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viernes, 21 de junio de 2019

¿Por qué le repugnaba tanto a Wittgenstein que se hablara de ética?


El uso de la palabra “bueno” es demasiado complicado. Definirlo es algo que queda fuera de lugar.
Ludwig Wittgenstein, Últimas conversaciones [p. 63]

¿Por qué le repugnaba tanto a Wittgenstein que se hablara de ética y que se construyeran proposiciones éticas? Porque no solo desautorizaba las proposiciones éticas absolutas: veo ahora que su llamado al silencio incluye también a las proposiciones éticas finitas, particulares o relativas[1]. Enrique Calderón cree tener la respuesta:

evitaba el filósofo Wittgenstein teorizar positivamente sobre la ética y dotarla de contenidos cognitivos [...] porque con Kierkegaard, pensaba que solo era moralmente legitimo tratar de abrir los ojos a la gente, y nada más, para no vulnerar la libertad y la autonomía moral (la dignidad) de todo sujeto moral (Filosofía contemporánea: la filosofía como terapia en Ludwig Wittgenstein, p. 39).

¿Estoy entendiendo mal o Calderón supone que Wittgenstein suponía que intentando explicarle a la gente qué acciones son buenas y qué acciones son malas vulneramos su libre albedrío y la coaccionamos determinísticamente? Más allá del problema de si la virtud puede o no enseñarse[2], lo que sí puede enseñarse es la ciencia de la ética, y puede enseñarse, hasta dónde a mí se me alcanza ver, de un modo racional e inductivo. Que después estas enseñanzas sirvan o no para que la gente modifique su comportamiento y se torne más buena y amable, eso no lo sé; pero no me parece que la enseñanza de la ética tenga la capacidad de coartar el libre albedrío de las personas. Si el libre albedrío existe y puede anularse mediante el simple expediente de escuchar un sermón o leer un tratado de ética, ¡qué flacas raíces tiene![3]


[1] He aquí la clave del “problema Wittgenstein”: si hubiese afirmado tan solo que las proposiciones éticas absolutas y universales (del tipo “matar es malo”) son falsas o carentes de sentido, yo lo habría apoyado, pero no se limitó a esto, sino que metió también en el mismo saco a las proposiciones éticas que no aspiran a la universalidad, sino a una simple contingencia espaciotemporal (las del tipo “tal sujeto se comportó mal ayer”). Es esto último lo que yo le endilgo.
[2] ¿Enseñar la virtud como se enseña la geografía o las matemáticas? Definitivamente no. En esto concuerdo con Schopenhauer: "La virtud no se enseña, no más que el genio: para ella el concepto es tan estéril como para el arte y, como en este, tampoco en ella puede utilizarse más que como instrumento. Por eso sería tan necio esperar que nuestros sistemas morales y nuestras éticas suscitaran hombres virtuosos, nobles y santos, como que nuestras estéticas crearan poetas, escultores y músicos" (El mundo como voluntad y representación, tomo I, § 53).
[3] El propio Wittgenstein había mejorado su carácter, o pretendía mejorarlo, con la lectura de un libro —tal vez el mejor— de William James: “Cuando tengo tiempo, leo ahora Las variedades de la experiencia religiosa de James. Este libro me hace muchísimo bien. No quiero decir que pronto seré un santo, pero no estoy seguro de que no me mejore un poco” (carta a Bertrand Russell fechada el 22/6/1912, citada en Cartas a Russell, Keynes y Moore, p. 16). El Tractatus es posterior a esta declaración, pero no tanto (lo escribió durante la Primera Guerra Mundial), de modo que no se comprende muy bien este rechazo al poder de la palabra como factor emancipador de la conducta y de los criterios.

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