... Es obvio que si
Nietzsche es un furibundo
detractor del antisemitismo, del mito racial, de la superioridad del pueblo
alemán respecto a los demás pueblos y de su derecho a dominar la tierra, no
puede tener cabida dentro del santoral nacional-socialista.
José Enguita, El joven Nietzsche, p. 266
Esto es correcto.
Cualquier nazi consecuente y erudito tiene por fuerza que detestar el
pensamiento sociológico nietzscheano. Pero hete aquí que la consecuencia y la
erudición son figuritas muy difíciles de encontrar dentro del espíritu del nazi
promedio, el cual nunca lee a Nietzsche sino a través de concisos y contundentes aforismos
como los que siguen:
¿Qué es lo bueno? Todo lo
que acrecienta en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el
poder mismo. ¿Qué es lo malo? Todo lo que proviene de la debilidad.
¿Qué
es la felicidad? La certeza de que se acrecienta el poder; que queda superada
una resistencia. [...] no ya la paz, sino la guerra; no ya la virtud, sino la
aptitud. Los débiles y fracasados deben perecer; tal es el axioma capital de
nuestro amor al hombre. Y hasta se les debe ayudar a perecer. ¿Qué es más
perjudicial que cualquier vicio? La compasión activa hacia todos los débiles y
fracasados
(El anticristo, 2).
Esto también es
Nietzsche, y da la casualidad de que esto también es nazismo,
y nazismo depurado. ¿Quién puede atreverse a negar algún tipo de relación
causal entre Auschwitz y estos anticristianos comentarios?
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Martes 5 mayo del 2009 /5,38 p.m.
Nietzsche fue adversario del
socialismo, del nacionalismo y del pensamiento racial. Si prescindimos de estas
tres líneas intelectuales, quizás habría podido salir de él un nazi destacado.
Ernst Krieck, citado por Rüdiger Safranski en Nietzsche, p. 364.
Siguen desfilando los defensores del martillero de la filosofía que no
comulgan --al menos concientemente-- con la ideología nazi:
Para un lector honesto de
la obra de Nietzsche, resulta casi inconcebible
que precisamente Nietzsche sea un avanzado de la Alemania nacionalsocialista
[...]. Porque Hitler, que en el año 1924 escribió en Landsberg su
libro Mein Kampf, no menciona ni una sola vez el nombre de
Nietzsche" (Richard Wisser, “Friedrich Nietzsche: malentendidos de una
vida filosófica” en Nietzsche: actual e inactual, compilación de Mónica Cragnolini,
tomo 2, p. 150).
Esto no prueba nada,
porque bien podría ser que Hitler, imbuido por algún prurito de originalidad,
ocultase la fuente de la cual bebiera sus más aberrantes doctrinas en ese libro
destinado --según él suponía-- a engrosar las filas de las obras cumbre de la
literatura política. Pero no. A mí me da la sensación de que Hitler, en
1924, no tenía ni noticias del pensamiento de Nietzsche, o las tenía de oídas y
muy dispersas. Entonces aparece la objeción de Wisser, que no es tal o es incompleta,
porque yo no digo que Nietzsche haya influido en el pensamiento de Hitler sino
en la conformación y solidificación de la ideología nazi, y de ningún modo es
correcto equiparar y unificar el pensamiento de Hitler, harto pedestre y harto
destartalado como cualquiera puede comprobarlo leyendo Mi lucha de un
modo desfanatizado, no es correcto equipararlo con el completo ideario nazi
preparado concienzudamente por auténticos pensadores puestos al servicio de
aquella maquinaria bélica. Lo de Hitler, filosóficamente hablando, era puro
diletantismo; lo de Baeumler y los suyos era cosa seria (no digo cosa lógica,
sólo cosa seria), y estos tipos sí fueron decididamente influidos --o,
digámoslo así, subvencionados-- por ciertas ideas nietzscheanas que ya como venero imprescindible, ya como mero
apuntalamiento, no hicieron más que contribuir al afianzamiento, o al menos al
prestigio, de un movimiento de masas que ha resultado, para quienes no estamos
más allá del bien y del mal, tristemente desastroso.
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Miércoles 6 mayo del 2009 /6,49 p.m.
El cuadro social descrito por Nietzsche […] exige
el dominio de los menos (los más fuertes, los más espirituales) sobre la
mayoría de los mediocres. El modelo ideal es por ello el del sistema indio de
castas que permite la dominación de un número reducido sobre la gran masa, masa
a la que es imperativo mentir (con "mentira santa", según la
terminología de Nietzsche) y además mantener aislada de cualquier idea que
signifique su promoción o su petición de derechos.
César Vidal, El legado del cristianismo en la cultura occidental, p. 230
El doctor Lee van Dovski no duda de la influencia ejercida por el pensamiento
nietzscheano dentro del movimiento nazi: “Es incomprensible que seres humanos
que tomaron en serio esos absurdos, pudieran arrebatar para sí el poder en un
país, para precipitar en el caos a otros países siguiendo tales máximas”. Pero
juzga que los libros que influyeron decididamente en esos asesinos fueron
principalmente La voluntad de poder y El anticristo, escritos ya
en vísperas de la debacle psicológica y rozados por ella. “La culpa de
Nietzsche es condicional, en cuanto no se le puede
responsabilizar por su reblandecimiento cerebral”. Será “tarea de la ciencia
tamizar su obra y eliminar de la misma todos aquellos elementos que ha
elaborado la locura. Sólo entonces resplandecerá la obra de Nietzsche en toda su belleza” (La erótica de los genios,
pp. 218-9). Respeto la opinión de Van Dovsky,
pero yo no pretendo establecer culpabilidades sino causalidades. Yo no creo que
Nietzsche sea culpable de nada, ni aun en el caso de que sus
obras antecitadas hayan sido escritas con perfecta lucidez y discernimiento,
porque si no la locura, algunos otros condicionantes que no estaba en su poder
modificar fueron los que guiaron su pluma. El ser humano Nietzsche no tiene ni un ápice de
responsabilidad por lo que ocurrió con el nazismo. Pero así como afirmo esto,
digo también que la obra de Nietzsche ha influido causalmente para que se
perpetraran las matanzas. ¿Estoy diciendo aquí que si Nietzsche no hubiese sido
escritor no habría existido el nazismo? De ningún modo. Nietzsche no fue la
causa detonante, imprescindible y necesaria, del nazismo; esa fue Hitler. Pero Nietzsche fue causa coadyuvante, con locura o
sin ella. Hitler pateó el balón desde afuera del área y la clavó en un ángulo.
