Vistas de página en total

sábado, 12 de mayo de 2018

Pampsiquismo y materialismo


Ya pisando el siglo XIX aparece otro materialista francés, un médico, que defiende a capa y espada la concepción hilozoísta:

Las causas que determinan la organización de la materia dependen de las causas primeras: ellas nos son igualmente desconocidas, y lo serán siempre verisímilmente. Sin embargo las necesarias condiciones para que se manifieste la vida en los animales no son quizás más imposibles de descubrir que aquellas de que resultan la composición del agua, la formación del rayo, granizo, nieve, y la producción de tantas combinaciones químicas, que tienen propiedades bien diferentes de las de los elementos que las componen. Sabemos que no es fundada la distinción que Buffon se esforzó en establecer entre la materia muerta y la animada. Los vegetales pueden vivir y crecer con el único socorro del aire y agua; y transformadas estas substancias con la vegetación en otras nuevas, dan origen a particulares animalillos, que la simple humedad desenvuelve. Así la vida está esparcida en todas partes, o la materia inanimada es capaz de organizarse, de vivir, y sentir.
[...] Vemos igualmente que la materia vuelve a descender por grados desde la más perfecta organización hasta el estado más absoluto de muerte; y cuanto más se multiplican las observaciones, tanto más se llenan y borran también los intervalos entre los diferentes reinos (Pierre Jean Georges Cabanis, Relaciones de lo físico y moral del hombre, primera sección, “De la vida animal”, § II y III).

Y con él concluyo este breve paseo por el hilozoísmo materialista del siglo de las luces.
El mayor pensador de este período de nuestra historia, Immanuel Kant, no podía estar ajeno a estos planteos que se respiraban en el ambiente filosófico de su época. En general los rechazó, pero en su última Crítica se puede percibir un cierto acercamiento, muy de soslayo, al principio de continuidad entre lo inerte y lo animado:

… Esta analogía de formas, que a pesar de su diversidad, parecen haber sido producidas conforme a un tipo común, fortifica la hipótesis de que dichas formas tienen una afinidad real y que salen de una madre común, y nos muestra cada especie acercándose gradualmente a otra, desde aquella dónde parece mejor establecido el principio de los fines, a saber, el hombre, hasta el pólipo, y desde el pólipo hasta los musgos y las algas, y por último, hasta el grado más inferior de la naturaleza que podemos conocer; hasta la materia bruta, de donde parece derivar, conforme a leyes mecánicas (semejantes a las que ella sigue en sus cristalizaciones), toda esta técnica de la naturaleza, tan incomprensible para nosotros en los seres organizados, que nos creemos obligados a concebir otro principio (Crítica del juicio, § LXXIX).

Esto fue escrito en 1790; para ese entonces, la teoría pampsiquista había dejado de tener su epicentro en Francia y se había trasladado a suelo alemán:

Entre 1780 y 1880, el pampsiquismo fue muy influyente en Alemania. El filósofo Johann Herder (1744-1803) afirmó que la fuerza o la energía constituían el principio subyacente de la realidad y que ambas manifestaban propiedades mentales y físicas. El poeta Wolfgang von Goethe, amigo de Herder, concebía dos grandes fuerzas rectoras en la naturaleza: la polaridad y la intensificación. La polaridad se asociaba con la dimensión material, como «un estado de constante atracción y repulsión», y la intensificación proporcionaba una dimensión espiritual, un «estado de ascensión permanente», una especie de imperativo evolutivo. Basada en el principio de que no podía haber materia sin mente ni mente sin materia, «la materia también es capaz de someterse a la intensificación, y no se puede negar la atracción y repulsión del espíritu». En El mundo como voluntad y representación (1819), el filósofo Arthur Schopenhauer declaró que todas las cosas poseían una voluntad expresada a través de deseos, sentimientos y emociones. Los cuerpos materiales eran “objetivaciones” de la voluntad. Las fuerzas físicas, incluida la gravitación, la atracción y repulsión magnética, eran manifestaciones de la voluntad en la naturaleza. Muchos otros filósofos del siglo XIX en el mundo germánico defendieron puntos de vista similares, pero hay dos especialmente importantes. El filósofo austríaco de la ciencia Ernst Mach [...] rechazó explícitamente una concepción mecanicista de la materia y escribió: «Hablando con propiedad, el mundo no está compuesto de “cosas” […] sino de colores, tonos, presiones, espacios, tiempos, en otras palabras, lo que comúnmente llamamos sensaciones individuales». Y Ernst Haeckel, el más destacado defensor alemán de la teoría de la evolución de Darwin, escribió en 1892: «Considero que toda materia está animada, es decir, dotada de sentimiento (placer y dolor) y movimiento». Afirmó que todas las criaturas vivas, entre ellas los microbios, poseen «una acción psíquica consciente». La materia inorgánica también tenía un aspecto mental, pero «concibo las cualidades elementales de la sensación y la voluntad, que pueden atribuirse a átomos, como inconscientes» (Rupert Sheldrake, El espejismo de la ciencia, p. 112).

