Hitler apeló a lo inconsciente
que había en su público, al insinuar que era capaz de forjar un poder en cuyo
nombre cesaría la opresión que pesaba sobre la naturaleza oprimida. La
persuasión racional jamás puede ser tan eficaz, puesto que no se adecua a los
impulsos primitivos reprimidos de un pueblo superficialmente civilizado.
Max Horkheimer, Crítica de la razón instrumental, p. 129
Sigamos con Nietzsche y con el nazismo.
Ya he dicho que para mí, este pensador no profesaba un odio sistemático
hacia los judíos, y que entonces, en ese sentido, la ideología nazi es,
por donde se la mire, incompatible con el pensamiento nietzscheano. Empero,
dije también que los conceptos filosóficos centrales de Nietzsche se avienen de maravillas con el ideal conductual del
nazi consecuente, y en este sentido, la propaganda de este movimiento no fue
tan tergiversadora como ciertos discípulos nietzscheanos, amantes de su maestro
y horrorizados del Holocausto, suponen. Pero digo bien que la filosofía de
Nietzsche avala lícitamente al nazismo sólo en sus actos y de ningún modo en
sus sentimientos, porque si el movimiento nazi tuvo un común denominador entre
sus feligreses, esa comunión consistía en el odio y el resentimiento hacia el
judío, y Nietzsche dejó siempre muy en claro que todo accionar y que toda
ideología basados en el odio, el resentimiento y el fanatismo[1] son patológicos y decadentes.
Si a mí me apasiona toda indagación profunda respecto del nazismo pese a
mi aversión por la política, es porque el nazismo fue un movimiento político
con base filosófica. Si esta base no existiera, el estudio del nazismo me
aburriría tanto como, por ejemplo, el estudio de la ideología peronista. El
nazismo tenía su filosofía, y era la de Nietzsche --o al menos se parecía mucho a ella.
Y así como Marx ideó su sistema comunista pensando en las naciones
industrializadas como Inglaterra, Francia o Alemania y no en las naciones
agrícolas como Rusia, China o Cuba, así Nietzsche alabó el expansionismo y la belicosidad[2]
tomando como referentes a determinadas civilizaciones pretéritas y desdeñando a
los alemanes de su época. "Entre los antiguos germanos y nosotros los
alemanes --decía-- apenas subsiste ya afinidad conceptual alguna y menos aún un
parentesco de sangre" (La genealogía de la moral, 1, 11). Este
aserto habría indignado a Hitler si lo hubiera leído antes de la guerra; después,
parapetado en su búnker y esperando la muerte, negándose a la rendición pese a
que sus compatriotas caían como moscas, porque "si no tuvieron la fuerza y
el valor suficientes para vencer, es mejor que mueran"[3], en
esas horas postreras de su vida las palabras de Nietzsche le habrían sonado a
profecía. Marx no pensaba en los rusos cuando redactó su explosivo
Manifiesto; ¿significa esto que debemos negar la influencia que Marx tuvo
en la revolución rusa? Necio sería, y necio sería también negar que los
ideólogos del nazismo alemán (hablo de los ideólogos y no del pueblo alemán en
su conjunto, que seguramente no leía a Nietzsche, lo mismo que el pueblo ruso
nunca leyó a Marx[4]) fueron influidos en su misticismo imperialista por
el pensamiento nietzscheano, pese a que Nietzsche afirmaba expresamente que su
código de valores no podría ser puesto en práctica por los alemanes modernos.
Leamos este pasaje y saquemos algunas conclusiones:
En el fondo de todas estas
razas aristocráticas, no hay que equivocarse, está la fiera, la soberbia
bestia rubia ávida de presa y de victoria; de tiempo en tiempo ese fondo
oculto tiene necesidad de liberarse, es preciso que la bestia salga, que vuelva
a su país salvaje: --las aristocracias romana, árabe, germánica, japonesa, los
héroes homéricos, los vikingos escandinavos-- todos ellos coinciden en tal
imperiosa necesidad. Son las razas nobles las que han dejado tras sí el
concepto «bárbaro» por todos los lugares por donde han pasado [...]. Está
«audacia» de las razas nobles, que se manifiesta de manera loca, absurda,
repentina, este elemento imprevisible e incluso inverosímil de sus empresas
[...], su indiferencia y su desprecio de la seguridad, del cuerpo, de la vida,
del bienestar, su horrible jovialidad y el profundo placer que sienten en
destruir, en todas las voluptuosidades del triunfo y de la crueldad --todo esto
se concentró en la imagen del «bárbaro» [...]. La profunda, glacial
desconfianza que el alemán continúa inspirando también ahora tan pronto como
llega al poder, representa aún un rebrote de aquel terror inextinguible con que
durante siglos contempló Europa el furor de la rubia bestia germánica (La genealogía de la moral, 1, 11).
