hoy
en día, como ya he dicho, el pampsiquismo no prospera en el ámbito científico
ni en el filosófico. Hay excepciones, por supuesto. Galen Strawson, por
ejemplo, ha llegado al pampsiquismo desde el materialismo o fisicalismo[1].
En el 2006 publicó un artículo titulado “¿El fisicalismo implica
pamsiquismo?”[2], y se respondió que sí.
Doscientos cincuenta años después del Sistema
de la naturaleza de Maupertuis, llega este británico a la misma conclusión,
a saber, que todo pensador materialista, si ha de ser consecuente con su
materialismo, debe ser por fuerza pampsiquista. El artículo fue comentado por
diecisiete pensadores también de tendencia materialista, y entre ellos solo dos
estuvieron parcialmente de acuerdo con el pampsiquismo de Strawson. Vale decir
que había tres pensadores pampsiquistas entre quince que no lo eran. 17% de
pampsiquistas contra 83% de no pampsiquistas: una muestra bastante
representativa del grado de interés que en la actualidad despierta esta
corriente en el ámbito de la filosofía académica. Por fortuna —y esto también
ya lo he dicho—, en filosofía no hay democracia, y la teoría que hoy se toma
por excéntrica puede ser más verídica que la que goza de un general consenso.
Lo
curioso es que el pampsiquismo ha estado casi siempre asociado al materialismo
o fisicalismo, doctrinas estas que reniegan de la metafísica o la consideran
inexistente. Niegan la metafísica por un lado y aceptan el pampsiquismo por el
otro, como si el pampsiquismo fuese parte de una teoría científica y no una
pura especulación hípermetafisica. No hay lugar para la doctrina pampsiquista
en un cerebro materialista, a menos que este cerebro materialista transija con
la metafísica, pero entonces ya no sería materialista… Y si se le otorga rango
científico a la hipótesis pampsiquista, se debe dar ejemplos de experiencias,
experimentos o lo que sea que nos entreguen alguna muestra cabal o aproximada
del grado de sensación y voluntad que la materia bruta posee. Creo que estas
experiencias y experimentos, más allá de los que di en citar en alguna
oportunidad[3], no se han producido hasta
el presente con la rigurosidad que la ciencia pide, de modo que el pampsiquismo
sigue siendo metafísica pura y así, me parece, ha de quedar.
[1] Fisicalismo y materialismo son conceptos
análogos en filosofía. El materialismo afirma que la única realidad es la
materia; el fisicalismo incluye en esta realidad a la energía, los campos y las
ondas. En
palabras de Strawson, el fisicalismo es "la visión de que todo fenómeno
real y concreto en el universo es físico".
[2] Galen Strawson et. al., Consciousness and Its Place in Nature: Does Physicalism Entail
Panpsychism? (editor Anthony Freeman), Imprint
Academic, 2006. Este volumen se originó como un número especial del Journal
for Consciousness Studies (Volumen 13, Números 10-11, 2006).
[3] Véase el libro cuarto de este diario, nota
79.
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