Cuando el pampsiquista afirma que todo
ente material tiene actividad mental, ¿a qué se refiere con “todo”? ¿Tienen
actividad mental los electrones, los átomos, las piedras, las sillas, las
células de nuestro cuerpo, los rebaños, los planetas? Para responder a estos
interrogantes, contamos con la ayuda de Galen Strawson:
Strawson [...] estableció una importante distinción entre agregados de
materia, como mesas y rocas, y sistemas autoorganizados, como átomos, células y
animales. No sugirió que mesas y rocas tuvieran una experiencia unificada,
aunque sus átomos sí podrían tenerla. La razón para esta distinción es que los
objetos elaborados por el hombre, como las sillas o los coches, no se organizan
a sí mismos y no tienen sus propios objetivos o propósitos; son diseñados por
personas y ensamblados en fábricas. Del mismo modo, las rocas están formadas
por átomos y cristales autoorganizados, pero las fuerzas externas configuran la
forma de la roca como un todo: por ejemplo, puede haberse desprendido de una
roca más grande cuando un canto rodado descendió por la ladera de una montaña.
Por el contrario, en los sistemas autoorganizados las formas complejas de la
experiencia emergen espontáneamente. Estos sistemas son al mismo tiempo físicos
(no experimentales) y experienciales; en otras palabras, tienen experiencias
(Rupert Shelderake, El espejismo de la
ciencia, pp. 110-11).
Si digo que a una piedra le place caer,
porque le place sentirse atraída por otra masa, no digo que este sentimiento de
placer sea propiedad de la piedra como un todo, porque la piedra no es un
sistema autoorganizado. Las que experimentan este placer son las moléculas de
dicha piedra, que sí son sistemas autoorganizados. Y esto mismo puede decirse
de cualquier objeto natural o artificial. No existe la conciencia de las sillas
o de los coches en un sentido unificado, lo que existe es la conciencia de las
diferentes moléculas que componen esas sillas y esos coches[1].
Los seres vivos, por el contrario, por ser autoorganizados poseen esta
conciencia unificada de la que los objetos inertes carecen, y es por eso que la
voluntad de estos seres se nos aparece mucho más resuelta y expeditiva que la
de la materia bruta. El perro, como un todo, se siente atraído por algo, por un
hueso por ejemplo, y rápidamente se dirige hacia él por propio impulso. Una
piedra no puede hacer esto, porque no está autoorganizada. Una molécula sí lo
puede hacer… en tanto no forme parte de un cuerpo no autoorganizado sujeto a leyes
macromecánicas. Si un águila quiere subir hacia el cielo no tiene más que batir
sus alas y hacerlo: el vuelo contrarresta la ley de gravedad. Supongamos ahora
que el deseo de ascender hacia el cielo se le presenta al contenido de un vaso
de agua. El agua no tiene alas como el águila, ni tampoco posee una conciencia
unificada, de modo que no puede dirigirse al cielo en masa, como un todo,
porque la gravedad se lo impide. Pero el deseo se presenta por separado en cada
molécula, y así este deseo, que constituye, para diferenciarlo de los fuertes
deseos del reino animal y vegetal, una microexperiencia,
puede llevar a esas moléculas a utilizar la ley de la evaporación para
contrarrestar la gravedad y posibilitar el ascenso. Ahora bien; hasta qué punto
esa molécula de agua que se evapora y asciende lo hace por propio deseo o
porque la ley de la evaporación se le impone, es algo que no puedo precisar. Los deseos de las moléculas se traducen en
leyes naturales. Los deseos básicos son los de atracción y repulsión, pero
puede también existir un “deseo de evaporación”, y cuando la evaporación
acontece, acontece, al menos en parte, auspiciada por ese deseo, y la molécula
goza. Si el deseo de evaporación existe pero la evaporación, por alguna causa,
no puede producirse, la molécula sufre. Son microexperiencias de placer y de
dolor, incomparables con nuestros propios placeres y dolores, pero existen si
es que el pampsiquismo tiene visos de certeza. No es que el deseo sea capaz de
mover a la molécula, no es que la mente agite la materia como lo graficó
Unamuno, porque el paralelismo de cuño spinoziano al cual adhiero impide toda
interacción entre sustancias tan dispares. El deseo molecular es la ley de la evaporación visto desde
el costado espiritual de la sustancia. En donde el materialista ve una ley
natural o una fuerza mecánica, el pampsiquista ve un deseo que se satisface… o
se contraría, si es que los deseos de otras moléculas o de otros sistemas
autoorganizados “chocan” con este primer deseo e impiden su concreción. Cuanto
mayor nivel de autoorganización posea un cuerpo (una ameba, un gusano, una
rata, un hombre, un árbol), mayor “poder de fuego” tendrán sus propios deseos
para lograr su satisfacción, aun en contra de tales o cuales leyes naturales
que tienden a oponérsele. Los deseos de la materia bruta —en este caso las
moléculas de agua— existen y tienen poder de fuego, pero si una ley de la
naturaleza les juega en contra poco pueden hacer para esquivarla. Y esa ley
contraria a los deseos del agua no será más que el aspecto mecánico y
materialista de lo que, si nos remitimos a la sustancia espiritual, es el deseo
de otros entes que también buscan, como todo en el universo, perseverar en su
ser y deleitarse mientras perseveran.
[1] David Chalmers opina que podrían existir las sensaciones incluso en
los termostatos. Según él, "dondequiera que haya una interacción causal,
hay información, y dondequiera que haya información, hay experiencia" ("¿Cómo
es ser un termostato?", ensayo
incluido en su libro La mente consciente,
p. 322). Yo no lo creo así, porque el termostato fue creado por el hombre, no
se organizó a sí mismo. Sus moléculas tienen apetencias, pero no el aparato en
su conjunto. De todos modos Chalmers no dogmatiza sobre esto, solo admite la
posibilidad.
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