El chileno Eduardo
Carrasco, especializado en la disección del pensamiento de
Nietzsche, opina que no es lógico utilizar estas palabras en
provecho del movimiento nazi, ya que "la caracterización [de la bestia
rubia] puede corresponder perfectamente también a los guerreros judíos que
conquistaron el Canaán y no tiene nada que ver con ningún criterio antisemita,
ni menos racista" (Nietzsche y los judíos, p. 32). ¡Ya lo sé, ya sé
que Nietzsche no era antisemita ni tampoco --con algunas reservas-- racista![5] Lo que trasluce este párrafo no es racismo ni
antisemitismo, sino imperialismo salvaje, rapiñandor y desestimador de los
dolores anexos a la devastación y a los devastados; insensibilidad, crueldad y
apoteosis de la tortura por la tortura misma; pisoteamiento de cabezas
inocentes, de cabezas ancianas e infantiles, y alegría en ese pisoteamiento.
Todo eso es el nudo central del nazismo, su corazón vital y filosófico; lo del
antisemitismo es idea secundaria, sociocultural y no filosófica, y que deriva
directamente –aunque no por necesidad lógica-- de esta concepción primaria de
la vida que Nietzsche reivindica.
Para Carrasco, "la expresión bestia rubia vale como
una imagen genérica de las castas aristocráticas de los pueblos guerreros de la
antigüedad y en ningún caso puede ser atribuible a ninguna nación moderna, y
por indicación expresa del autor, por ningún motivo a los alemanes. El uso que
han hecho los nazis de esta expresión es un buen ejemplo de la manipulación
descarada de la que han sido objeto los escritos de Nietzsche y que ha sido una lamentable fuente de prejuicios
que hasta hoy día ensombrecen la obra del filósofo" (ibíd., p. 32).
El subtítulo de la obra de Carrasco es el siguiente: "Reflexiones sobre la
tergiversación de un pensamiento". Pero a mí no me parece que los
ideólogos nazis hayan tergiversado nada: lo que hicieron fue tomar del
pensamiento de Nietzsche lo que les convenía y desechar lo que iba en contra
de sus intereses e inclinaciones. Nietzsche admiraba a los judíos; los nazis,
antisemitas como pocos, olvidaron este detalle. Nietzsche consideraba un signo
de decadencia vital el espíritu vengativo y el resentimiento; los nazis,
vengativos y resentidos como pocos, prefirieron creer que lo suyo no era una
rebelión de esclavos contra el amo que los tiranizaba. Pero se creyeron
grandes, soberbios, y con pleno derecho de apoderarse del mundo sin importar
las consecuencias y sin cargos de conciencia, y éste, su ideal mayor, sí fue
incentivado hasta el paroxismo por los escritos de Nietzsche, porque Nietzsche
quería que alguna civilización futura, basándose en sus profecías, rompiera
las cabezas de los débiles propagadores de la moral de los esclavos y surgiese
así un nuevo mundo cargado de superhombres que desconociesen el significado de
la palabra compasión. Los alemanes modernos no estaban capacitados para esa
tarea y Nietzsche lo sabía[6].