El autor del gol fue Hitler, él impulsó a la pelota. Pero Nietzsche fue el
viento a favor.
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Jueves 7 mayo del 2009 /9,33 a.m.
El hombre, como cualquier otro
animal, sin duda ha avanzado hasta su elevada condición actual a través de una
lucha por la existencia, consecuencia de su rápida multiplicación; y si ha de
avanzar todavía más, tendrá que seguir sujeto a una dura lucha. De otro modo,
pronto se hundirá en la indolencia y los hombres mejor dotados no tendrán más
éxito en la batalla de la vida que los menos dotados. De aquí que nuestro ritmo
natural de crecimiento, aunque lleva a muchos y obvios males, no deba ser por
ningún medio apreciablemente disminuido. Debería haber una competencia abierta
para todos los hombres, y las leyes y las costumbres no deberían impedir que
los más aptos tuvieran el mayor éxito y criaran la prole más numerosa.
Charles Darwin, El origen del hombre y la selección en relación al sexo, p. 790
Para terminar con los problemas que genera el aumento desmedido de la
población de un país, puede utilizarse la solución china, esto es, prohibir que
los matrimonios procreen más de dos hijos, o la solución occidental:
propagandear la utilización de métodos anticonceptivos y ponerlos a disposición
del pueblo a precios accesibles. Para Hitler, estas dos propuestas eran antinaturales y en
consecuencia morbosas:
La naturaleza misma suele
oponerse al aumento de población en determinados países o en ciertas razas, y
esto en épocas de hambre o por condiciones climáticas desfavorables [...]. Por
cierto que la Naturaleza
no anula propiamente la capacidad de procreación, pero sí se opone a la
conservación de la prole al someter a ésta a rigurosas pruebas y privaciones
[...]. El que entonces sobrevive, [...] resulta fuerte y apto para seguir
generando [...]. Actuando de ese modo brutal contra el individuo [...], la Naturaleza mantiene la Raza, la propia especie
vigorosa y la hace capaz de las mayores realizaciones.
[...]
Otra cosa es que el hombre, por sí mismo, se empeñe en restringir su
descendencia. [...] El hombre cree saber más que esa cruel Reina de toda la
sabiduría, la Naturaleza.
Él no limita la conservación del individuo, sino la propia reproducción. Eso le
parece a él [...] más humano y más justificado que lo otro. Infelizmente, las
consecuencias son también inversas.
[...]
el hombre limita la procreación y se esfuerza denodadamente para que cada ser,
una vez nacido, se conserve a cualquier precio. Esta corrección de la voluntad
divina le parece tan sabia como humana [...]. Y el hijo de Adán no quiere ver
ni oír hablar que, en realidad, el número es limitado, pero a costa del
abatimiento del individuo.
Siendo
limitada la procreación, por disminución del número de nacimientos, sobreviene,
en lugar de la natural lucha por la vida (que sólo deja en pie al más fuerte y
al más sano)
,
el prurito de «salvar» a todo trance al débil y hasta al enfermo, cimentando el
germen de una progenie que irá degenerando progresivamente [...].
El
resultado final es que un pueblo tal perderá algún día el derecho a la
existencia en este mundo [...]. Una generación más fuerte expulsará a los
débiles, pues el ansia por la vida, en su última forma, siempre romperá todas
las corrientes ridículas del llamado espíritu de humanidad individualista. En
su lugar aparecerá una Humanidad natural, que destruirá la debilidad para
engendrar la fuerza (Mi lucha, I, IV,
pp. 106-7).
¿No se nota en esta
profecía la influencia, ya directa, ya tamizada por otros autores, comentadores
o amigos, la influencia de las palabras de Nietzsche citadas el lunes pasado? El darwinismo social, de la
mano de Nietzsche, Spencer y Haeckel, dejó tambaleando a la eugenesia, y Hitler terminó de desprestigiarla cuando la llevó a la
práctica de modo tendencioso. La historia grande de esta ciencia tan vieja como
los espartanos comenzará a escribirse mañana, cuando dejemos atrás todos estos
fantasmas que la oscurecieron hasta tornarla sombría.
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Lunes 12 mayo del 2009 /5,33 p.m.
Mussolini
reconocía [en su juventud] que la doctrina de Nietzsche no podía ser reducida a
la idea de voluntad de poder.
Georges
Bataille, “Nietzsche y los fascistas”
La influencia de Nietzsche sobre Hitler tal vez haya sido indirecta, pero Mussolini, cuya intelectualidad superaba en mucho a la del Führer,
debe gran parte de su filosofía personal a los escritos nietzscheanos. Según
él, Nietzsche fue "la mente más extraordinaria del último cuarto del siglo
pasado",
y en 1908 escribió un ensayo titulado La filosofía de la fuerza en honor
a su maestro. El lema de Nietzsche, "vivir peligrosamente" --que a mí
me fascina cuando lo escucho de boca de un santo--, lo tomó Mussolini como
muletilla, pero confundió la peligrosidad con la belicosidad, palabras que no
son en absoluto sinónimas. Confusión inevitable por cierto teniendo en cuenta
el temperamento del dictador y el hecho de que su "filósofo" de
cabecera tuviera también a la belicosidad como un valor a cultivar.
¿Hay que decir más sobre la huella dejada por Nietzsche en el compañero de
andanzas de Adolfito?
Para dejar bien parado a Nietzsche, alguien comenta que
fue uno de los más
aguerridos enemigos del Estado y de los modernos movimientos de masas.
Paradójicamente, el fascismo hizo del primero un fetiche, un objeto de
adoración, y de los segundos, la clave de su fuerza (Marcelo Urresti, “Voluntad
de poder y superhombre en el pensamiento del joven Mussolini”, en Nietzsche: actual e inactual,
tomo 1, p. 200).
Pero esos argumentos
no sirven sino como atenuantes. Yo admiro al Che Guevara, ¿soy contradictorio por eso? No, porque sólo admiro
de Guevara, e intento imitar, lo que cierra con mi propia escala de valores, y
desecho el resto. Lo mismo hizo Mussolini con Nietzsche: lo acomodó como pudo en su estructura ideológica y
lo podó allí donde las zarzas le rasguñaban la cara. Pero yo no sería quien soy
si no hubiese leído los escritos guevaristas, y Mussolini, tal vez, se habría
sentido más abandonado en su cruzada juvenil sin el apoyo logístico que le
otorgaban las teorizaciones del gran retórico alemán.
