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miércoles, 22 de junio de 2011

La política y la filosofía; la moral y la ética

El médico me recomendó reposo. Es por eso que trato de salir lo menos posible de mi domicilio, y en ese tren, he dejado de lado mis visitas a las bibliotecas. Y como la mía personal es harto reducida y de dudosa calidad, me veo en la necesidad de releer ciertos libros que han satisfecho mi curiosidad en algún sentido y que por suerte descansan en mi viejo y querido escritorio. Ya mencioné la Filosofía de las leyes naturales de Desiderio Papp; ahora estoy embarcado en la relectura de La República de Platón. En ella encontré un pasaje donde se gráfica espléndidamente la diferencia entre los buscadores de normativas morales y los que indagan acerca de los inmutables principios de la ética. En realidad Platón no emplea esta parábola a este respecto exactamente, pero yo sí, y eso es lo que importa en este momento:

Figúrate a un hombre que hubiese observado los movimientos instintivos y los apetitivos de un animal grande y robusto, el punto por el que se podrá aproximar a él y tocarle, cuándo y por qué se enfurece o se aplaca, qué voz produce en cada ocasión, y qué tono de la del hombre le apacigua o le irrita, y que, después de haber aprendido todo esto con el tiempo y la experiencia, formase una ciencia que se pusiese a enseñar sin servirse por otra parte de ninguna regla segura para discernir lo que en estos hábitos y apetitos es honesto, bueno y justo, de lo que es vergonzoso, malo e injusto; conformándose en sus juicios con el instinto del animal, llamando bien a todo lo que le halaga y le causa placer, mal a todo lo que le irrita; justo y bello a todo lo que satisface las necesidades de la naturaleza; sin hacer otra distinción, porque no sabe la diferencia esencial que hay entre lo que es bueno en sí y lo que es bueno relativamente; diferencia que no conoció jamás, ni está en estado de hacerla conocer a los demás. ¿No te parecerá en verdad bien ridículo un maestro semejante? (libro sexto).

Las normas morales buscan el halago y la no irritación del animal popular, de la masa de un determinado pueblo circunscrita en un determinado espacio y un determinado tiempo[1]. La indagación ética busca la esencia del bien, de la belleza y --tal vez-- de la justicia. Los moralistas aspiran a ser políticos; los eticistas, a ser filósofos. Por eso Platón decía que su Estado ideal debía ser conducido por filósofos, por buscadores de esencias y no por buscadores de aplausos, y creía que no había incompatibilidad entre la praxis política y la especulación filosófica. Ahora bien; si al verdadero Sócrates, no al Sócrates titiriteado por Platón, le hubiesen ofrecido algún cargo gubernamental, ¿habría estado dispuesto a ejercerlo? Tengo para mí que no, por más que su discípulo se revuelva en su Areópago.

[1] La misma etimología de la palabra “moral” (derivada de las latinas mos y moris, que significan “costumbre”) nos da a entender que va siempre a favor del tradicionalismo imperante. Si nos atenemos a este rigorismo etimológico, cualquier acción establecida fuera de los cánones normales de conducta tendría que ser considerada inmoral, se trate ya de un asesinato o de una resucitación.

2 comentarios:

  1. Elsa Beatriz Sabugo22 de junio de 2011, 20:26

    Maravilloso ejemplo. Las normas morales establecen la diferencia entre lo que se considera "bueno" ó "malo", conceptos condicionados por determinadas circunstancias exteriores al individuo, a veces transitorias. Tienen un valor superficial.
    Las normas éticas son intrínsecas al ser humano, su valor es perdurable y sus principios fluyen del análisis de sus expresiones esenciales. Me gustó muchísimo el párrafo que dice que Platón pensaba que "su Estado ideal debía ser conducido por filósofos, por buscadores de esencias"

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  2. Cornelio Cornejín22 de junio de 2011, 23:16

    Me alegro muchísimo que te haya satisfecho mi publicación. Siempre es un placer tenerte como lectora, Elsa.

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