Fracasaron por ser estúpidos (y por renegar explícitamente de la inteligencia[7]),
resentidos y cobardes. Pero si surgiese un nuevo imperialismo, un imperialismo
cultural de tipo griego más que romano, que no persiguiese a los judíos ni a
ningún grupo étnico, racial o religioso en particular, sino que se dedicase a conquistar
al mundo todo, sin discriminaciones de ningún tipo y sin odiar a la gente que
va matando, torturando y esclavizando alegremente, dionisíacamente, mientras
avanza en la conquista, si surgiese un tal imperio, la ideología de ese
movimiento, no lo dude usted, señor Carrasco, concordará perfectamente con los
augurios y quizá también con los deseos de Nietzsche[8], y entonces usted admitirá que por muy simpático y
ameno que le caiga, el espíritu de Nietzsche, siendo poderosísimo como va de
suyo, presentaba innúmeros problemas de torcimiento, y este torcimiento traspasará
sus incoherencias a todo intento exegético de su obra que pretenda deslindarla
de las violencias que promueve, prohíja y anuncia[9].
[1] “Es en
vano buscar en mí el menor rastro de fanatismo” (Friedrich Nietzsche, Ecce homo, “Por qué soy tan inteligente”, 10).
[2] Su famosa
"transmutación de los valores" tiene aquí un ejemplo perfecto:
"Los judíos se ennoblecieron, en la medida en que se transformaron en
belicosos" (Fragmentos póstumos (1885-1889), primavera de 1888, 14
(190), p. 606).
[3] Esa era la
opinión del último Hitler según La caída (Der Untergang, 2004),
película basada en las memorias de Traudl Junge, la secretaria personal de
Hitler durante los últimos tres años de su vida.
[4] [No
figura en el extracto] No estudiaba a Nietzsche el pueblo alemán, pero le
introducían subliminalmente sus ideas en la cabeza, sobre todo a los infantes:
“Yo, personalmente, no puedo leer a Nietzsche sin recordar el nazismo. Tenía 14
años cuando cayó este régimen. Era suficiente para recordar las frases con las
cuales nos trataron como niños. Me suben del inconsciente cuando leo estos
textos. Me revientan desde adentro. Por todos lados andaban las citas de
Nietzsche sin que haya aparecido explícitamente la fuente. Solamente con la
lectura de Nietzsche me di cuenta.” Franz Hinkelammert, Solidaridad o
suicidio colectivo, p. 111.
[5] [no figura en el extracto] “Es sabido
–comenta Gianni Vatimo-- hasta qué punto Nietzsche insiste en el concepto de
raza, y también esto ha hecho que se le incluya entre los profetas del nazismo.
Pero quien intente interpretar este concepto siendo fiel al significado total
del pensamiento de Nietzsche reconocerá que, con esta insistencia en la raza
más que en la educación […], sólo quiere acentuar el carácter remoto […] de la
preparación necesaria al hombre que hace algo decisivo en la historia” (Diálogo con Nietzsche, p. 78).
[6] "Forma parte de mi ambición el
ser considerado como despreciador par excellence de los alemanes. [...]
para mí los alemanes son imposibles. Cuando me imagino una especie de hombre
que contradice a todos mis instintos, siempre me sale un alemán. [...] los
alemanes son canaille [...]. Si excluyo mi trato con algunos
artistas, sobre todo con Richard Wagner, no he pasado ni una sola hora
buena con alemanes [...]. No soporto a esta raza, con quien siempre se está en
mala compañía [...]. Los alemanes no se dan cuenta de cuán vulgares son, pero
esto constituye el superlativo de la vulgaridad, ni siquiera se avergüenzan de
ser meramente alemanes" (Ecce Homo, "El caso Wagner", 4).
No era ésta, sin embargo, la postura del Nietzsche veinteañero, por momentos
nacionalista a ultranza y amante de su patria y de su ejército. En época de la
guerra austro-prusiana, les escribe estas líneas a su madre y hermana: “Desde
el momento que comenzó la guerra, todas las otras consideraciones pasan a
segundo plano. Soy tan fanático prusiano como nuestro primo es fanático sajón”
(segunda quincena de junio de 1866, en
Correspondencia, Buenos Aires, Aguilar,
1951; tomo XV de sus Obras completas,
carta 15, p. 76). Y veamos
también lo que le comentaba a su amigo el barón de Gersdorf en ocasión del
triunfo de los alemanes por sobre la Comuna de París: “¡De nuevo podemos
abrigar esperanzas! ¡Nuestra misión alemana no ha terminado! Me siento más
animado que nunca, pues no todo se ha venido abajo bajo la superficialidad y
«elegancia» francojudaica y bajo el voraz ajetreo de «nuestro tiempo». Todavía
hay valentía, y valentía alemana, la cual es algo íntimamente distinto del élam de nuestros lamentables vecinos”
(carta al barón de Gersdorf del 21/6/1871, en ibíd.; carta 53, p. 125).