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Miércoles 27 de mayo del 2009 /1,01 p.m.
Habrá guerras como jamás las hubo en la tierra. Solamente a
partir de mí existe en el mundo la gran política.
Friedrich
Nietzsche, Ecce Homo, “Por qué soy un destino”, 1
Para Nietzsche, ser libre es
querer ser responsable de
sí mismo, conservar firmemente la distancia que nos distingue, permanecer
indiferente al sufrimiento, a la dureza, a la vida misma. Estar pronto a
sacrificar los hombres a su obra, sin exceptuarse a sí mismo. Libertad significa
que los instintos viriles, los instintos que disfrutan con la guerra y la
victoria, dominen a otros instintos, por ejemplo a los de la “felicidad”. El
hombre liberado, y mucho más el espíritu liberado, pisotea la despreciable
clase de felicidad con que sueñan los tenderos, los cristianos, las vacas, las
mujeres, los ingleses y otros demócratas. El hombre libre es un guerrero (El crepúsculo de los ídolos, cap. 9, sec. 38).
Y Hitler, y Mussolini (y, según un pensador de izquierda del que hablaré
pasado mañana, también Lenin), aplauden.
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Viernes 29 de mayo del 2009; 1,38 p.m.
Tal como nosotros lo vemos, lo
que sirve de centro de unidad –que va cristalizando poco a poco, cierto es-- a
la cohesión de los pensamientos de Nietzsche es la repulsa del socialismo y la
lucha por la creación de una Alemania imperialista.
Georg Lukács, El asalto a la razón, p. 262
Cuando admiramos incondicionalmente a un pensador, tendemos a caer en
inconsistencias lógicas al intentar encajarlo dentro del propio molde para que
no nos contradiga. Esto fue lo que le sucedió a Carlos Astrada mientras
redactaba su Nietzsche y la crisis del irracionalismo. Simpatizante del comunismo revolucionario y
simpatizante de Nietzsche, no sólo niega que los escritos del pensador alemán
puedan interpretarse como un prefacio del nacionalsocialismo, sino que se lo
lleva para sus aguas, convirtiendo al padre de Zaratustra en un izquierdista. Y
no es el primero que pretende interpretar a Nietzsche de ese modo.
Pero ¿cuáles son las principales aspiraciones de la izquierda? ¿No son acaso la
igualdad económica y jurídica de las personas, y tanto más esta última, pues
presuponiéndola ya instalada, la nivelación económica sería su inmediata
consecuencia? No creo que ningún izquierdista político pueda discrepar conmigo
en este punto. Pues veamos qué opinaba Nietzsche sobre el particular:
¿Quién me es más odioso
por entre la turba actual? La turba socialista, los apóstoles de los
tshandalas que socavan el instinto del trabajador, la satisfacción y
conformidad del trabajador con su existencia estrecha; que inculcan en él la
envidia y predican la venganza... La injusticia nunca reside en la desigualdad
de los derechos, sino en la reivindicación de la «igualdad» de tales
derechos... ¿Qué es lo malo? Ya lo dije: todo lo que proviene de la debilidad,
la envidia y la venganza. El anarquista y el cristiano comparten un mismo
origen... (El anticristo, 57).
No nos enceguezcamos, muchachos. Amén de su desprecio por los valores de
la burguesía, el único punto de contacto que podemos encontrar entre Nietzsche y la izquierda revolucionaria es el
anticlericalismo. El ateo Nietzsche le cae simpático al ateo Astrada. Nietzsche, más lógico, si viviese preferiría
compartir su mesa con un creyente al estilo Bush que con un ateo que se codea con Mao.
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Domingo 7 de junio del 2009; 3,49 p.m.
... ¿Se trata de
construirse una vida lo más soportable posible? Dos caminos hay: se esfuerza y
se acostumbra uno a ser todo lo limitado que se pueda, y una vez que se ha
reducido todo lo posible la lucecita del espíritu, se buscan bienes de fortuna
y se vive con los placeres del mundo. O bien: se sabe que la vida es miserable,
se sabe que somos los esclavos de la vida, tanto más cuanto más queramos usar
de ella, y, por tanto, se desprende uno de los bienes de la vida, se ejercita
en la sobriedad, se es frugal consigo mismo y cordial con todos los demás --y
ello porque se siente compasión por los compañeros de la miseria--, en una
palabra, se vive de acuerdo con las rigurosas exigencias del cristianismo
primitivo, no del actual, dulzón y difuso. El cristianismo no tolera que «se
vaya con él» en passant o porque está de moda.
¿Y
es entonces la vida soportable? Sí, porque su peso se hace cada vez menor y no
nos ata a ella ningún lazo. Es soportable, porque puede uno desprenderse de
ella sin dolor.
Nietzsche, carta a su madre y hermana,
noviembre de 1865
Claramente se nota,
en este joven Nietzsche, la influencia de su maestro Schopenhauer, a quien había encontrado "por
casualidad", un mes atrás, en una librería y cuya obra le era, hasta ese
día, absolutamente desconocida según él mismo nos relata en su Retrospectiva
de mis dos años en Leipzig, llegando a decir que ni siquiera tenía noticias
de que había existido ese pensador.
Yo me pregunto, a la luz de las palabras que acabo de citar, ¿fue una
bendición para el mundo el hecho de que Nietzsche "evolucionara" con el correr de sus años y
pusiera patas arriba la filosofía schopenhaueriana, interpretando a la vida y
su sentido como una voluntad desbocada de poder que hay que acicatear en lugar
de avergonzarnos de ella? Y me respondo que no, no fue una bendición. La
filosofía de Schopenhauer, con todos sus defectos y exageraciones, es
abismalmente más certera que la del Nietzsche maduro. Y a pesar de ser
Schopenhauer un antisemita declarado, su línea de pensamiento, por más empeño y
por más recursos dialécticos que pudiese aplicar el tergiversador, jamás podría
ponerse al servicio del diablo como sí se puso, con pleno derecho y coherencia,
el pensamiento del bigotón.
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Martes 9 de junio del 2009; 10,51 a.m.
