…Lo que yo
quería que me dijeras no es uno o dos de los numerosos actos que son píos, sino
la “forma” real de que hablábamos, y que los hacía a todos ellos píos. ¿No es verdad
que tú decías que los actos impíos eran impíos y los píos píos por la razón de
una sola y única “forma”? Muéstrame entonces cuál es esa forma, de tal manera
que pueda referirme a ella y usarla como norma.
Platón, Eutifrón, 6d
¿Cuál es el denominador común de todo conato
religioso? Distintas investigaciones, comenta Vicente Fatone, “han coincidido
en sostener que la plegaria es esencial al hecho religioso; es decir, que
distingue al hecho religioso del moral, del estético, del lógico; que su
ausencia determina inmediatamente la ausencia del hecho religioso” (Obras completas, tomo I, p. 273). Pero a mí no me parece correcta esta
apreciación[1].
Entiendo que hay y hubo personas completamente religiosas y devotas que no han
solicitado nunca los favores de Dios, que nunca le han pedido nada, a pesar de
creer fervientemente en Él. Yo digo que lo que distingue al hecho religioso de
cualquier otro hecho es el sentimiento de
sometimiento, el saberse sometido a algo o a alguien infinitamente más poderoso
e importante que nosotros, de suerte que si, por ejemplo, alguien se siente
infinitamente inferior a su capataz, inmediatamente puede decirse que ese
alguien profesa un sentimiento religioso dirigido hacia ese superior, sentimiento
bastardo claro está, pero no por eso menos religioso que el sentimiento de
indefensión de un asceta flagelante. E inversamente, quien tiene para con Dios
una camaradería excesiva, como si se tratara de un sujeto de similares
características espirituales a las nuestras (como una especie de hermano o
amigo), ese sujeto nunca protagonizará un hecho religioso por muchas plegarias
que produzca. La religión es sometimiento, y es por eso que el hecho religioso
sólo puede ser protagonizado por el individuo humilde, siendo estas experiencias
completamente refractarias al individuo soberbio que tiene como meta principal
de su vida el desligarse de todo yugo y alcanzar la suprema independencia. Odia
sentirse como títere, mientras que el individuo religioso acepta esa su
condición natural con alegría y esperanza, esperanza no de zafarse de las
cuerdas, sino de poder pispear alguna vez por sobre su cabeza y entrever las
hábiles manos del Manejador o, mejor todavía, su enigmática, terrible y dulce
mirada[2].
[1] (Nota añadida el 16/7/11.) Tampoco comparto
la apreciación de José Gómez Caffarena, para quien “la actitud religiosa es
adoración y búsqueda de salvación” (“El cristianismo y la filosofía moral
cristiana”, ensayo incluido en el tomo I de Historia
de la ética, compilación por Victoria
Camps, p.283). Yo entiendo que la religión, o el hecho religioso, es
antitético a cualquier egoísmo, y en toda búsqueda de salvación, tanto sea de
salvación individual como colectiva, lo que impera es un liso y llano egoísmo
metafísico.
[2] (Nota añadida
el 12/6/12.) A un año y pico de haber escrito el presente ensayo, encuentro
en Friedrich Scheleiermacher a un antecesor de la postura que aquí reivindico.
En Compendio de la fe cristiana según los
principios de la Iglesia evangélica, obra escrita entre 1821 y 1822, define
Scheleiermacher la religión como el sentimiento de dependencia absoluta,
dependencia del ser (entidad finita) respecto de Dios como entidad infinita. El
pecado nacería de la incapacidad para distinguir esa dependencia absoluta
(respecto de Dios) de la dependencia relativa (con el mundo temporal).
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