Apartemos de la lista de alemanes pampsiquistas a Haeckel (un átomo que siente y ejerce su voluntad de manera inconsciente no me sirve como ejemplo de pampsiquismo) y remplacémoslo por Rudolf Lotze, quien al igual que Leibniz identificó los átomos de la teoría mecanicista con centros de fuerza espiritual.
Y así como la onda pampsiquista se había desplazado desde Francia hacia Alemania, así también se desplazó luego desde Alemania hacia Inglaterra y los Estados Unidos de Norteamérica. En Estados Unidos, los principales abanderados fueron los más reconocidos pragmatistas:

Charles Sanders Peirce concibió lo físico y lo mental como aspectos diferentes de una realidad subyacente: «Toda mente —dijo— comparte aproximadamente la naturaleza de la materia […] Al ver algo desde fuera […] aparece como materia. Al verlo desde dentro […] aparece como consciencia» (Rupert Sheldrake, ibíd., p. 113).

El propio William James, siempre afecto a todo lo que la ciencia de su tiempo consideraba extravagante, aceptó de buen grado el pampsiquismo y elogió, en Un universo pluralista, a Gustav Fechner y a su teoría del alma de los mundos.
En Inglaterra tomó la posta Alfred Whitehead:

El principal filósofo pampsiquista en el mundo anglosajón fue Alfred North Whitehead. [...] Whitehead no propone que los átomos son conscientes como lo somos nosotros, sino que tienen experiencias y sentimientos. Sentimientos, emociones y experiencias son más fundamentales que la consciencia humana (Sheldrake, ibíd., p. 115).

Parecidamente, Arthur Eddington entendía que “las cosas del mundo son las cosas de la mente”. Todo está inmerso en una fuerza espiritual y esta impregna tanto la materia viva como la inanimada.
Hoy en día, como ya he dicho, el pampsiquismo no prospera en el ámbito científico ni en el filosófico. Hay excepciones, por supuesto. Galen Strawson, por ejemplo, ha llegado al pampsiquismo desde el materialismo o fisicalismo[1]. En el 2006 publicó un artículo titulado “¿El fisicalismo implica pamsiquismo?”[2], y se respondió que sí. Doscientos cincuenta años después del Sistema de la naturaleza de Maupertuis, llega este británico a la misma conclusión, a saber, que todo pensador materialista, si ha de ser consecuente con su materialismo, debe ser por fuerza pampsiquista. El artículo fue comentado por diecisiete pensadores también de tendencia materialista, y entre ellos solo dos estuvieron parcialmente de acuerdo con el pampsiquismo de Strawson. Vale decir que había tres pensadores pampsiquistas entre quince que no lo eran. 17% de pampsiquistas contra 83% de no pampsiquistas: una muestra bastante representativa del grado de interés que en la actualidad despierta esta corriente en el ámbito de la filosofía académica. Por fortuna —y esto también ya lo he dicho—, en filosofía no hay democracia, y la teoría que hoy se toma por excéntrica puede ser más verídica que la que goza de un general consenso.
Lo curioso es que el pampsiquismo ha estado casi siempre asociado al materialismo o fisicalismo, doctrinas estas que reniegan de la metafísica o la consideran inexistente. Niegan la metafísica por un lado y aceptan el pampsiquismo por el otro, como si el pampsiquismo fuese parte de una teoría científica y no una pura especulación hípermetafisica. No hay lugar para la doctrina pampsiquista en un cerebro materialista, a menos que este cerebro materialista transija con la metafísica, pero entonces ya no sería materialista… Y si se le otorga rango científico a la hipótesis pampsiquista, se debe dar ejemplos de experiencias, experimentos o lo que sea que nos entreguen alguna muestra cabal o aproximada del grado de sensación y voluntad que la materia bruta posee. Creo que estas experiencias y experimentos, más allá de los que di en citar en alguna oportunidad[3], no se han producido hasta el presente con la rigurosidad que la ciencia pide, de modo que el pampsiquismo sigue siendo metafísica pura y así, me parece, ha de quedar.


[1] Fisicalismo y materialismo son conceptos análogos en filosofía. El materialismo afirma que la única realidad es la materia; el fisicalismo incluye en esta realidad a la energía, los campos y las ondas. En palabras de Strawson, el fisicalismo es "la visión de que todo fenómeno real y concreto en el universo es físico".
[2] Galen Strawson et. al., Consciousness and Its Place in Nature: Does Physicalism Entail Panpsychism?  (editor Anthony Freeman), Imprint Academic, 2006. Este volumen se originó como un número especial del Journal for Consciousness Studies (Volumen 13, Números 10-11, 2006). 
[3] Véase el libro cuarto de este diario, nota 79.

No hay comentarios:

Publicar un comentario