Nietzsche describe
apasionadamente [en su Mirada
retrospectiva a mis dos años en Leipzig] el efecto que le
produjo el libro [El mundo como
voluntad y representación de Schopenhauer]: renuncia,
negación, resignación [...]. Al principio las consecuencias son funestas:
autoinculpación, remordimiento, odio a sí mismo, visión escéptica del ser
humano y de sus posibilidades de curación y transformación. [...] se
mortificaba con ejercicios ascéticos y acostándose tarde y levantándose
temprano. Nadie puede saber adónde le habría conducido todo eso si, como
afortunadamente ocurrió, no hubieran actuado en contra las tentaciones de la
vida, la vanidad y el imperativo de los estudios.
Werner Ross, Nietzsche, p. 174
¿Como “afortunadamente” ocurrió?
¿Afortunadamente para quién? ¿Para la filosofía? No lo creo: la deslumbrante
retórica nietzscheana hubiese brindado mejores servicios fortaleciendo los
ideales del cristianismo primitivo (no del actual, dulzón y difuso) que no los
de la barbarie. ¿Afortunadamente para sí mismo? No lo creo: tengo
para mí que Nietzsche no enloqueció ni por la sífilis ni por el excesivo
peso intelectual que cargaba en su cerebro: enloqueció porque en su fuero
interno sabía que había en él vocación de santo, y no soportó la contradicción
entre sus palabras y sus potencialidades malversadas.
Su viraje intelectivo fue afortunado... para ya sabemos quiénes. Para
los que no se vuelven locos cargando esa ideología, porque su locura es otra,
no es locura de manicomio. Y el espíritu, que tan susceptible se muestra en
determinadas ocasiones, no se tensa ni se quiebra cuando las ideas que soporta
coinciden en su podredumbre con el carácter del sujeto que las concibe o
atesora.
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Miércoles 19 de agosto del 2009; 11,36 a.m.
¿Decís vosotros que la buena causa es la que santifica todas las guerras? Yo os digo: la buena guerra es la que santifica todas las causas.
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra
Y para los que dicen que el Nietzsche instigador de la violencia nazi es el Nietzsche preloco de La voluntad de poder y El anticristo, y que cuando escribió estas obras ya la locura le venía mordiendo los talones y estaba él como fuera de sí, para estos justificadores de lo injustificable va esta cita tomada del parágrafo 81 del primer tomo de Humano, demasiado humano, escrito más de diez años antes de que Nietzsche abrazara el caballo:
Cuando el rico toma del pobre algo que le pertenece [...], se produce un error en el pobre: piensa que el rico es muy perverso, pues le quita lo poco que posee. Pero el otro está muy lejos de dar tanto valor a una «sola» cosa, un «solo» bien, y, por consiguiente, no puede subrogarse en el sentir del pobre y no le hace tanto daño como éste cree. Ambos tienen el uno del otro una falsa idea. La injusticia del poderoso, que tanto nos indigna en la historia, no es tan grande como parece vista de cerca. Nada como el sentimiento heredado de creerse un ser superior, con derechos superiores, para proporcionar calma y tranquilidad de conciencia; nosotros mismos, cuando la diferencia entre nosotros y otros seres es muy marcada, no creemos cometer ninguna injusticia, y matamos a una mosca, por ejemplo, sin remordimientos. [...] el individuo, en estos casos, es eliminado como un insecto desagradable: está demasiado bajo para poder excitar remordimientos de larga duración en un hombre que es el amo del mundo.
Adolfo Hitler era, mejor dicho, quería ser, el amo del mundo, y por eso mataba sus moscas --léase judíos y gitanos-- sin remordimientos y sin injusticia, pues eran para él tan poca cosa esos insectos que nada se perdía eliminándolos. "El hombre cruel --continúa Nietzsche-- no es nunca cruel en la medida en que lo cree aquel a quien maltrata; su concepción del dolor no es la misma que la del otro". Pero ¿a quién le importa la concepción que del dolor tuviere una persona enferma de la cabeza como lo es todo cultor del sadismo? Una mala acción sigue siendo una mala acción por más que el malvado no la juzgue así, y el dolor de los judíos no se atenuaba debido a que los nazis no lloraban mientras los asfixiaban. Muy pocas veces sentí compasión por un pescado, o la sentí muy tenue, pero igual dejé de comérmelos: suspendí la iniquidad sin necesidad de que ningún sentimiento me la reprochase y teniendo la convicción de que yo soy el amo del mundo en comparación con esas criaturas. El sádico siempre será sádico, con compasión o sin ella. Y habiendo intelectuales como Nietzsche, que sin haber sido sádico él mismo, aplaudió con irreverente furia esa malformación del alma humana, habiendo intelectuales de ese jaez los sádicos tenderán a ejercer su sadismo con mayor soltura y alegría, para tristeza de todos aquellos que amamos a los peces, a las moscas y a los caballos y les concedemos el derecho a vivir su vida, interfieran o no con la nuestra.
El broche de cobre de todas estas cavilaciones en torno a la influencia del pensamiento de Nietzsche en el movimiento nazi será una ritma mía que pergeñé hace tres años y que titulé "Voluntad de poder confundir":
Hay cosas que no me explico; por ejemplo, Federico
pasa por ser muy profundo y a mí no me mueve un pelo.
Sus teorías son absurdas, rastreras, impías, burdas,
dignas de orates y curdas pero no de hombres de celo.
Innúmeros abogados en sofismas doctorados
niegan que lo que hizo Hitler se basara en sus asertos.
"La culpa es de su hermanita, que era un tanto antisemita";
así es como se explicita tanto horror y tantos muertos.
Mas ¿no fue Nietzsche quien dijo "yo, entre dos hombres, elijo
a quien goza dominando, y al compasivo desprecio"?
Sólo se evita el abismo dominándose a sí mismo,
lo demás es idiotismo que se jacta de ser recio.
Melancólico, enfermizo, quiso dejar en el piso
la moral más elevada que existe sobre la tierra.
Dominado por la vida buscó una contrapartida
y encabezó la estampida de los que alaban la guerra.
No creía en los sistemas porque tenía problemas
para engarzar sus ideas dentro de un bloque cerrado.
Quien nada sabe de arreo dice al arreador "no creo
que con el tal ajetreo se beneficie al ganado".
¿Mataste a Dios? ¡Qué esperanza! La retórica no alcanza
para evitar que tu idea desaparezca en el mar.
Naufragará tu ateísmo mediante un buen exorcismo
que arroje al anacronismo la hipótesis del azar.