[7] En esto también fueron fieles a su profeta: "No
basta que veas en qué ignorancia viven el hombre y el animal; debes también
tener la voluntad de la ignorancia y aprenderla. Te es necesario comprender
que, sin esta suerte de ignorancia, la vida misma sería imposible, que es una
condición merced a la cual únicamente prospera y se conserva lo que vive; debes
rodearte de una grande, sólida campana de ignorancia" (La voluntad de
poder, 601). ¿Que no es lo mismo ignorancia que estupidez? Desde luego que
no, pero la estupidez procede, es hija de la ignorancia, lo mismo que la
inteligencia respecto del conocimiento. Sembrar ignorancia es cosechar
estupidez. Digamos también que algún crítico de Nietzsche, que por cierto no ha sido nada condescendiente con
su ideología, consideraba que su rechazo al conocimiento iba dirigido más hacia
la ciencia y al positivismo científico que hacia la facultad intelectiva misma,
la cual "rara vez llegó a condenar. Lo que objetaba era el abuso
del pensamiento por los savants, los cristianos y los hombres
«prácticos», el que se hiciera del intelecto y del esfuerzo intelectual un fin
más bien que un medio. [...] por lo general emplea palabras como «intelecto»,
«inteligencia» y «razón» en un sentido claramente elogioso" (Clarence
Crane Brinton, Nietzsche, cap. IV, sec. IV).
[8] Yo no
sé con palmaria certeza, y hasta cierto punto es muy difícil de determinar, si
Nietzsche quería verdaderamente todas estas cosas, que es precisamente lo que
niegan sus defensores más o menos sicologistas o hermenéuticos. “Cuando
Nietzsche habla de dominación --dicen ellos-- se refiere a un tipo de
dominación espiritual, no hay que tomarlo literalmente”. Concedamos esto, si
queremos concederlo. Mas no estoy investigando aquí la psicología de Nietzsche
sino la del movimiento nazi, y poco
importa, a este respecto, lo que Nietzsche pensaba y sentía por dentro, sino lo
que entendieron que pensaba y sentía los ideólogos nazis que lo leyeron o, sin
entenderlo así, el material de Nietzsche que utilizaron para que los demás lo
entendieran. ¿Que así las cosas habría salido Nietzsche exonerado de un
supuesto juicio como copartícipe de la barbarie? Posiblemente, pero no por ello
la barbarie se habría ejecutado menos y apoyada en sus palabras.
[9]
Violencias que, por otra parte, promovía Nietzsche desde muy temprana edad, y
siempre relacionadas con esas ansias de expansión tan características, primero,
del pueblo prusiano, y luego del pueblo alemán en su conjunto: “Mientras el
centro [de la cultura europea] sea París, la situación no cambiará en Europa.
Es decir, que a nuestros afanes
nacionales no les quedará otro remedio que revolucionar la situación europea o,
al menos, intentarlo” (carta
al barón de Gersdorf, julio de 1866, en Correspondencia;
carta 16, pp. 77-8). El subrayado es mío, para que se comprenda bien que estas
palabras, expresadas bajo el éxtasis del triunfo de la batalla de Sadowa,
reflejan de manera inequívoca el pensamiento expansionista que Hitler
reivindicará luego en Mi lucha. ¿Que
este no es el pensamiento del Nietzsche maduro? Posiblemente, pero no lo
sabemos. Sí sabemos que es el pensamiento de algún Nietzsche, y con eso basta para criticar a su autor y
asociarlo con el nazismo. Y es que Nietzsche fue un pensador mucho más
histórico y “contemporáneo” que lo que él se suponía. Da toda la sensación de
que Nietzsche fue el pensador justo y necesario de la Prusia unificadora y de
la Alemania expansionista. Fue, en este sentido (y en otros también), la
antítesis del pensador intempestivo y cosmopolita que se jactaba de ser.
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