Los hechos corren por un camino y los valores por otro. Los hechos
corren por el camino de la ciencia, y por la ciencia se explican; los valores van
por otro lado. Así se expresaría un representante del Círculo de Viena, Rudolf
Carnap por ejemplo, que en esto de diferenciar los hechos de los valores se
asemejaba a Wittgenstein —aunque Wittgenstein no estuviera de acuerdo con su desprecio
de la ética y la religión[1]—.
Esta visión de dos mundos contrapuestos, el mundo de los hechos y el mundo de
los valores, es bastante más problemática de lo que Carnap y Wittgenstein
suponían, y para evidenciar esta problematicidad llega en mi auxilio quien en
su momento pensé que era una mujer, pero no, es un hombre, y su nombre es
Hilary Putnam:
El argumento
de los positivistas-lógicos en favor de una tajante dicotomía hecho/valor era
muy simple: los enunciados científicos (fuera de la lógica y de las matemáticas
puras), decían ellos, son «verificables empíricamente» y los juicios de valor
son «no-verificables». Este argumento sigue teniendo un gran atractivo [...],
no obstante que por años los filósofos lo han considerado un argumento muy cándido.
Una razón por la cual este resulta cándido es porque supone que efectivamente
existe algo parecido a «el método de verificación» para cada enunciado
científico con significado, en forma aislada. Pero eso está muy lejos de
ser así. Por ejemplo, la teoría de la gravedad de Newton, en su totalidad, no implica, en y por sí misma (es decir, en
ausencia de «hipótesis auxiliares» adecuadas), ni predicciones comprobables ni
cosa que se le parezca. [...] la idea de que cada enunciado científico posee su
propia serie de observaciones confirmatorias y su propia serie de observaciones
refutatorias, independientemente de cuáles sean los otros enunciados con los
que éste se encuentre relacionado, es un error. Si se dice que aquel enunciado
que no tenga en y por sí mismo, por su solo significado, un «método de
verificación» carece de significado, entonces ¡la mayor parte de la ciencia
teórica resulta carente de significado! (Hilary Putnam, "La objetividad y la distinción ciencia/ética", ensayo
incluido en Diánoia, anuario de filosofía de la Universidad Nacional de
México, número 34, año 1988).
Hobbes, Spinoza y Locke soñaron
con poder tratar a la ética de modo matemático. Leibniz decía que en el futuro,
gracias al progreso de la ciencia, se podrían resolver los problemas más
difíciles de convivencia sentándose los contrincantes en una mesa y, lápiz en
mano, calculando algebraicamente quién de los dos tiene la razón. Este sueño
quedó atrás, pero la idea que lo auspiciaba era loable: emparentar los asuntos
de la ciencia con los asuntos del espíritu, mostrar que no estaban tan
disociados. Después vinieron gente como Wittgenstein y los positivistas lógicos
y reabrieron la zanja, pero ya es hora de cerrarla. Porque no es que las
cuestiones de la ética se parezcan a las de la ciencia porque puedan resolverse
con exactitud matemática, sino que se parecen precisamente por lo contrario: ni
la ética ni la ciencia empírica pueden dar fe de que sus enunciados sean ciento
por ciento verdaderos.
[1] Consideraba
que el positivismo antimetafísico de algunos miembros del Círculo de Viena, en
especial el de Carnap, era extremadamente vulgar (cf. William Bartley, Wittgenstein,
p. 65).
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