(Nota añadida el 6/10/9.) Según Bertrand Russell, el rechazo nietzscheano de la compasión es
sintomático de sus propios miedos y de sus propios odios. Nietzsche, afirma
Russell, "condena el amor cristiano porque lo considera un producto del
temor: yo temo que mi vecino me haga daño y por eso le aseguro que le amo. Si
yo fuera más fuerte y más audaz, mostraría abiertamente el desprecio que, sin
duda, siento hacia él. No se le ocurre a Nietzsche la posibilidad de que un
hombre sienta de verdad un amor universal, notoriamente porque él mismo siente
casi universal odio y temor, que trata de disimular con una indiferencia
altiva. Su hombre noble --que es él mismo en sueños-- es un ser
totalmente desprovisto de simpatía, rudo, astuto, cruel, preocupado sólo por su
propio poder. El rey Lear, en el límite de la locura, dice: «Haré tales cosas
--no sé todavía cuáles-- pero serán el terror de la tierra». Ésta es la
filosofía de Nietzsche en una palabra. No se le ocurrió nunca a Nietzsche
pensar que el afán de Poder con que adorna a su superhombre es un producto del
temor. Los que no temen a sus vecinos no ven la necesidad de tiranizarlos. Los
hombres que han vencido al miedo no tienen la cualidad frenética del
«artista-tirano» de Nietzsche, Nerón, que trata de gozar de la música y de los
asesinatos, mientras su corazón está lleno del temor de la inevitable
revolución del palacio. No negaré que, en parte como resultado de su doctrina,
el mundo real se ha convertido en algo muy parecido a una pesadilla, pero eso
no la hace menos horrible. [...] Hay dos clases de santos: el santo por
naturaleza y el santo por temor. El primero tiene un amor espontáneo a la
humanidad; hace el bien porque el hacerlo lo hace feliz. El santo por temor,
como el hombre que se abstiene de robar sólo por miedo a la policía, sería un
malvado si no se viera refrenado por el pensamiento de los fuegos del infierno
y por la venganza del prójimo. Nietzsche sólo puede imaginar esta clase de santo;
se siente tan lleno de temor y de odio que el amor espontáneo a la humanidad le
parece imposible. Nunca ha concebido un hombre que, con toda la ausencia de
temor del superhombre y su enorme orgullo, no cause, sin embargo, ningún dolor
porque no sienta el deseo de hacerlo. [...] Me disgusta Nietzsche porque le
gusta la contemplación del dolor, porque erige el desprecio en deber, porque
los hombres que más admira son conquistadores, cuya gloria estriba en la
habilidad para hacer que los hombres mueran. Pero creo que el argumento
decisivo contra su filosofía, como contra cualquier ética desagradable aunque
internamente coherente, radica no en una apelación a los hechos, sino en una
apelación a las emociones. Nietzsche desprecia el amor universal; yo veo en él
la fuerza motriz para todo lo que deseo respecto al mundo. Sus seguidores han
tenido su turno en el mundo, pero podemos esperar que éste llegue rápidamente a
su fin" (Historia de la filosofía occidental, tomo II, cap. XXV).
“Para Baeumler --escribe Rüdiger Safranski--
estará en primer plano el Nietzsche de la filosofía del poder […]. La doctrina
de Nietzsche, escribe Baeumler, se descifra en clave de un filósofo griego que
existió realmente, mejor que en clave de un Dios que el filósofo se inventó en
sus apuros. «Para nosotros no se llama dionisíaca, si no heraclítea la imagen del mundo que vio Nietzsche. Se
trata de un mundo que nunca descansa, que es de todo punto devenir; pero
devenir significa luchar y vencer» […]. Baeumler reconstruye con precisión y
reflexión filosófica un nexo de pensamiento que se da de hecho en Nietzsche. La
falsificación está en la unilateralidad” (Safranski, Rudiger,
op. cit., pp. 358-9)
Hay otros
pensadores que no la respetan en absoluto. El argentino Carlos Astrada, por ejemplo, opina que "El anticristo y
La voluntad de poder son obras de plenitud intelectual. Se ha querido ver
en ellas síntomas e incluso una expresión de la demencia que, en esta época,
aquejó a Nietzsche y duró hasta el fin de su vida. Esta es la tesis
sostenida por los psiquiatras, siempre tan solícitos y oficiosos para enjuiciar
las obras del genio, los que, entontecidos por las conclusiones seudo
científicas que apresuradamente extraen, al pasar de un orden de realidades a
otro muy distinto, no se han percatado todavía de que los hombres de
extraordinaria potencia de intelección, es decir, los genios no son genios por
ser locos o anormales, sino que, a veces, devienen locos por ser genios,
perdiendo el equilibrio harto inestable de su sistema nervioso y la salud del
cuerpo y del alma, que se derrumban bajo el peso de un enorme esfuerzo mental,
de una lucidez que los agosta" (Nietzsche y la crisis del
irracionalismo, pp. 87-8).
Ahora bien, ¿por qué se agostó
justamente la mente de Nietzsche y no la de otros pensadores que lo superan
ampliamente bajo muchos respectos? No supo dosificarse. "Los más grandes
laboriosos --dice Ramón y Cajal-- son los que han aprendido a administrar
metódicamente su pereza. La actividad febril, paroxística, cae rápidamente en
la fatiga y en la desilusión; deteriora la máquina antes de haber logrado
refinar el producto" (Charlas de café, p. 161). Dejándola respirar
de vez en cuando, sin atosigarla como la atosigó (sobre todo en el último
lustro de su vida cuerda), su febril e inspirada cabezota habría permanecido lúcida
un poco más de tiempo. Y ese tiempo, tal vez, le hubiese servido para
reflexionar mejor, para refinar su producto, y mudar su filosofía hacia otros
puertos más verosímiles o menos tormentosos.
En esta mi negación del libre albedrío y de la
culpabilidad me acompaña el propio Nietzsche: "...[el hombre] no
puede ser responsable, por ser una consecuencia absolutamente necesaria y
determinada por elementos e influencias de objetos presentes y pasados; por lo
tanto [...] el hombre no es responsable de nada, ni de su ser, ni de sus
motivos, ni de sus actos, ni de su influencia. De este modo llegamos a
reconocer que la historia de las apreciaciones morales es también la historia
de un error, del error de la responsabilidad; y esto porque reposa en el error
del libre arbitrio [...]. Nadie es responsable de sus actos; nadie lo es
de su ser" (Humano, demasiado humano,
tomo I, § 39). El error de Nietzsche radica en deducir, de este fatalismo, la
inviabilidad del hecho moral, cuando lo que se deduce es, meramente, la
inviabilidad del derecho penal.
