Cuando digo que las vivencias no tienen
que formar parte de las investigaciones científicas me refiero a las teorías y
no a la ciencia aplicada. El médico, desde luego, tiene la obligación de
prestar atención a las vivencias de su paciente para diagnosticar una
enfermedad: detecta la úlcera gracias a que el paciente le manifiesta que tiene
dolores estomacales. Esto está muy bien; pero cuando el médico intenta
establecer las causas de la aparición de la úlcera y determinar el tratamiento
que le dará al enfermo con el objetivo de curarlo, tanto en un caso como en el
otro las vivencias del enfermo no cuentan y las investigaciones transitan por
caminos completamente empírico-materialistas. Si logra el médico su cometido,
el paciente dirá: “Gracias a su tratamiento, doctor, ya no me molesta el
estómago”, y se irá del hospital suponiendo que el tratamiento médico causó la
supresión de sus dolores. El sentido común le dice eso, y seguramente también
el médico lo creerá así. De nada les serviría saber que lo que suprimió el
tratamiento no fueron los dolores, sino la úlcera misma, y que los dolores
forman parte de otro universo que no se conecta con el universo de las úlceras
y de los tratamientos médicos, pero que corre paralelo a este. De nada les
serviría saberlo, puesto que no les interesa la metafísica subyacente de todo
el proceso. Pero si algún día se interesaren por esos primeros principios y sin
embargo siguiesen suponiendo que el dolor aparece y desaparece por causas
materiales, ahí el sentido común, disfrazado de diablo, estaría metiendo la
cola. La úlcera se abriría de nuevo, y la filosofía sangraría por la herida.
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