Cabe citar aquí, nuevamente, a Crane Brinton: "Nietzsche pedía Superhombres. Mussolini y Hitler respondieron al llamamiento. No importa mucho que,
con toda probabilidad, Nietzsche los habría despreciado como pervertidores de
su doctrina, se habría opuesto a ellos rudamente. Ni siquiera importa que
aunque Nietzsche no hubiese escrito nunca, esos hombres habrían llegado
probablemente al poder de una manera muy parecida a como llegaron. Encontraron
la manera de utilizar a Nietzsche, de utilizarlo de un modo que él no quiso
probablemente atribuir a sus palabras. Este es un riesgo que corren todos los
hombres que construyen con palabras, pero es un riesgo particularmente grande
para aquellos que construyen con sus descontentos mediante grandes palabras un
refugio para huir de este pobre mundo, un castillo en el aire filosófico.
Semejantes castillos son con frecuencia espaciosos y cómodos, pero es muy
difícil mantenerlos limpios" (Nietzsche, cap. VI, sec. IV).
Pero Hitler no acompañó en su empeño a la naturaleza: en lugar de
dejar en pie a los judíos más fuertes y más sanos, sólo libró de sus campos de
concentración a los judíos más ricos.
El siguiente párrafo constituye otro ejemplo del triste modelo
eugenésico al que aspiraba Nietzsche: "La sociedad, como mandataria de la vida, debe
responder de cada vida perdida ante la vida misma, y ésta debe expiarla; por
consiguiente, debe evitar esa pérdida. La sociedad debe impedir en gran número
de casos la procreación; en este punto debe proceder sin consideración a
estirpe, rango ni espíritu de clase, imponiendo las más duras prohibiciones y
restricciones a la libertad y hasta, si es preciso, castraciones. El
mandamiento bíblico «no matarás» es una ingenuidad en comparación con la
seriedad de la prohibición que impone la vida a los decadentes: «no
engendrarás»" (La voluntad de poder, 743, o "Anotaciones
póstumas para una explicación de Zaratustra", 97-98). La tristeza
del mensaje no está tanto en su contenido, que tiene semillas de verdad, sino
en lo que entendía Nietzsche cuando hablaba de "decadentes".
Cf. la
Historia de los filósofos políticos de George
Catlin, p. 761.
Ver la primera nota al pie de mis anotaciones del
4/2/9.
He aquí una muestra del enconado antiestatismo de
Nietzsche, que también es muestra de su pintoresco estilo:
"... aquí notaremos la consecuencia de esta doctrina [...] que consiste en
afirmar que el Estado es el fin supremo del hombre y que, para el hombre, no
hay fin superior al de servir al Estado: en lo que yo no reconozco el retorno
al paganismo, sino a la tontería. Puede suceder que semejante hombre [...] no
sepa verdaderamente lo que son los deberes supremos. Esto no quita que haya
todavía del otro lado hombres y deberes, y uno de estos deberes, que, para mí
por lo menos, aparece como superior al servicio del Estado, incita a destruir
la tontería en todas sus formas, incluso sobre esta forma que aquí toma" (Consideraciones
intempestivas, “Schopenhauer, educador”, 4).
El plan de Hitler, el plan utópico, era la dominación del continente
europeo. Sin embargo él sabía, muy en el fondo, que nunca podría dar término a
este objetivo. Lo que se proponía entonces, su verdadero ideal, era mantener al
mundo en guerra tanto tiempo como se pudiese. ¿Y por qué? Porque para Hitler y
sus amigos, vivir en guerra era vivir, la paz les repugnaba. La paz es
sumisión, no interesa si es paz de vencedor o de vencido. "La guerra educa
para la libertad", dice Nietzsche (ibíd., 9, 38, en donde se afirma que los
comunistas, cuando guerrean, se comportan noblemente; el principio por
el cual pelean es para Nietzsche detestable, pero el solo hecho de pelear por
él los enaltece: lo importante es la guerra, que haya guerra, y secundarios los
motivos que la desencadenan). ¿De qué tergiversación me hablan?
Según parece, la impostura del Nietzsche socialista se origina en 1920 con la publicación en
Francia del libro Nietzsche, su vida y pensamiento, de Charles Andler. En 1905 Giuseppe Rensi había publicado en Italia un libro titulado El socialismo como voluntad de poderío,
pero este primer intento de mixturar lo inmixturable no cobró verdadera
difusión, aunque sirvió para convencer al entonces joven socialista Mussolini.
[No figura en el extracto] Una revolución comunista
en su Alemania habría sido el suceso menos anhelado por Nietzsche. "En su
vida, en su trayectoria filosófica --nos comenta Werner Ross--, no dudó un
instante de que el levantamiento de la clase obrera destruiría su mundo y, por
lo tanto, que tenía que oponerse a ese levantamiento. [...] Lasalle aparece tan
poco [en sus escritos] como Bebel, Liebknecht, Marx y Engels. Puede decirse que
era sordo del oído izquierdo” (Nietzsche,
II, 4). No aparece Marx explícitamente, pero aparecen sus ideas, y aparecen
para ser defenestradas: “La vida es cabalmente voluntad de poder. En ningún
otro punto, sin embargo, se resiste más que aquí a ser enseñada la conciencia
común de los europeos: hoy se fantasea en todas partes, incluso bajo disfraces
científicos, con estados venideros de la sociedad en los cuales «el carácter
explotador» desaparecerá: --a mis oídos esto suena como si alguien prometiese
inventar una vida que se abstuviese de todas sus funciones orgánicas. La
«explotación» no forma parte de una sociedad corrompida o imperfecta y
primitiva: forma parte de la esencia de lo vivo, como función orgánica
fundamental, es una consecuencia de la auténtica voluntad de poder, la cual es
cabalmente la voluntad propia de la vida. Suponiendo que como teoría esto sea
una innovación, como realidad es el hecho primordial de toda historia”
(F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, §259).
[Nota incompleta en el extracto y en el cuaderno] Así
lo cuenta Nietzsche: "... Encontré un día este libro en el Antiquariant
del viejo Rohn. Ignorándolo todo sobre él, lo tomé en mis manos y comencé a
hojearlo". Pero esto es poco creíble. Para 1865, Schopenhauer ya era en Alemania uno de los más renombrados
escritores filosóficos, sólo superado, tal vez, por Hegel. Es altamente
improbable que un inquieto intelectual, como ya lo era Nietzsche a los veintiún
años, no lo conociera ni siquiera de nombre.
TEXTOS CITADOS
ASTRADA, Carlos: Nietzsche y la crisis del irracionalismo; Buenos Aires, Dédalo, 1960.
CATLIN, George: : Historia de los filósofos políticos (aprox. 1941); Buenos Aires, Peuser, 1946. CARRASCO, Eduardo: Nietzsche y los judíos; Santiago de Chile, Catalonia, 2008.
CRAGNOLINI, Mónica (compiladora): Nietzsche: actual e inactual; Buenos Aires, Oficina de Publicación del C.B.C., 1996 (dos tomos).
CRANE BRINTON, Clarence: Nietzsche (aprox. 1941); Buenos Aires, Losada, 1952 (2ª).
ENGUITA, José: El joven Nietzsche; Madrid, Biblioteca Nueva, 2004.
HITLER, Adolf: Mi lucha (1923 a 1928); Barcelona-Santiago de Chile, Wotan, 1995.
NIETZSCHE, Friedrich: Consideraciones intempestivas (1876); Madrid-Buenos Aires, Aguilar, 1959 (3ª) (tomo II de sus Obras completas).
-- Correspondencia; Buenos Aires, Aguilar, 1951 (tomo XV de sus Obras completas).
--Ecce homo (1888); Madrid, Alianza, 1976 (2ª).
--El anticristo (1888); Buenos Aires, Gradifco, 2005.
--El crepúsculo de los ídolos (1889); Buenos Aires, Equís, 1945.
--Fragmentos póstumos (tomo IV, 1885 a 1889); Madrid, Tecnos, 2008.
--Humano, demasiado humano (dos tomos, 1874-1878); Buenos Aires, Aguilar, 1951 (tomo III y IV de sus Obras completas).
--La genealogía de la moral (1887); Buenos Aires, Gradifco, 2005.
--La voluntad de poder (1887); Buenos Aires, Aguilar, 1947 (tomo IX de sus Obras completas).
FEINMANN, José: La filosofía y el barro de la historia; Buenos Aires, Planeta, 2008.
RAMÓN Y CAJAL, Santiago: Charlas de café (1932); Madrid, Espasa-Calpe, 1966 (9ª).
ROSS, Werner: Nietzsche (1989); Barcelona, Paidós, 1994.
RUSSELL, Bertrand: Historia de la filosofía occidental (tomo II, 1946); Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1947.
VAN DOVSKY, Lee: La erótica de los genios; Buenos Aires, Santiago Rueda, 1947.
[1] (Nota añadida el 6/10/9.) Según la opinión de Bertrand Russell, el rechazo nietzscheano de la compasión es sintomático de sus propios miedos y de sus propios odios. Nietzsche, afirma Russell, "condena el amor cristiano porque lo considera un producto del temor: yo temo que mi vecino me haga daño y por eso le aseguro que le amo. Si yo fuera más fuerte y más audaz, mostraría abiertamente el desprecio que, sin duda, siento hacia él. No se le ocurre a Nietzsche la posibilidad de que un hombre sienta de verdad un amor universal, notoriamente porque él mismo siente casi universal odio y temor, que trata de disimular con una indiferencia altiva. Su hombre noble --que es él mismo en sueños-- es un ser totalmente desprovisto de simpatía, rudo, astuto, cruel, preocupado sólo por su propio Poder. El rey Lear, en el límite de la locura, dice: «Haré tales cosas --no sé todavía cuáles-- pero serán el terror de la Tierra». Ésta es la filosofía de Nietzsche en una palabra. No se le ocurrió nunca a Nietzsche pensar que el afán de Poder con que adorna a su superhombre es un producto del temor. Los que no temen a sus vecinos no ven la necesidad de tiranizarlos. Los hombres que han vencido al miedo no tienen la cualidad frenética del «artista-tirano» de Nietzsche, Nerón, que trata de gozar de la música y de los asesinatos, mientras su corazón está lleno del temor de la inevitable revolución del palacio. No negaré que, en parte como resultado de su doctrina, el mundo real se ha convertido en algo muy parecido a una pesadilla, pero eso no la hace menos horrible. [...] Hay dos clases de santos: el santo por naturaleza y el santo por temor. El primero tiene un amor espontáneo a la humanidad; hace el bien porque el hacerlo lo hace feliz. El santo por temor, como el hombre que se abstiene de robar sólo por miedo a la policía, sería un malvado si no se viera refrenado por el pensamiento de los fuegos del infierno y por la venganza del prójimo. Nietzsche sólo puede imaginar esta clase de santo; se siente tan lleno de temor y de odio que el amor espontáneo a la humanidad le parece imposible. Nunca ha concebido un hombre que, con toda la ausencia de temor del superhombre y su enorme orgullo, no cause, sin embargo, ningún dolor porque no sienta el deseo de hacerlo. [...] Me disgusta Nietzsche porque le gusta la contemplación del dolor, porque erige el desprecio en deber, porque los hombres que más admira son conquistadores, cuya gloria estriba en la habilidad para hacer que los hombres mueran. Pero creo que el argumento decisivo contra su filosofía, como contra cualquier ética desagradable aunque internamente coherente, radica no en una apelación a los hechos, sino en una apelación a las emociones. Nietzsche desprecia el amor universal; yo veo en él la fuerza motriz para todo lo que deseo respecto al mundo. Sus seguidores han tenido su turno en el mundo, pero podemos esperar que éste llegue rápidamente a su fin" (Historia de la filosofía occidental, tomo II, cap. XXV).[2] Hay otros pensadores que no la respetan en absoluto. El argentino Carlos Astrada, por ejemplo, opina que "El anticristo y La voluntad de poder son obras de plenitud intelectual. Se ha querido ver en ellas síntomas e incluso una expresión de la demencia que, en esta época, aquejó a Nietzsche y duró hasta el fin de su vida. Esta es la tesis sostenida por los psiquiatras, siempre tan solícitos y oficiosos para enjuiciar las obras del genio, los que, entontecidos por las conclusiones seudo científicas que apresuradamente extraen, al pasar de un orden de realidades a otro muy distinto, no se han percatado todavía de que los hombres de extraordinaria potencia de intelección, es decir, los genios no son genios por ser locos o anormales, sino que, a veces, devienen locos por ser genios, perdiendo el equilibrio harto inestable de su sistema nervioso y la salud del cuerpo y del alma, que se derrumban bajo el peso de un enorme esfuerzo mental, de una lucidez que los agosta" (Nietzsche y la crisis del irracionalismo, pp. 87-8).
Ahora bien, ¿por qué se agostó justamente la mente de Nietzsche y no la de otros pensadores que lo superan ampliamente bajo muchos respectos? No supo dosificarse. "Los más grandes laboriosos --dice Ramón y Cajal-- son los que han aprendido a administrar metódicamente su pereza. La actividad febril, paroxística, cae rápidamente en la fatiga y en la desilusión; deteriora la máquina antes de haber logrado refinar el producto" (Charlas de café, p. 161). Dejándola respirar de vez en cuando, sin atosigarla como la atosigó (sobre todo en el último lustro de su vida cuerda), su febril e inspirada cabezota habría permanecido lúcida un poco más de tiempo. Y ese tiempo, tal vez, le hubiese servido para reflexionar mejor, para refinar su producto, y mudar su filosofía hacia otros puertos más verosímiles o menos tormentosos.
[3] Cabe citar aquí, nuevamente, a Crane Brinton: "Nietzsche pedía Superhombres. Mussolini y Hitler respondieron al llamamiento. No importa mucho que, con toda probabilidad, Nietzsche los habría despreciado como pervertidores de su doctrina, se habría opuesto a ellos rudamente. Ni siquiera importa que aunque Nietzsche no hubiese escrito nunca, esos hombres habrían llegado probablemente al poder de una manera muy parecida a como llegaron. Encontraron la manera de utilizar a Nietzsche, de utilizarlo de un modo que él no quiso probablemente atribuir a sus palabras. Este es un riesgo que corren todos los hombres que construyen con palabras, pero es un riesgo particularmente grande para aquellos que construyen con sus descontentos mediante grandes palabras un refugio para huir de este pobre mundo, un castillo en el aire filosófico. Semejantes castillos son con frecuencia espaciosos y cómodos, pero es muy difícil mantenerlos limpios" (Nietzsche, cap. VI, sec. IV).[4] Pero Hitler no acompañó en su empeño a la naturaleza: en lugar de dejar en pie a los judíos más fuertes y más sanos, sólo libró de sus campos de concentración a los judíos más ricos.
[5] El siguiente párrafo constituye otro ejemplo del triste modelo eugenésico al que aspiraban Nietzsche: "La sociedad, como mandataria de la vida, debe responder de cada vida perdida ante la vida misma, y ésta debe expiarla; por consiguiente, debe evitar esa pérdida. La sociedad debe impedir en gran número de casos la procreación; en este punto debe proceder sin consideración a estirpe, rango ni espíritu de clase, imponiendo las más duras prohibiciones y restricciones a la libertad y hasta, si es preciso, castraciones. El mandamiento bíblico «no matarás» es una ingenuidad en comparación con la seriedad de la prohibición que impone la vida a los decadentes: «no engendrarás»" (La voluntad de poder, 743, o "Anotaciones póstumas para una explicación de Zaratustra", 97-98). La tristeza del mensaje no está tanto en su contenido, que tiene semillas de verdad, sino en lo que entendía Nietzsche cuando hablaba de "decadentes".
[6] Cf. la Historia de los filósofos políticos de George Catlin, p. 761.[7] Ver la primera nota al pie de mis anotaciones del 4/2/9.[8] He aquí una muestra del enconado antiestatismo de Nietzsche, que también es muestra de su pintoresco estilo: "... aquí notaremos la consecuencia de esta doctrina [...] que consiste en afirmar que el Estado es el fin supremo del hombre y que, para el hombre, no hay fin superior al de servir al Estado: en lo que yo no reconozco el retorno al paganismo, sino a la tontería. Puede suceder que semejante hombre [...] no sepa verdaderamente lo que son los deberes supremos. Esto no quita que haya todavía del otro lado hombres y deberes, y uno de estos deberes, que, para mí por lo menos, aparece como superior al servicio del Estado, incita a destruir la tontería en todas sus formas, incluso sobre esta forma que aquí toma" (Consideraciones intempestivas, “Schopenhauer, educador”, 4).
[9] El plan de Hitler, el plan utópico, era la dominación de Occidente. Sin embargo él sabía, muy en el fondo, que nunca podría dar término a este objetivo. Lo que se proponía entonces, su verdadero ideal, era mantener al mundo en guerra tanto tiempo como se pudiese. ¿Y por qué? Porque para Hitler y sus amigos, vivir en guerra era vivir, la paz les repugnaba. La paz es sumisión, no interesa si es paz de vencedor o de vencido. "La guerra educa para la libertad", dice Nietzsche (ibíd., 9, 38, en donde se afirma que los comunistas, cuando guerrean, se comportan noblemente; el principio por el cual pelean es para Nietzsche detestable, pero el solo hecho de pelear por él los enaltece: lo importante es la guerra, que haya guerra, y secundarios los motivos que la desencadenan). ¿De qué tergiversación me hablan?[10] Según parece, la impostura del Nietzsche socialista se origina en 1920 con la publicación en Francia del libro Nietzsche, su vida y pensamiento, de Charles Andler.[11] Así lo cuenta Nietzsche: "... Encontré un día este libro en el Antiquariant del viejo Rohn. Ignorándolo todo sobre él, lo tomé en mis manos y comencé a hojearlo". Pero esto es poco creíble. Para 1865, Schopenhauer ya era en Alemania uno de los más renombrados escritores filosóficos, sólo superado, tal vez, por Hegel. Es altamente improbable que un inquieto intelectual, como ya lo era Nietzsche a los veintiún años, no lo conociera ni siquiera de nombre.[12] Es revelador el hecho de que Nietzsche el pensador, que aborrecía intelectualmente todo lo que presupone la emoción de la compasión, se volviese loco de compasión al ver a un cochero castigando a su animal. Y es que Nietzsche, ya lo dije, tenía pasta de santo, y el santo es el individuo compasivo por antonomasia. Su ideario le pedía no ser compasivo, mientras que su espíritu le suplicaba que lo fuera. Triunfó a la postre su espíritu, pero al precio de descalabrarle las ideas.